Por Baby Solís
La mirada crítica es en esencia una forma de respeto hacia lxs otrxs.
—Ricardo Coeto
En las discusiones sobre crítica de arte y redes sociales suelen aflorar por lo menos tres ideas respecto a lo que éstas últimas generan.
Primero, una prisa diametralmente opuesta a la “digestión lenta” que solían demandar los textos sobre arte. Un buen ejemplo de esto es el hecho de que las palabras “inmediatez” e “inmediato” aparecen catorce veces en la conversación “El rol de los medios especializados en arte contemporáneo en latino/ibero/américa”, organizado por la revista Artishock. Aunque el título señalaba otra cosa, en varios momentos la discusión termina enfocándose en hablar de las redes sociales.
Podemos mencionar también una lógica moral. Como señala Cuauhtémoc Medina en el citado conversatorio: “se establece una lógica de popularidad y moralismo que sustituye la discusión sobre la significación cultural de las políticas curatoriales.”
Por último, es posible localizar un desplazamiento del crítico de arte como figura central, dando paso a mediadorxs y agentes de diversa índole. Este punto es desarrollado por Gabriel Godoi Vidal en un único ensayo donde logra todo lo que Ready Image, de Daniel Montero, no pudo. El texto es imperdible, se llama “Los excluidos del arte miran YouTube. Crítica de arte en la nueva era digital.”
A manera de epílogo, puedo decir que en textos más aggiornados se analiza también a lx artista como influencer y las implicaciones de esa posición.[1]
Lo relevante no es sólo que estos fenómenos existan, sino cómo se ensamblan entre sí para producir un tipo de escritura muy concreta. Inmediatez, moralismo, performar un rol para un público en redes sociales, sientan las bases para que la escritura de arte sea sosa.
No importa si se publica en una revista en línea, columna de periódico o blog, ese artículo será compartido y diseminado a través de redes sociales. El sistema de recompensas moldea lo que se dice.[2] Antes incluso de que una idea se desarrolle, ya opera una preocupación previa: que no se lea como conservadora, poco progresista, “blanca” o conforme con el sistema. En lugar de pensar, se escribe para no parecer algo, y eso limita radicalmente las ideas que podemos desarrollar.
Sam Kriss lo señala en su reseña sobre el libro The Internet Is Not What You Think It Is, de Justin E. H. Smith, de la siguiente manera (la traducción es mía):
Todo lo que dices en línea está sujeto a un sistema instantáneo de recompensas. Cada plataforma viene con métricas; puedes cuantificar con precisión qué tan bien recibidos fueron tus pensamientos según la cantidad de likes, compartidos o retuits que obtienen. Para casi todo el mundo, es un juego difícil de resistir: terminan intentando decir aquello que ‘la máquina’ va a aprobar. Frente al pánico por la censura en línea, esto es mucho más destructivo. No tienes libertad de expresión —no porque alguien pueda banear tu cuenta, sino porque existe una enorme estructura de incentivos que canaliza constantemente tu discurso en ciertas direcciones.
Pienso en Dahlia de la Cerda, escritora nominada al premio Booker Internacional, quien cuenta cómo la “feminista negra” Yuderkis Espinosa la corrigió por su texto “Nosotras no somos Ayotzinapa”.[3] Su reacción fue, en sus palabras, el llanto: “Lloré, lloré mucho, porque, ¿hay algo peor a que te digan feminista blanca?”. Cuando una autora muestra públicamente este nivel de preocupación por su percepción en internet —todas estas discusiones sucedieron en esa arena pública— queda claro que su escritura no puede ignorar la dimensión reputacional y probablemente hará todo lo posible por plantear posiciones que la alejen de parecer aquello que le resta crédito. La máquina de recompensas es, a la vez, una máquina de castigos.
Irmgard Emmelhainz escribió “On Being (labeled) Whitexican” , una carta abierta a la intelectual mixe Yásnaya Elena Aguilar Gil. El texto puede resultar vergonzoso, especialmente por la autoconciencia que Emmelhainz exhibe al hablar de sus supuestos privilegios: “soy heredera de los colonizadores mientras que tú, Yásnaya, eres de los colonizados”, “quise irme a la lucha zapatista en el 94 pero me dio síndrome de la impostora”, “el lado al que yo pertenezco ya ganó la batalla del darwinismo social”, todo mientras describe un almuerzo espléndido en el restaurante Animal de Masaryk.[4]
Como en el caso de De la Cerda, Emmelhainz evidencia que gran parte de la escritura contemporánea está marcada por la preocupación por la percepción pública. Esta autoconciencia extrema condiciona el pensamiento: no se escribe para desarrollar ideas, sino para sonar de cierta manera, gestionar la propia imagen y evitar cualquier déficit a su prestigio. En otras palabras, los textos tienden a privilegiar el alineamiento con ciertas expectativas ideológicas o morales por encima de la generación de pensamiento original, buscando ante todo la aprobación pública.
Otra razón por la que tenemos escritura tan predeterminada es porque en buena parte de los textos, el Diablo es siempre el mismo: el mercado, el capital, el espectáculo —una lista que hoy se amplía a los algoritmos, las redes sociales, la economía de la atención, cualquier cosa que se almacene en un data center—. Abrí Cubo Blanco y leí la última crítica publicada sobre una exposición para ver si podía comprobar mi punto y, desafortunadamente, así fue. En el segundo párrafo ya estaba la idea:
La contradicción es brutal: un museo fundado para custodiar artes decorativas virreinales ahora exhibe retablos pop franceses como si fueran altares disruptivos. Y lo hace con patrocinio corporativo: Sandoz México, farmacéutica de genéricos, se presenta como “copatrocinador” para sumarse a la ola de “diversidad e inclusión”. Así, el gesto se vuelve un doble espectáculo: el museo que se viste de moderno y la empresa que se viste de progresista.
Leo un texto anterior a ese, sobre escritura e IA, y sucede lo mismo: “me gustaría regresar a la idea de la demanda de la crítica en la actualidad y por qué hay que reflexionar sobre su uso en el auge de las inteligencias artificiales generativas de textos. Es claro que gran parte de esa demanda no tiene que ver con ese acto fundacional del que hablaba más arriba sino que más bien tiene que ver con el mercado del arte”.
El Capital, el Mercado y el Espectáculo como culpables. Siempre. En todas partes. Al mismo tiempo. Para mí el arte no es un bastión ético ni un dispositivo de resistencia predeterminado. Tampoco es un campo que deba definirse en oposición a fuerzas externas como el Mercado, el Capital o el Espectáculo. No porque niegue su existencia ni crea que están superados, sino porque mi interés no está en oponerme a ellos, mi relación con el arte no es soteriológica. Mi pregunta no es “¿contra qué opresión debe luchar el arte?”, sino “¿qué formas de pensamiento produce el arte cuando no está obligado a ser ejemplar, emancipador, pedagógico o políticamente puro?”.
Pero como muchas siguen este último camino, las críticas parecen estancarse, se tornan predecibles: para qué leer si ya sabemos qué es lo que está mal, quiénes son los causantes y qué es lo que hay que hacer. Desde luego, podríamos decir que varixs lectorxs acuden a los textos para reafirmar su punto de vista y confirmar así que tienen la razón. Recordemos uno de los aforismos de Nietzsche en La Gaya Ciencia: “La manera más segura de corromper a un joven es enseñarle a tener en mayor estima a quienes piensan igual que a quienes piensan diferente”. Mohammad Salemy nos dice por qué la documenta debe ser abolida, Lechedevirgen nos dice por qué la Bienal Femsa también debe desaparecer. Lo mismo Hannah Baker con los museos. Qué chistoso que el pensamiento disidente siempre disiente de lo mismo y llega exactamente a las mismas conclusiones. El poeta bajacaliforniano Aníbal Lavana lo expresa así “vienen a hablar de lo mismo y yo simplemente escucho pues si todos piensan igual entonces ninguno piensa mucho”. Siendo generosxs podríamos decir que son textos similares porque parten del mismo marco teórico, siendo sincerxs, diremos que leerlos es como ver pintura secarse, pero con palabras.
Este tipo de disidencia está muy presente en plataformas como Arte Informado. Si leemos los últimos artículos que ha escrito su editor, enseguida notaremos un patrón:
a) Se identifica un problema estructural (colonialidad, violencia, gentrificación, extractivismo, etc.).
b) Se presenta un proyecto comunitario que “abre otra posibilidad” (museo en casa de una abuela, proyecto pedagógico, investigación independiente, colectivo que practica el cuidado mutuo).
c) Se cierra con una afirmación donde el arte aparece como horizonte de reparación (“como un semillero indispensable de resistencia, memoria y futuros”, “hay una forma otra de hacer arte: desde el borde, desde lo común, desde el cuidado”).
Los hechos cambian, las geografías cambian, lxs artistas de los que se habla cambian… pero la sintaxis moral es la misma. Y cuando la estructura narrativa permanece fija, incluso los temas más urgentes empiezan a sonar intercambiables. No es que estos problemas no existan —existen y son graves— pero cuando la crítica los narra siempre desde la misma fórmula, el impacto se diluye.
Que quede claro, el problema no es que sean aburridos o repetitivos, sino algo más preocupante: parece que la crítica no está observando, está confirmando un marco.
¿Cómo salir de este marasmo?[5] Dicen que la función de la crítica de cine no es arreglar la película, pero otro de los lugares comunes de absolutamente cualquier texto de arte –curatorial, reseña, tesis, entrevista, el género que sea– es afirmar que tiene más preguntas que respuestas. Yo pienso que todo lo contrario, es mejor desvariar a ser formulaica: ¡al menos es más gracioso leer disparates que sermones!
Quizás todos los medios de arte deberían tener un “jarro de los conceptos teóricos vacuos”: diez pesos cada que se escriba “resistencia” por inercia. Aludir a la menor provocación a los “espacios de fuga”, lo “liminal” y la “opacidad”: treinta pesos. Para la próxima Semana del Arte, ya tendríamos presupuesto para producir un número especial de una revista de arte contemporáneo que nos ayude a volver a mirar al arte, no solo a sus pecados.
Más allá de las risas: tal vez baste con reconocer nuestras propias fórmulas y dudar de ellas antes de volver a usarlas.
[1] Nota metodológica: este ensayo cita incluso a quienes han sido viperinas conmigo. A mí no me quita nada reconocer un buen trabajo ❤️.
[2] Ver esta viñeta de Avocado Ibuprofen; a través de cómics el artista hace crítica institucional.
[3] De De la Cerda, su libro Perras de Reserva me gusta por razones puramente literarias, no relacionadas con el feminismo y mucho menos con el barrio: me parece genial hacer un cuento de una sicaria a raíz de una canción de la Banda la Adictiva. Lástima que no haya podido volver a escribir así.
[4] A pesar de que nunca la he tratado, en realidad creo que podría ser amiga de Irmgard por dos razones: sus anécdotas siempre son chic y tiene un paladar exquisito. En su texto “Sigamos hablando de Palestina”, dice: “ seguimos vibrando pesar compartido, cenando gourmet” y habla de salir a protestar desde las calles de Noruega, muy bon vivant. No es sarcasmo –ustedes, corazones impuros, necesitan esa aclaración jaja.
[5] En su aportación a la publicación conmemorativa de los diez años de Cubo Blanco, María Minera menciona brevemente el “marasmo crítico” al que estamos habituadxs. Quise retomar esa idea a mi manera.
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Texto publicado el 14 de noviembre de 2025.