Fotos tomadas de Pequod Co.

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Por Roselin Rodríguez 


Ya sabemos que el arte actual es inseparable de su condición de imagen y que desde la concepción de las obras, los objetos y sus materialidades, muchxs artistas están pensando primero cómo se verán al circular en Instagram (IG). Pero qué ocurre cuando una exposición entera en un espacio físico, toda una instalación multimedia –escultura, video, cuadros y ambientes inmersivos– recorrida en la galería de arriba a abajo, de derecha a izquierda, de cerca y de lejos, a la redonda… ¿Qué ocurre cuando toda esa vivencia se experimenta sobre todo como una imagen? 

La muestra titulada Tank, de Andrew Roberts, fue inaugurada en la galería Pequod Co. el sábado 22 de abril, un día en que varios espacios de arte en la ciudad tenían exposiciones abiertas y la ruta de visitas era inabarcable. En esa ocasión iba con varios amigos artistas por el camino hasta que el itinerario se bifurcó cuando propuse ir a Pequod Co. Ellos alegaron que para qué ir si al despertar esa mañana lo primero que se encontraron en redes fueron las fotos de la muestra, que no se había inaugurado todavía, pero que sentían que ya habían visto con sólo revisar la publicación de IG. Ello les hizo sentir que ya no tenían nada que ver. Yo no concordaba, pero en cierta medida luego tuve que darles la razón.

Junto a una amiga que no abandonó el barco llegué a Pequod Co., saludamos brevemente y entramos a la exposición. El azul cobalto con rótulos de cruces griegas que cubría las paredes generaba la desorientación de un espejismo marítimo. Esculturas de colas de peces de distintos tamaños fabricadas industrialmente en silicón se encontraban al paso colgadas de un anzuelo, sobre una plancha de disección de acero inoxidable y dentro de unas cubetas, como recién pescados. Todas de ese color blanco transparente que recuerda al cartílago. Un ancla y un baúl realizados en impresión 3D a la escala de un gran buque completan la escena en la sala principal. Además, en varios puntos de la muestra se encuentran unos cuadros realizados también con silicón sobre un soporte de acero inoxidable. Finalmente, una pantalla horizontal a muro reproduce un video de animación digital acerca del origen de las criaturas marinas referidas en la instalación. Todo esto se captura en poco tiempo, como en scrolling, a pesar de la investigación que ostensiblemente es el fondo de la muestra: un puente entre la fabulación de criaturas fantásticas en el imaginario de los viajeros de la conquista que se encuentran en crónicas del siglo XV y XVI y la industria de la ciencia ficción contemporánea. 

No obstante al abigarramiento discursivo de la investigación artística que se puede consultar aquí, en la exposición todo se da de inmediato, la distancia y el tiempo de procesamiento, imaginación, deseo, curiosidad o reflexión es fugaz. Todos los elementos se agotan  por separado y en conjunto en un abrir y cerrar de ojos. Uno entra, ve, conversa brevemente sobre lo encontrado y la sensación es de haber salido de un render,  de un nuevo video juego que no se sabe jugar o no interesa. Se siente como salir de una pantalla. Todo transcurre en un vistazo, se consume en una imagen. 

La impresión de vacío que deja la visita es similar a la certeza de haber caído en una trampa. Y no me refiero sólo ni principalmente a un escamoteo visual, sino al hecho de haber participado de todo el ritual del dispositivo artístico: la inauguración de una nueva exposición de un artista que ha generado una considerable expectativa los últimos años en una galería de reciente creación con una notable proyección, la dinámica social del evento, el trasladarse hasta el sitio; todo ello para entrar y salir de una imagen. Ante esto, uno se pregunta honestamente ¿para qué tal inversión de recursos desde distintos flancos (galería, artista y públicos) en una muestra que se percibe como una publicación de IG, es decir, para una experiencia que surge de una imagen (un render) y se precipita con prisa hacia otra (imágenes de redes) y donde la vida de esas imágenes en el medio se reduce al mínimo? A pesar de la cantidad de elementos dispuestos en el espacio, uno como visitante se siente en un limbo entre imágenes de origen y destino, como si el espacio de exhibición fuera un lugar de tránsito donde también la idea de comunidad que convoca el arte en un espacio de reunión, como lo es una inauguración, está suspendida y en entredicho. 

Andrew Roberts es un artista con una notable trayectoria de producciones donde la virtualidad y la simulación espacial de la experiencia digital ha sido una búsqueda importante. En todos sus proyectos anteriores existía una simbiosis entre la animación digital y los objetos producidos –como en su anterior exhibición en Pequod en 2020 que viajó a la Bienal Whitney en 2022–, pero siempre había una experiencia material, objetual e instalativa que nos anclaba como visitantes a los espacios y nos hacía reflexionar sobre nuestra relación como cuerpos sensibles con los entornos objetuales que creaba. Esta vez, creo que esto se redujo al mínimo y los objetos cada vez pertenecen más a otro ámbito que llega a ser insignificante para la sensibilidad de un cuerpo presente. Quizás por eso estaba convencida de ir ese día a Pequod Co., porque me resistía a aceptar que era suficiente con ver por IG una exposición de un artista que nos interesa, pero debo aceptar que esta vez Andrew me contradijo y parece sugerir que sí se puede.

El reverso de esta experiencia desalentada es que levanta muchas preguntas sobre el estatus del arte como imagen, como una inquietud generalizada y extendida no sólo a otrxs artistas, sino al lugar de las instituciones, los discursos artísticos y el mercado en este contexto. Sobre este último aspecto surge la pregunta de si el hecho de que muchos artistas hoy producen directamente para el mercado, es lo que está generando cierto tipo de obras donde la experiencia de las exposiciones y el momento de encuentro son lo de menos, y en cambio una siente que lo hallado en el espacio está destinado a otro fin y corren por un caudal paralelo que no concierne a una comunidad de conversación local; también me pregunto si es que esa comunidad más bien no está funcionando en términos críticos y si tanto el mercado como las instituciones y demás agentes involucrados en pensar el arte, pueden reimaginar, como creo que sería deseable, su rol en estimular una conversación que contribuya a enriquecer la producción de obras e imágenes, más allá de las fluctuantes oscilaciones de los valores comerciales y de circulación que las conducen.

Pocos días después de inaugurar, el artista subió a redes un meme que mostraba una imagen del render de la muestra y otra de la vista de sala evidenciando que eran casi idénticas. Su gesto fue sintomático en su ambigüedad, pues a la par de celebrar la exactitud de la producción, se antojaba cínico. En caso de que el artista quisiera producir una exposición cuya experiencia fuera indiscernible de aquella que podemos tener con un render o un registro en IG, su acertividad es innegable. Sólo que aún así, caben entre las imágenes muchas preguntas por hacernos que todavía no tienen un cauce y que la forma de circular de esas obras entre el taller y el render, la galería y las redes sociales, parecen no producir ese lugar y sugieren excluir el cuerpo, el encuentro significativo y el sentido de comunidad. 

La exposición nos estimula a plantearnos otras cuestiones. Si el render fue matriz y fin de la obra ¿por qué no mantener la obra en ese formato? ¿Qué necesita una imagen para existir como espacio físico? ¿De qué otras formas materiales pueden crearse las condiciones para que exista un cuerpo humano en el espacio imaginado? Regreso a la pregunta inicial: ¿Qué ocurre cuando una exposición funciona primordialmente como imagen? Es una pregunta compleja y abierta pero quizás en su planteamiento contiene una primera respuesta: habría que pensar en la exhibición como imagen, como render y virtualidad, con sus modos específicos de experiencia, circulación y generación de valor, y quizás no como otra cosa. En consecuencia podemos comenzar a imaginar qué nuevos lenguajes idear, cuáles las mediaciones y los espacios que crearemos para reflexionar sobre esto: el estatuto del arte como imagen, como render y cómo participan los cuerpos y su compleja sensibilidad aquí.

La muestra Tank, de Andrew Roberts, se presenta en la galería Pequod Co. del 22 de abril al 10 de junio de 2023.