Nora Adwan. Things Fall Apart (2025).
Por Irmgard Emmelhainz
El macartismo sionista aquí y allá
El viernes 30 de mayo, durante el concierto del cantante vasco Fermín Muguruza, el Multiforo Alicia en la Ciudad de México fue desalojado por elementos del ejército, la Guardia Nacional y de la policía capitalina. No se ha aclarado la razón del desalojo. Las autoridades lo reprueban, se deslindan y ordenan una investigación. El concierto era en solidaridad con Palestina, y en la mayoría de las notas periodísticas del suceso se omite este hecho. Se especula que fue una psyop de disuasión sionista contra el activismo pro-Palestina, o tal vez una jugada sucia para provocar ruido antes de las elecciones del 2 de junio. Lo que se palpa es el oscuro papel que juegan las fuerzas armadas en la política local y un mensaje claro a la cultura independiente y políticamente combativa.
Mientras, el genocidio en Gaza alcanza un nivel impensable de brutalidad, sadismo e inhumanidad. El gobierno israelí acaba de aprobar la construcción de 22 asentamientos para colonos israelíes en la Cisjordania ocupada, continuando con el robo de las tierras palestinas a través del poder militar. La situación en la Franja es apocalíptica, y a estas alturas el término “genocidio” no está en juego ni es tema de debate: en diciembre del año pasado fue documentado por Amnistía Internacional, Médicos sin Fronteras y Human Rights Watch. Desde el 24 de marzo del año pasado, la Relatora Especial de las Naciones Unidas en los Territorios Palestinos Ocupados, Francesca Albanese, ya había establecido el término para describir la situación.
Al tiempo que escribo estas líneas, la operación “Los carros de Gideón” lleva en marcha dos semanas en el territorio de Gaza, gracias a ella Israel permitió la entrada de camiones de ayuda humanitaria, aunque a cuentagotas. Esto sucede después de tres meses del bloqueo total de la ayuda humanitaria, y de que la Unión Europea le diera un suave tirón de orejas a Israel amenazando con revisar sus tratados de cooperación. ONGs y la UNRWA (o la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo) han sido desde hace meses expulsadas de la Franja. La operación “Las Carrozas” implica distribuir víveres básicos a través de la ONG paramilitar “Gaza Humanitarian Foundation”, liderada por Jake Wood, un francotirador de la marina de EUA. Esta organización, que implementó una torpe estrategia denunciada por la comunidad internacional por su inexperiencia e ineficacia, causó aglomeraciones, la muerte de más ciudadanos palestinos y facilita la relocalización forzada de la población de la Franja a lugares específicos donde puedan acceder a la ayuda, bajo la mirada de mercenarios de EUA que actúan de parte del ejército y gobierno de Israel y, de paso, expanden la ocupación militar israelí y encogen más el territorio gazatí. Es decir, la distribución de ayuda no está siendo neutral y sirve para concentrar a los ciudadanos de Gaza en las llamadas “zonas estériles” controladas por el ejército israelí. Desde el 18 de marzo se registran 616 mil gazatíes desplazados, algunos de ellos han tenido que relocalizarse hasta diez veces desde el 7 de octubre de 2023.
Además de que la fundación no está resolviendo la mayoría de las urgencias de la población gazatí (en una semana han muerto tiroteadas más de cien personas en los puntos de reparto), no contempla la entrada de combustible. El genocidio no es sólo sobre los cuerpos de los palestinos, sino sobre la condición de posibilidad de su existencia. El ataque al futuro palestino es parte del asalto de Israel, de la intensificación de la Nakba: destruyendo las posibilidades de sobrevivencia a corto, mediano y largo plazo de la población.
En este contexto, y resonando con el desalojo del Foro Alicia, predomina desde el 7 de octubre de 2023 un clima de un macartismo sionista —que en realidad no es nuevo— en relación con las manifestaciones de solidaridad con Palestina y las críticas a las políticas genocidas por parte del estado de Israel. Desde que inició esta guerra, se estableció un cerco en el lenguaje que se usa para hablar sobre ella con la exigencia de evitar en la prensa y en los debates académicos, instituciones culturales y universidades los siguientes términos: “genocidio”, “campos de refugiados”, “territorios ocupados”, “limpieza étnica”; también se prohíbe la consigna “desde el río hasta el mar”. En este nuevo episodio de la ocupación, hay personas actuando como la policía del lenguaje, abogando por las formas “correctas” de hablar sobre lo que está ocurriendo en Gaza. El resultado es la propagación de la negación en instituciones culturales, universidades y prensa, en México y a nivel planetario. El negacionismo no sólo concierne Palestina, sino también a las historias genocidas y la persecución a lxs defensorxs del territorio sobre las que tenemos cuentas pendientes a nivel global, también aquí.
Las nuevas estructuras del macartismo sionista comenzaron a implementarse durante la administración del demócrata Joe Biden, cuando se formó el think tank de derecha Heritage Foundation para ejecutar, planear y vigilar el silenciamiento y castigo de activistas pro-Palestina. Ello incluye la deportación de ciudadanos no estadounidenses y el retiro de fondos públicos de las universidades que no cooperen con la represión de los estudiantes que protestan contra el genocidio. Muchas de las propuestas de la fundación, conocidas como el “Proyecto Esther”, han sido tomadas por la administración de Trump. Buscan estigmatizar como terroristas a los críticos de Israel y revestir a EUA con una imagen ultraconservadora para destruir al movimiento de liberación palestino. Junto con otras medidas (como la expulsión de migrantes), se consolida el giro fascista del país.
Hay que tomar en cuenta también que en los medios de comunicación hegemónicos globales, se ha logrado diseminar un discurso en el que pareciera que Palestina se encuentra en una situación de poder similar a la de Israel y, por ende, que estamos ante una simetría de capacidades en vez de un genocidio. La ilusión de simetría se ha logrado a través del descrédito histórico de la lucha de los palestinos contra la ocupación, cuando a finales de los años sesenta pasaron de ser una “guerrilla revolucionaria” y “víctimas de los derechos humanos”, ambas figuras condonadas por las ideologías políticas de occidente en su momento, a recurrir al terrorismo como estrategia de defensa en contra de la ocupación israelí. Esta forma de guerra, que implica el ataque directo a civiles, está fuera de los marcos legales de las leyes internacionales. Es ahí que comienza el proyecto ideológico-nacionalista de deshumanización de los palestinos, al grado que, hoy en día, cada israelí ve a todo palestino como un terrorista suicida en potencia. A ello le podemos agregar la islamofobia y las acusaciones de antisemitismo a quien enuncie críticas en contra de las políticas de Israel.
Según los pensadores israelís Itamar Mann y Lihi Yona, esta escalada de la guerra trajo una definición de antisemitismo ligada a la consolidación de un proyecto de poder que proclama proteger a una minoría pero que en realidad está desplegando una campaña autoritaria y fascista para cambiar la esfera pública. Bajo el disfraz de la redefinición legal de antisemitismo, han surgido dos posiciones opuestas: por un lado, muchas organizaciones judías entienden al movimiento de protesta pro-Palestina como una manifestación de antisemitismo, expresada a través de críticas a Israel y negándole el derecho de defenderse. Por otro lado, están los opositores que critican a Israel y al sionismo. El problema es que la equiparación de una postura crítica ante Israel con el antisemitismo sirve para silenciar y deslegitimar la lucha palestina, a los detractores de las políticas de Israel y a quienes denuncian el genocidio en curso. En este contexto, en enero de 2025, Trump giró una orden ejecutiva (precedida por una similar decretada en 2019) de “Medidas para combatir el antisemitismo”, que ordena directamente a agencias federales “perseguir, expulsar o hacer responsables a perpetradores de acoso antisemita y violencia ilegales”. Como una medida punitiva por las protestas en el campus de la Universidad de Columbia en Nueva York, se eliminó el subsidio federal de 400 millones de dólares para la investigación académica. Harvard recibió una amenaza similar, pero resistió, luego de enviar una inquietante carta a la comunidad universitaria donde anunciaba su postura de ayudar al gobierno federal a combatir el antisemitismo.
Estamos hablando de la llegada de medidas punitivas para silenciar la oposición a Israel ejerciendo presión no sólo a nivel institucional sino a través de autoridades federales y del estado.
Concretamente, en Estados Unidos hay unos mil estudiantes y recién graduados que han sido despojados sin previo aviso de sus visas y permisos de estancia y que están siendo deportados. Hay casos de estudiantes foráneos secuestrados por ICE, a veces por agentes vestidos de civiles cerca de sus casas o campus. El caso más visible es el del estudiante palestino recién graduado de la universidad de Columbia y residente legal permanente, Mahmoud Khalil, quien corre el riesgo de ser deportado por haber sido parte del activismo pro-Palestina. Aunque las anulaciones de visados se han producido sin justificación clara, es notorio que varios de los despojados se han manifestado contra las acciones de Israel en Gaza.
De acuerdo con Chris Hedges, algo sin precedentes y profundamente inquietante se está desenvolviendo: bajo la redefinición legal del antisemitismo, el gobierno federal de Trump, en Alemania, e instituciones por todo el mundo —véase la controversia del prestigioso programa ISP del Museo Whitney—, se está interviniendo activamente en la arquitectura básica de la esfera pública, transformándola radicalmente a nivel global. Lo que parece ser un cambio de terminología técnico se ha convertido en un poderoso instrumento de control político, que solidifica al poder y le facilita la imposición de una definición del judaísmo revindicada por la hegemonía, los gobiernos, las instituciones e intelectuales con capital cultural, y que cuenta con la capacidad de demoler los pilares de las democracias. Esta nueva forma de poder, como lo revela el inquietante relato whistleblower de Sarah Wynn-Williams Careless People: A Cautionary Tale of Power, Greed and Lost Idealism (2025), es indisociable de la comunicación digital.
Nora Adwan. Things Fall Apart (2025).
Palestina estrellada: buscando sus pedacitos esparcidos por el mundo
Llevamos quince años sin vernos. Escribimos incansablemente codo a codo nuestras tesis en la biblioteca de la Fundación Qattan en Ramallah. Volví de visita en 2011 cuando sus hijas, Yara y Luma tenían un año y meses de nacidas. Llevaba a Layla conmigo y las tres bebés estuvieron estrellando un par de horas en lo que Nathaly y yo nos poníamos al día bebiendo café. Luego de que en 2015 fueran expulsados de Palestina por Israel, se mudaron a San Francisco. Al ser Nathaly y su esposo Basil ciudadanos danesa y estadounidense, y ya que Israel no confiere ciudadanía a palestinos (o el derecho al retorno de descendientes de refugiados), sólo visas de turistas a extranjeros, estuvieron unos ocho años entrando y saliendo de los Territorios Ocupados cada tres meses, hasta que Israel les dio un aviso: “último permiso de entrada”, y se tuvieron que mudar con todo y las niñas de manera definitiva. Las dos niñas nacieron en Belén, y Nathaly me contó que ganó una pequeña batalla recién, cuando en el pasaporte danés de una de sus hijas finalmente pusieron como país de nacimiento “Palestina”; hasta entonces siempre se había leído “Israel”.
Nathaly llevaba más de diez años dando clases de literatura y lengua árabe en Berkeley, donde se trasplantó de Copenhague para hacer su doctorado. Cuando le anuncio que estoy llegando a San Francisco, me cuenta en un WhatsApp escueto que la acaban de correr de la universidad, que si la quiero acompañar a vaciar su oficina. No me dice por qué, pero es obvio que fue por su participación en la organización de las protestas en el campus luego del 7 de octubre de 2023. Finalmente, no se siente lista para ir a despedirse de su oficina, así que quedo con ella para ir a tomar el brunch a su casa. Sus hijas, ya adolescentes, nos sorprenden con su compañía. Basil prepara una hermosa mesa con desayuno palestino: foul con hummus, labaneh, pan con zaater (al cual no me puedo resistir a pesar de mi intolerancia al gluten), aceitunas avinagradas por él mismo, aceite de Palestina, pepinos, una enorme sandía que me cuentan viene de México. Sus hijas me traen la foto impresa de un bebé lindísimo, y me cuentan que es hijo de una chica refugiada de Gaza que pasó varios meses en su casa, que cuando venció su visa de turista en EUA viajó a Qatar con su familia esperando poder regresar a San Francisco eventualmente. Mientras, su esposo y su otro hijo están atrapados sobreviviendo en Gaza. Las niñas me cuentan que han vendido limonada para recaudar fondos para la ONG “Limbs for Hope”, que proporciona prótesis temporales a niños necesitados. Decenas de miles de niños han sido amputados de uno o más miembros, que han perdido ya sea por la fuerza traumática de las heridas causadas por el bombardeo israelí, por quemaduras o infecciones. De hecho, muchas de las amputaciones no habrían sido necesarias si el cuidado adecuado hubiera estado disponible. Las amputaciones se deben a la potencia de destrucción de las armas israelíes, las altas tazas de infecciones, la escasez de equipo médico necesario y también la desnutrición.
En el transcurso de la mañana que paso con Nathaly y su familia, recuerdo la suavidad y generosidad que reconozco en mis queridos amigos palestinos. El nuestro es un encuentro conmovedor y duro. Al despedirnos, nos miramos a los ojos casi sin poder contener las lágrimas, y sin decir palabra, ambas pensamos en Ramallah, en Palestina, en nuestros amigos allá. Evocamos la tierra amada, donde ella y su familia tienen raíces y donde permanece algo de nuestra alma. Intuimos los niveles de destrucción y de miedo. Estamos en un país donde el miedo empieza a propagarse como ondas expansivas. Hace un par de meses comenzaron a circular avisos de tener cuidado al entrar a Estados Unidos, por las medidas de verificación de seguridad que ha implementado el gobierno de Estados Unidos para detectar visitantes sospechosos de terrorismo. Estos controles son similares a los que se ejecutan al entrar y salir de Israel: otra psyop que lleva más de dos décadas emplazada. Se corre el riesgo de que te confisquen las pantallas y revisen tus contenidos y redes sociales y que descubran posteos o contactos “sospechosos”. Se recomienda ya entrar y salir con pantallas burner, desechables o de un solo uso. A Nathaly ya le pasó lo peor: el despido de la universidad. Mi amiga Pip Day también fue despedida, en su caso, como directora de la galería de arte Bina Ellen alojada en la Universidad de Concordia (por lo mismo). Mientras que Pip denunció el despido injustificado ante la Comisión de Derechos Humanos de Quebec (está esperando noticias a ver si toman su caso), Nathaly me cuenta que decidió que su carrera de docente se ha terminado, y que se quiere reinventar como psicóloga somática. En otoño empieza un curso de especialización, me dice. “Es lo que vamos a necesitar, cuando acabe todo esto: ayudar a sanar”. Yo le ruego que no deje de escribir poesía. Me dice que no tiene palabras.
En junio del año pasado estuve invitada a una cena para festejar a la directora de un festival de música. Somos una treintena de comensales y nos acomodan a todos en una mesa larga. Acabamos de escuchar un concierto del bandolinista israelí Avi Avital. A mí me conmovió hasta las lágrimas su potente manejo de las cuerdas, dulce e intenso a la vez. Vivimos un uh-oh moment cuando quien preside la mesa nos sienta juntos al centro. Yo percibo las miradas tensas de quien me conocen y saben de mi relación con Palestina, me encojo de hombros, la incomodidad es de ellxs y también si me creen antisemita. Yo sigo flotando electrificada con las notas de Avi, que me transportaron directo a Medio Oriente, a Andalucía, a Ramallah. Intercambiamos cortesías y hacemos small talk, cuando me cuenta que creció en Beerseba en el sur de Israel en el desierto del Nakeb, no me resisto y menciono que conozco bien la ciudad, y que adivino a que creció en una palomera (edificios modernistas denominados así construidos en los cincuentas para migrantes judíos provenientes de otros países de Medio Oriente). Se sorprende, hablamos de la masacre de Gaza, no hay mucho que decir al respecto, pero vibramos pesar compartido. Estudió música en la escuela de música Barenboim-Said, fundada en 1999 en la dorada década de los Tratados de Oslo cuando la reconciliación se sentía como una posibilidad. El intelectual Edward Said y el músico Daniel Barenboim crearon la West-Eastern Divan Orchestra en Weimar en Alemania en 1999 con la misión de unir jóvenes músicos palestinos e israelíes. Avi no tiene bonitos recuerdos de su niñez en las palomeras que idealizo (estoy muy consciente de las jerarquías raciales dentro de la misma sociedad israelí) y cuando me cuenta que sus papás son migrantes marroquíes, tampoco me resisto a contarle la siguiente anécdota: Hace 20 años hice un viaje exprés a Marruecos porque estaba estudiando en París y se me vencía la visa de estudiante. Tenía que salir del espacio Schengen, y me salía más barato volar a Marrakesh que tomar el tren a Londres. Paseando sin rumbo en la ciudad, llegué a un barrio de casas vacías, casi en ruinas y despoblado. Atajé a un pasante y le pregunté el por qué de los edificios deshabitados: “Estás en el Mellah”, me contestó en francés. “Es el barrio judío, estamos esperando a que regresen nuestros judíos”. Avi se queda pensativo un momento, sonríe casi para sí mismo, y se voltea a intercambiar banalidades con la persona a su derecha. Seguimos vibrando pesar compartido, cenando gourmet.
En un mundo donde comienza a cernirse el autoritarismo, donde el lenguaje es objeto de escrutinio policial y al mismo tiempo fracasa no solo en su misión de describir la realidad, sino en su promesa de cambiarla para bien, el virus del fascismo se expande a niveles de pandemia. Y como en la Franja de Gaza, se empiezan a dibujar zonas seguras: fuera de Palestina, enclaves donde nos podemos abrazar, llorar y hablar de genocidio, y zonas en las que no es posible porque hay consecuencias. Si Estados Unidos, Alemania, Canadá, o ciertos espacios en México se sienten inseguros, Noruega se siente como un espacio seguro y solidario. Cuando visito en enero a mi amiga Nora en el contexto del tour de videos palestinos “Sombras caminando sobre el mar” (que proyectamos el año pasado en la librería Rosario Castellanos) participo en Oslo en dos protestas pro-Palestina gigantes, me topo con una tienda palestina donde se puede comprar jabón de Nablus, aceite de oliva, swag, tarjetas postales. Todos los fondos recabados se destinan a los pequeños productores y a proyectos solidarios. Ondeando de algunos balcones, hay banderas palestinas. Las dos proyecciones del programa de videos tienen buena asistencia, con un largo intermedio para tomar sopa de berenjena, jitomate y garbanzo aderezada con zaater, acompañada de pan árabe y labaneh. El público expresa mucha curiosidad, sensibilidad y empatía con la situación actual e histórica de Palestina. En KHIO, la academia de bellas artes de Oslo, me reúno con dos artistas de Gaza que están haciendo sus maestrías ahí. Uno es un documentalista, más o menos bien establecido, que no puede hablar mucho más allá de intercambiar banalidades (como a quiénes conocemos en común en el balad), me cuenta un poco de su proyecto final: instalar una estructura similar a aquella en la que sobreviven los refugiados en plena escuela. La otra artista se abre un poco más conmigo, su proyecto es escrito y toca el tema del “duelo suspendido” como una postura política de resistencia en una serie de obras de arte contemporáneo de artistas palestinos. Mi encuentro con ella fue al rededor de una semana antes de la “Marcha del retorno” provisional en enero, en la que cientos de miles de gazatíes volvieron a sus casas para encontrarlo todo en ruinas. “Cuando abran las fronteras vamos a volver a reconstruir”, me dijo, y con entusiasmo le dije “inshallah”, y que me sumaría en el momento en que se reabran las fronteras.
Mi amiga Nora Adwan es quien hace la logística y consigue fondos para las proyecciones en Noruega. Viene de la prominente familia gazatí Adwan. Varias ramas de su familia han sido evaporadas desde el 7 de octubre de 2023. También ha sido completamente destruido el hospital Kamel Adwan, erigido en nombre de un tío suyo, escritor asesinado luego de un operativo terrorista y de las masacres de los juegos olímpicos en Munich en 1972. Sé que durante toda su infancia el papá de Nora enviaba fondos a Gaza, ya fuera para becar a sobrinos para estudiar fuera o para el hospital. Obtenía el dinero renovando casas en Londres los fines de semana. Durante mi visita a Bergen conozco a Idris, el hijo de Nora que acaba de cumplir tres años y está navegando la separación de sus papás. A Nora la siento más desarraigada y sola que nunca, la veo tratando de mantener su precaria práctica de artista siendo madre soltera. Pasé una mañana en su estudio en una casa vieja de madera sobre una colina boscosa, a unos minutos de Bergen. Hace frío y supongo que es caro calentar todo el espacio. Nos acomodamos en un viejo sillón al lado del cual ponemos un calentador eléctrico. Tomamos café y comemos huevo duro con ensalada de pasta sin gluten mientras observamos a Idris divertirse con trocitos de cerámica. Nora me muestra orgullosa el horno que se compró y con el que produjo hace poco una colección de moldes de rumman (granada). Me da una que atesoro aquí en casa. A lo largo de los años he seguido y acompañado su práctica. Cuando la conocí le interesaban las cuestiones del canon occidental y la auto referencialidad de la modernidad. Esquivó visceral y comprensiblemente el tema identitario, también el peso del activismo en su práctica creativa, hasta que nació Idris y le atravesó la cuestión de la herencia y de la identidad.
Y es que si naces palestina, toda tu vida está atravesada por la cuestión política y, como dice Oraib Toukan, ella quisiera hacer imágenes hermosas de flores y de puestas de sol, pero desde la perspectiva palestina, hasta el paisaje está atravesado por la ocupación (se habla de ecocidio en esta nueva escalada). Este enero Nora exhibió, en la UKS (Sociedad noruega de artistas jóvenes) en Oslo, una hermosa y delicada instalación de video-escultura, Things Fall Apart, que consistió en cercar el espacio de exposición con paneles dobles de madera de celosías con rosetas entrelazadas e iluminadas delicadamente, haciendo sombra sobre los muros. El espacio que se genera recuerda el interior de una mezquita, aunque del techo penden esculturas de látex que envuelven medios domos geodésicos, proyectando también sombras sobre el espacio. La instalación incluye un paisaje sonoro conformado por vibraciones interiores y melodías de grabaciones debajo del agua. En las escaleras, subiendo al segundo piso, hay una foto de un nopal (o sabr, en árabe también paciencia) enmarcada, y colgando del techo hay esferas geodésicas más pequeñas que sirven a manera de proyectores de luz. Impresas en el látex, hay manos haciendo el gesto de la bendición y también con la palma hacia abajo. En el islam, este gesto es un llamado, mientras que en la cultura occidental significa sumisión. Este doble significado invocado por la videoescultura se repite al yuxtaponer la geometría sagrada de la roseta, que evoca la espiritualidad musulmana y que contrasta con el domo geodésico. Esta estructura esférica, hecha de líneas interconectadas que emula la molécula del fulereno o el Carbono60 (la base de la vida), fue materializada por Buckminster Fuller en el Pabellón de Estados Unidos en la exposición mundial de 1967 en Montreal. Desde entonces, el domo geodésico simboliza la utopía de habitáculos del futuro sustentables y en harmonía con el mundo natural, y el ideal (fallido) de los avances tecnológicos como las bases del progreso de la humanidad. Es también la forma de la sede de la compañía Amazon en Seattle. El domo geodésico, en este contexto, evoca ideales libertarios hippies que son el trasfondo del presente de alienación extrema por la digitalización de la vida (el tecnofeudalismo) y el sueño distópico de Silicon Valley de la interconectividad y virtualización de todos los aspectos de la vida. Las yuxtaposiciones y evocaciones a occidente y oriente no nos llevan a pensar en el temido choque de civilizaciones supuestamente generado por musulmanes fanáticos, sino la intersección entre la espiritualidad perdida del mundo contemporáneo, y el dominio autoritario y absoluto sobre el planeta del capitalismo de las plataformas. También nos hace pensar en la existencia en la diáspora y el exilio, donde la distinción entre presente, pasado y futuro, aquí y allá, son mera ilusión. Y es que en la diáspora, la vida cotidiana se encuentra atravesada por el trauma y los recuerdos junto con sensaciones del presente y proyecciones del futuro. Nora me expresa la ambivalencia que siente ante la doble simbología del cactus, como rastro de lo que hubo y como sinónimo de paciencia. Titula la fotografía, la única imagen en su instalación: “Sabr wa sumud”. Al desplazar forzadamente a la población y destruir pueblitos palestinos, los israelíes plantaron cactus. En ahora el estado de Israel, las nopaleras señalan ruinas palestinas. Sumud es el principio de la resistencia palestina que significa “persistencia firme”. Resistir habitando la tierra, haciendo gestos cotidianos de permanencia. Ahora que se está completando el genocidio en Gaza, la video-escultura Things Fall Apart de Nora evoca la pérdida, memoria y duelo diáspórico dibujando un espacio fuera de lo cotidiano y del registro documental, un utópico filtro catártico de la desesperación y de la interrogante: ¿Qué sigue para la resistencia después del genocidio? (Nathalie ya me había dado una respuesta en San Francisco).
Vanessa Baird. Lost Humanity: One Way Ticket to Mars.
Palestina en México
En México vivimos un tipo de esquizofrenia representada por el reconocimiento por la presidenta Claudia Sheinbaum del Estado Palestino y de la foto que se tomó con la embajadora Nadya Rasheed, a la vez que el gobierno no ha roto relaciones con Israel como una manera de ejercer presión y condenar a su gobierno por sus crímenes genocidas. El desalojo del Foro Alicia inaugura una nueva oscura etapa, tal vez.
En el contexto de la persecución de las manifestaciones pro-Palestina en las universidades en EUA, hay que hablar de la victoria del Colmex. En mayo de 2024, estudiantes del Colegio de México lograron que la administración de la institución cesara relaciones con la Universidad Hebrea de Jerusalén. Sin embargo, académicos y pensadores mexicanos condenaron la postura del Colmex en un desplegado público. Desde la legitimidad que da el capital cultural y las posiciones académicas, se hace fácil deslegitimar las demandas de lxs estudiantes. Como a los activistas en otros contextos, se les acusa de incapacidad de dialogar, de ser fundamentalistas y radicales. Sus protestas, demandas y activismos se reducen al ruido y a la mera polarización. Al abogar por la “democracia” y la libertad de expresión, los que acusan de antisemitismo a las manifestaciones pro-Palestina contribuyen a la deslegitimación de los valores que defienden y a la crisis moral generada por la corrupción de medios masivos de comunicación, líderes políticos y ellos mismos. En estos tiempos negacionistas y autoritarios, defender la libertad de expresión sionista en nombre de la democracia está sirviendo como disciplinamiento represivo, para acallar las disidencias y apoyar a Israel diseminando la negación del genocidio. El status quo cultural en el país, es callar.
Mientras que hay algunas personas con capital cultural que defienden la ‘democracia’ y la libertad de expresión por encima del genocidio, las instituciones culturales prefieren no meterse en problemas, censurar y autocensurarse.
Está el caso también de la Hasbara. “Hasbara” es el término israelí para denominar a la propaganda. Patrones de discurso de Hasbara son fácilmente discernibles en comentarios y columnas de opiniones en periódicos y redes sociales y todo tipo de publicaciones, películas, etc. La escritora Sim Kern la denomina “mountains of bullshit” difíciles de desmontar sobre todo en línea de narrativas empujadas por la visión sionista. Los ejemplos de Hasbara esta semana los pudimos detectar en el contexto del secuestro y deportación de 12 activistas de la Flotilla de la Libertad, el Madleen que llevaba ayuda humanitaria simbólica vía marítima a Gaza. La línea de la Hasbara es claramente la deslegitimación de los activistas pero también concretamente de la figura de Greta Thunberg como una de las activistas más visibles del planeta.
El objetivo del Madleen era romper con el cerco impuesto por Israel a Gaza cruzando legalmente aguas internacionales; el ataque del ejército israelí contra la embarcación a 90 kilómetros de la costa gazatí en la madrugada del 1 de junio, el secuestro y encarcelamiento de los activistas, haberlos forzado a firmar un documento donde aseguran haber entrado a Israel de forma ilegal, implicó una grave violación a las leyes internacionales, e involucró directamente a los gobiernos de Francia, Alemania, España, Suecia, Brasil, Turquía y Holanda (de donde son originarios los activistas). La estrategia de la Flotilla era hacer un evento mediático visible a nivel global pero también involucrar directamente a sus países de origen en las violaciones de Israel de las leyes internacionales (que hasta ahora se han mantenido al margen de los crímenes en Gaza y Cisjordania). La Hasbara contra la flotilla está empujando una narrativa concreta y claramente discernible: llamar a la Flotilla “un truco mediático” y “un yate llevando celebrities para hacerse la selfie”. Esta narrativa se lee en México en redes sociales en comentarios de postes sobre la flotilla, deslegitimando las acciones de los activistas, concretamente, a Greta, la más visible de ellxs: “Una vez que tienes la prepa trunca y la única forma que conoces para ganarte la vida es llamando la atención con diferentes ‘causas humanitarias’, abordar el tema de Palestina es el next step lógico […] la niña problema decidió subirse a un barquito y ‘llevar ayuda humanitaria’ a Gaza […] al final obvio la agarraron a medio mediterráneo […] no se pierdan los ataques de nuestros humanitarios de iPhone en los comments de este post”. Otro ejemplo: “… Greta Thunberg no entiende nada… Bien por el ejército israelí por no haberla dejado entrar para evitar que Greta se tomara una selfie para constatar NO la tragedia Palestina sino el tamaño del ego de Greta Thunberg … Manipular la narrativa mediante el protagonismo personal en redes sociales, no ayuda en lo más mínimo a la situación, lo único que quiere Greta es alimentar el culto a Greta”. Tenemos que afilar la mirada ante estas distracciones de la diseminación e información y educar(se) en las trampas de la Hasbara.
Tampoco han faltado iniciativas solidarias. En junio del año pasado, dentro del marco de la iniciativa Artistxs por Palestina en Proyectos Multipropósito, se organizó una subasta de obras de arte para recaudar fondos en colaboración con organizaciones humanitarias. Más de cien artistas donaron en total 123 obras cuyas ventas se destinaron a fondos para Médicos sin Fronteras, Palestinian Children’s Relief Fund y el Instituto Nacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino. En otro contexto muy distinto, durante la semana del arte este febrero hubo visitantes a Zona Maco que instaron violentamente a la artista noruega Vanessa Baird a retirar su obra crítica a Israel, Lost Humanity: One Way Ticket to Mars. La instalación mural había sido exhibida en octubre en el Museo Munch de Oslo, y poco después de la inauguración de Zona Maco, donde Vanessa exhibió en el booth de la galería OSL Contemporary, comenzó a recibir comentarios agresivos de los visitantes, en persona y en redes sociales. La obra, que fue una versión más pequeña de la instalación del Munch, consistió en 13 paneles murales que presentan cuerpos de niños mutilados. En uno de ellos se lee: “End the Occupation, Boicot Israel”. Vanessa contó que durante la feria recibió insultos, inclusive amenazas de muerte y la exigencia de quitar su instalación. A pesar de la intimidación y acusaciones de antisemitismo, de las demandas de salir del país, Baird y su galería se negaron a retirar la obra, y la administración de la Feria respondió proporcionándoles seguridad adicional.
Podemos evocar también la exposición Deja que sea un cuento Refaat Alareer 1979-2023, en la galería Acapulco 62, de octubre de 2024 a enero de 2025 curada por Sophia Sacal (Taakhira). Taakhira usa este seudónimo por temer en ese momento, represalias en su comunidad. En la exposición, que denuncia el genocidio y aboga por la paz, participaron Anuar Mauad, Enrique Jezik, Margot Kalach, Roberto García Posada, Jazael Olguín Zapata, Waysatta Fernández, Manuela García, Miguel Ventura, Iván Cherem y Boris Viskin.
Hay otro sector de periodistas y productores culturales que no hablan por miedo. El sionismo ha logrado dividir a quienes sí ven y reconocen al genocidio: entre aquellxs que tienen terror de hablar porque tienen mucho que perder, y quienes hablan porque no conciben hacer otra cosa. El precio que yo he pagado por darle voz a la causa palestina ha sido perder becas y oportunidades de trabajo en Estados Unidos y Alemania; periódicamente, una de las instituciones en las que trabajo me llama para hacer pesquisas sobre los contenidos de la materia que enseño. ¿Qué hacer?
Se vuelve evidente que estamos en un momento histórico en el que la reproducción del sistema capitalista heteropatriarcal extractivista está exigiendo el ejercicio de grados de violencia que exceden la postura política liberal del mundo. El aparato de la democracia como campo de la tolerancia y coexistencia diplomática de posturas antagónicas y libertad de expresión se está quedando corto para legitimar la intensificación de las violencias contra las poblaciones consideradas desechables. En México, esto se ensayó en el sexenio anterior con la instauración de la polarización, las verdades alternativas y el autoritarismo para acallar las críticas al gobierno: nuestra versión de los autoritarios “Estados FaceBook”. Y es que el actual estadio del capitalismo genocida y extractivista está requiriendo que se implementen, ya a nivel global, medidas autoritarias con elementos fascistas. En este contexto, quienes no han podido dar cuenta o están en negación del panorama de un mundo de genocidio y crisis moral, de la obsolescencia de los valores humanistas, de impotencia y dolor, siguen clamando por la democracia, acusando de intolerantes y de canceladores a quienes sí tienen claro el panorama de corrupción moral planetaria y de los grados de destrucción humana y no humana en curso. Y que el genocidio y los nacionalismos tóxicos están precisamente contribuyendo a desmoronar los pilares de las democracias imponiendo al autoritarismo en las esferas públicas.
En un texto de 1935, Bertolt Brecht, escribió que quien quiera combatir mentiras e ignorancia y escribir la verdad, tiene que superar al menos cinco dificultades: debe tener el valor de escribir la verdad, aunque esté siendo suprimida en todas partes; la lucidez para reconocerla, aunque esté escondida en todas partes; la habilidad para usarla como arma; el juicio para seleccionar en manos de quién será efectiva; la maña para diseminarla. Estas dificultades son enormes para quienes escriben bajo regímenes fascistas, también para quienes escriben y producen desde los territorios de la legitimidad cultural.[1]
Tenemos que decir la verdad sobre Palestina y sobre las condiciones de barbarie en que vivimos en nuestro país. Poner al frente la crisis moral y la pérdida de valía de los valores humanistas, que sirven para negar el genocidio. No cesar de hablar de Palestina, de lo que está ocurriendo en Gaza, en espacios e instituciones públicos y privados. Solo así nos libraremos y liberaremos a los palestinos de ser testigos del borramiento, de ser voces de los espectros de lo que antes hubo. Los palestinos están agotados. Necesitan mediadores. A ellos se les exige dar testimonio en primera persona, por eso, ante el cerco en medios de comunicación globales, no han parado de reportar desde el terreno (y se han convertido en blanco específico del ejército israelí, que han asesinado a 167 periodistas en lo que va del conflicto). Tampoco los palestinos en la diáspora han tenido tregua, cargando con la obligación de darle voz a su pueblo de formas sofisticadas y complejas, apelando a la compasión, reconocimiento y empatía del resto del mundo. Los demás necesitamos encontrar el valor de nombrar la oscuridad y de revertirla, junto con la ceguera voluntaria y la amnesia histórica, contra la creencia de que se tiene derecho a usar la violencia industrializada. Antes de que el genocidio en Gaza —el adjetivo está rebasando incluso la realidad sobre el terreno— se establezca como la norma.
[1] Bertolt Brecht, “Five Difficulties in Writing the Truth” (1935), Brecht on Art and Politics, pp. 141-
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Texto publicado el 13 de junio de 2025.