Rehacer el canon  estadounidense

POR EDGAR ALEJANDRO HERNÁNDEZ

Durante el siglo XX, el discurso hegemónico de occidente marcó una clara geografía que se movía de este a oeste y de norte a sur para explicar genealógicamente el desarrollo del arte moderno. De acuerdo con el canon tradicional, el legado artístico de Europa, concretamente la Escuela de París, marcaría el camino a seguir por los creadores en Estados Unidos, quienes, una vez instalados en el mainstream del expresionismo abstracto, extenderían su impronta hacia toda América.

Pero esta ruta canónica en realidad no puede explicarse de forma tan simple; en el relato hay muchos protagonistas que por cuestiones económicas, políticas, sociales o ideológicas fueron borrados de forma sistemática. Hoy es claro que el vuelo directo París-Nueva York, como epicentros del arte, tuvo en realidad otras escalas, una de ellas muy importante hacia el sur, hacia México, donde los muralistas Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros definieron profundamente la trayectoria de artistas norteamericanos tan importantes como Jackson Pollock, Philip Guston, Thomas Hart Benton, Elizabeth Catlett, Aaron Douglas, Marion Greenwood, William Gropper, Eitarō Ishigaki, Jacob Lawrence, Harold Lehman, Fletcher Martin, Isamu Noguchi, Ben Shahn, Thelma Johnson Streat, Hale Woodruff o Charles White.

Esta es la tesis central de la exposición Vida americana: Los muralistas mexicanos rehacen el arte estadounidense, 1925-1945, curada por Barbara Haskell, que se abre al público el lunes 17 de febrero en el Whitney Museum of American Art, en Nueva York, con más de 200 obras de 60 artistas de ambas naciones.

“Durante mucho tiempo, a los que estudiamos historia del arte se nos ha enseñado que fueron los franceses los que dominaron el arte estadounidense en el siglo XX. Y esta exposición realmente reescribe esa narrativa”, afirma Haskell, quien recuerda que después de la Segunda Guerra Mundial y tras el surgimiento de la hegemonía de la abstracción, el miedo al comunismo que se apoderó de toda América y la conexión entre el nacionalismo y la Alemania nazi hizo que los artistas mexicanos fueran desacreditados.

De acuerdo con la curadora, aún cuando es innegable la profunda influencia que tuvieron los artistas mexicanos en los principales exponentes del arte norteamericano durante la primera mitad del siglo XX, este legado se marginó porque hubo un cambio en el arte estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el arte se volvió casi exclusivamente abstracto.

“Y los artistas que todavía estaban haciendo pinturas figurativas, incluso entre los estadounidenses, como Thomas Hart Benton o Grace Greenwood, fueron relegados a una categoría de conservadores y retrógradas. La otra cosa que sucedió fue que después de la Depresión, después de la Guerra Mundial, los estadounidenses estaban realmente exhaustos y querían volver a la vida normal. No querían tratar asuntos políticos. No querían que se les recordara el lado oscuro de la historia nacional. Solo querían seguir con sus vidas y, de alguna manera, olvidar el pasado. Así que los muralistas mexicanos estaban tan involucrados en el arte político y en identificar realmente cuáles eran los abusos de la sociedad, que los estadounidenses simplemente no querían pensarlo después de dos décadas de privación y lucha. Otro aspecto fue que, a partir de los años 50, Estados Unidos pasó por un periodo muy anticomunista en la época de McCarthy y los artistas mexicanos estuvieron abiertamente asociados con el comunismo. Todos esos factores se unieron para hacer que el muralista mexicano terminara por no ser reconocido como la influencia dominante en el arte estadounidense”.

Pero las obras reunidas en Vida americana demuestran que no sólo los muralistas marcaron formalmente el arte estadounidense, sino que las temáticas y el tratamiento de las obras estuvieron íntimamente vinculados en ambos lados Del Río Bravo. De entrada, es importante decir que Orozco, Rivera y Siqueiros realizaron 13 murales en ambas costas de la Unión Americana, y, en reciprocidad, artistas estadounidenses también se dedicaron al muralismo en Estados Unidos y en México.

Los casos emblemáticos que se reproducen en la exposición de esta correspondencia mutua son el Prometeo que realizó Orozco en el Pomona College de California; América tropical de Siqueiros en Los Ángeles; y La industria de Detroit de Rivera, en Detroit, sin olvidar el mural que realizó en el Rockefeller Center en Nueva York y que fue destruido por diferencias entre el autor y el dueño de la obra, Nelson Rockefeller. Posteriormente, Rivera volvería a pintar este mural en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. En la muestra se pueden ver los bocetos originales del mural que prestó el Museo Diego Rivera Anahuacalli.

Pero también hay una experiencia inmersiva al mercado Abelardo L. Rodríguez, creados en 1930 en la Ciudad de México, donde se destaca la obra creada por los norteamericanos Pablo O’Higgins, Marion y Grace Greenwood y Noguchi. El muralismo como intercambio cultural que permite la libertad de las personas y las ideas a través de la frontera.

Sin necesidad de ofrecer grandes explicaciones, la muestra despliega una serie de núcleos temáticos donde la impronta de los artistas mexicanos crea una genealogía dentro del arte estadounidense. Basta ver el caso arquetípico de Pollock, quien no sólo participó en el Taller Experimental de Siqueiros en Union Square, en 1936, donde una de las técnicas innovadoras era verter o gotear pintura en el lienzo, sino que formalmente también sus obras de la década de los 30 tienen grandes similitudes con la obra de Orozco. En la exposición se despliegan una decena de obras poco conocidas en las que es difícil distinguir a primera vista entre una obra de Pollock y una de Orozco o Siqueiros. Lo mismo ocurre con Rivera, quien generó un contundente impacto en la obra de Greenwood, Hart Benton o White, quienes siguiendo a los muralistas desarrollaron una obra que desplegaba contenidos políticos y sociales de izquierda.

“Creo que fue liberador para los artistas estadounidenses la idea de los muralistas de que el arte podía aborda cuestiones sociales y políticas, que el arte significaba algo para la sociedad, que debía tener un papel social, eso fue fundamental en la conversación con el público. Que los artistas podían abordar problemas difíciles para hacer un mundo mejor, que estaban obligados a hacer algo más que pinturas decorativas. Realmente abordar los conflictos de la época fue muy inspirador. Lo que hace que esta exposición sea relevante hoy día es que actualmente tenemos los mismos problemas en el arte. Hoy está la presión de la desigualdad de ingresos, la injusticia racial, la brutalidad policial, las organizaciones sindicales. Todas esas cosas realmente han regresado y los artistas están comenzando a lidiar con ellas cada vez más”, indica Haskell. 

Vida americana no sólo se concentra en la influencia de los llamados tres grandes, Orozco, Rivera y Siqueiros, sino que muestra a la par piezas representativas de otros artistas mexicanos que también generaron fuertes vínculos con sus contemporáneos estadounidenses. Miguel Covarrubias, María Izquierdo, Frida Kahlo, Macedonio Magaña, Alfredo Ramos Martínez yRufino Tamayo, entre otros, generan otro tipo de puentes creativos que suman una capa más a la influencia del arte mexicano.

“La idea de la muestra no es sólo de murales mexicanos en Estados Unidos, sino de los muralistas mexicanos. Una de las cosas que intentamos sugerir también es que, sí, hicieron 13 murales en total en los Estados Unidos en el período de 1925 a 1940, pero la mayoría de los artistas estadounidenses experimentaron su trabajo a través de pinturas de caballete y a través de reproducciones y grabados. Y eso también es lo que queríamos sugerir. No solo las personas vieron los murales. Son los artistas de todo el país los que estuvieron expuestos a ellos de diferentes maneras. Los muralistas mexicanos hicieron exhibiciones en todo el país. De modo que los artistas de los pueblos pequeños de todo Estados Unidos vieron su trabajo en pinturas de caballete o en grabados y en libros”, recuerda la curadora.

Y como si hiciera falta agregar más vasos comunicantes, Vida americana también presenta la relación e influencia del discurso muralista en la fotografía y el cine. Obra de Lola Álvarez Bravo, Tina Modotti y Sergio Eisenstein dan evidencia de que los mexicanos tuvieron un impacto y presencia no sólo en la pintura sino en los medios audiovisuales en general.

Vale la pena destacar el hecho de que sea el Whitney Museum el recinto que produce esta exposición, ya que en Nueva York es el espacio que históricamente se ha especializado en mostrar de forma casi exclusiva el arte estadounidense. Si bien esta línea se ha modificado en los últimos años, no es menor el peso específico que representa que este museo abra este tipo de debates en Estados Unidos.

Ahora bien, tampoco hay que olvidar que en 1924 fue el Whitney Studio Club, precursor del Whitney Museum, donde se presentó la primera exposición de Orozco en Nueva York, junto a los mexicanos Luis Hidalgo y Miguel Covarrubias, la cual fue organizada por el artista Alexander Brook. La fundadora del museo, Gertrude Vanderbilt Whitney, y su asistente, Juliana Force, fueron mecenas de Orozco y le compraron varias obras.

Vida americana: Los muralistas mexicanos rehacen el arte estadounidense, 1925-1945 se exhibe del 17 de febrero al 17 de mayo de 2020 en el Whitney Museum of American Art de Nueva York. Posteriormente, la muestra viajará al McNay Art Museum de San Antonio, Texas, donde estará abierta al público del 25 de junio al 4 de octubre de 2020.

Texto publicado el 15 de febrero de 2020 en la Revista de Arte Contemporáneo Artishock, disponible en https://artishockrevista.com/2020/02/15/muralistas-mexicanos-whitney-museum/?fbclid=IwAR1mx6888wVR08VP68_KRhM0AL2E6fMAj7VLYH7DHWOWBof7nRPdGohj_Ho