Portada del álbum Eternal Lover.
“En las sociedades donde reina el espectáculo, lo verdadero se convierte en un momento de lo falso.”
—Guy Debord, La sociedad del espectáculo (1967)
En junio pasado, el Museo Franz Mayer anunció con fanfarria que se abría a “lo contemporáneo” con la exposición Pierre et Gilles. La construcción del símbolo. La directora, Giovana Jaspersen, lo plantea como un giro hacia el futuro. Pero, ¿de verdad el futuro es un discurso queer con cincuenta años de antigüedad e importado de Francia? Lo que en los años ochenta fue ruptura —erotismo gay vestido de santo, altares kitsch, íconos pop canonizados— hoy se presenta como si todavía fuese visionario. En Europa, Pierre et Gilles funcionan como memoria de una disidencia cultural; en México se venden como novedad.
La contradicción es brutal: un museo fundado para custodiar artes decorativas virreinales ahora exhibe retablos pop franceses como si fueran altares disruptivos. Y lo hace con patrocinio corporativo: Sandoz México, farmacéutica de genéricos, se presenta como “copatrocinador” para sumarse a la ola de “diversidad e inclusión”. Así, el gesto se vuelve un doble espectáculo: el museo que se viste de moderno y la empresa que se viste de progresista.
Como advirtió Benjamin Buchloh en Figures of Authority, Ciphers of Regression (1980), cuando el arte adopta el lenguaje de la legitimidad institucional, sustituye la crítica por un teatro de gestos reconocibles: el “cliché” como refugio de seguridad en un contexto que te hace obsoleto. Y no es que Pierre et Gilles no tengan mérito. El problema es que llevan casi medio siglo repitiendo el mismo dispositivo: fotografía escenificada, pintura decorativa, celebridad pop con discurso queer enmarcada como santo. Pero lo que fue ruptura se ha convertido en compulsión estética. El cuidado extremo y el brillo calculado no son riesgo, son blindaje. Ese exceso de control elimina lo inesperado.
Basten tres instantáneas: en la portada del álbum Eternal Lover, Pierre et Gilles hacen del dolor un emblema, la artista Silly Boy Blue sostiene un corazón envenenado por serpientes bajo un halo de corazones brillantes. La herida se vuelve decoración; el desamor, mercancía. Todo resplandece, nada conmueve. En retratos como el de Violet Chachki, donde la figura drag se eleva a un altar de terciopelo y simetría, Pierre et Gilles convierten la disidencia en iconografía. La imagen deslumbra por su perfección, pero esa misma perfección la vuelve inofensiva: es la transgresión congelada, la rebeldía hecha vitrina. Finalmente, si hablamos de la imagen de Rossy de Palma, Pierre et Gilles canonizan el dolor. La lágrima es cristal, el luto es maquillaje. La imagen finge fe y duelo, pero lo que entrega es estética. Es el simulacro de lo sagrado: devoción sin fe, emoción sin riesgo.
Retrato de Violet Chachki.
En términos de Jean Baudrillard, la obra ya no representa: el simulacro no busca sentido, busca visibilidad.
Para mí, el infierno no es fuego ni castigo. El infierno sería un lugar en donde no hay nada que hacer. Esa sensación de estar atrapada en un espacio de certezas, donde ya sabemos lo que vamos a encontrar, donde nada se arriesga. Ese tedio absoluto es la condena más profunda. Y ese es el aire que se respira hoy en ciertos museos y en la política mexicana. ¿Coincidencia?
Aquí está el problema: cuando el arte se abraza al espectáculo, pierde su filo. Pierre et Gilles han retratado a Madonna, Iggy Pop, Stromae, Dita Von Teese. ¿Cómo sostener un discurso crítico mientras se trabaja para la cultura pop que domina el mercado global? La supuesta ruptura se convierte en show instagrameable. La provocación se vuelve pose. El disfraz queer funciona como escenografía para la foto, no como fractura vital.
Lo que molesta no es lo queer en sí, sino la operación museográfica que lo convierte en cosmética. No me habla de mí, ni de nadie: no toca la experiencia interior, no abre corredores de incertidumbre. Es, en el fondo, un acto de reafirmación. Y el arte no es para reafirmar certezas: es para abrir el vacío, para poner al espectador en un lugar donde no sabe qué esperar.
Cada vez que entro a una sala como las de esta exposición, lo que me cae encima es desesperanza: la certeza de que el futuro se ha vaciado y que es casi insoportable sostenerse en medio de ese vacío. Este loop de la repetición no es solo del arte. La política mexicana opera igual. Tenemos un gobierno que se presenta como transformador, radical. Pero lo que ofrece es regurgitación: viejos discursos reciclados con nueva retórica. Igual que en los museos, la escenografía sustituye a la transformación real.
Un museo y un gobierno atrapados en la misma trampa: vender como audacia lo que ya es fórmula agotada.
El aburrimiento aquí no es inocente, es una forma de traición. Cuando se promete ruptura y se entrega espectáculo, lo que se genera es tedio insoportable porque está disfrazado de audacia. Eso es lo imperdonable: que nos lo vendan como futuro. Y lo peor es que en México todavía puede ser un escándalo. Lo Queer. Lo sagrado profanado. Un hombre vestido de mujer en una exposición de arte. Lo que en Francia es memoria pop aquí aún puede generar censura, protestas, demandas. Esa es la paradoja: importar un gesto viejo y venderlo como novedad, pero en un país donde la educación cultural sigue en vaivén, donde todavía se prohíben exposiciones por “blasfemia”. Viejo para Europa, aún polémico para México.
El problema no es que Pierre et Gilles sigan existiendo, sino que en México aún se les pueda vender como contemporáneos o censurar como provocadores. Eso no habla del arte: habla de una educación cultural que no logra salir de la inconsistencia. Lo imperdonable no es el escándalo, sino el aburrimiento. No me malinterpreten: yo no odio el pasado. Me fascina. Lo estudio, lo habito, lo escribo. Lo que detesto es la falta de futuro. La verdadera traición está en maquillar la escandalera de lo viejo como si fuera ruptura de hoy. No se trata de negar la memoria, sino de exigir riesgo.
Porque sin riesgo no hay porvenir, solo un museo convertido en sala de espejos, un país atrapado en el loop de sus cobardías creativas.
Y entonces no hay nada que hacer.
Retrato de Rossy de Palma.
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Texto publicado el 31 de octubre de 2025.