Ruta de la Amistad, arte público en movimiento

Por Edgar Alejandro Hernández

 

El proyecto de escultura pública conocido como Ruta de la Amistad, obra colectiva coordinada por el artista alemán Mathias Goeritz (1915-1990) en el marco de las Olimpiadas realizadas en la Ciudad de México en 1968, ha demostrado que no existe nada más efímero que el arte público, ya que sus 22 estructuras monumentales de concreto y acero han vivido todo tipo de cambios y modificaciones en el medio siglo que tienen de existencia.

Planeado para decorar la ampliación del Anillo Periférico Sur que conectaba Villa Olímpica, Villa Coapa y el Canal de Miramontes (donde se realizaron las competencias de Remo y Canotaje), la Ruta de la Amistad se proyectó como un paseo en el que cada kilómetro o kilómetro y medio se pudiera contemplar, desde el automóvil, las obras que elaboraron escultores de los cinco continentes, en un recorrido donde la mancha urbana de la Ciudad de México aún no alcanzaba los extensos parajes que flanqueaban la nueva avenida.

En la inauguración, su desconexión con el entorno despertó grandes críticas a Goeritz y al proyecto en general, ya que si bien las obras eran monumentales, su escala perdía proporción ante la inmensidad del paisaje, que tenía de telón de fondo al volcán Popocatépetl.

La Ruta de la Amistad es hoy el evento más reconocible de la llamada Olimpiada Cultural que propuso México por primera ocasión, para recuperar el espíritu griego que no se limitaba a actividades físicas. El arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, presidente del Comité Organizador, convenció al Comité Olímpico Internacional de que la justa deportiva debía involucrar actividades culturales, tanto en el campo de las artes escénicas como de las artes plásticas (Fernández, p. 2).

Uno de los motores centrales que tenía Ramírez Vázquez para traer al país lo mejor del arte, la ciencia y la tecnología de los cinco continentes era el hecho evidente de que México no tenía el potencial competitivo que le permitiera figurar por lo menos entre la media de los países participantes, razón por la cual se volvía crucial buscar ese liderato cultural que consideraban sí tenía México, ya que poseía un extraordinario pasado histórico y una riqueza artística y cultural que lo ponía a la altura de los más importantes países (Fernández, p. 2).

Otro hecho paradójico bien documentado es que a días de la represión ocurrida en Tlatelolco durante el 2 de octubre de 1968, el programa artístico y cultural tuvo como lema el vincular el espíritu de una olimpiada hacia la paz (Fernández, p. 5). Esta temática también se utilizó a la hora de proyectar las obras participantes dentro de la Ruta de la Amistad.

Es en este contexto que la invitación de Goeritz como asesor artístico tuvo la coincidencia de convertirse en el escenario propicio para que pudiera realizar la Reunión Internacional de Escultores, que el artista venía proyectando desde 1965, tal y como se lo dijo en una carta al escultor holandés Joop Beljon, quien ese año había invitado a Goeritz a un encuentro del gremio en Europa. “En abril 23 estaré en Rugaumont (sic). ¿Por qué no hacemos un simposio en México? Me gustaría traerte aquí y seguramente podría conseguir que los mexicanos organizaran todo esto, diremos para 1967 o 68” (Beljon, p. 167).

De acuerdo con el propio relato de Beljon, la idea no había tenido ningún avance hasta septiembre de 1966, cuando Goeritz le escribió para decirle que lo acababan de nombrar asesor artístico de las Olimpiadas, por lo que su “Meximposium parece que se vuelve una realidad” (Beljon, p. 170).

Las amistades dentro del gremio, así como las conexiones internacionales, hicieron de Goeritz el personaje ideal para convocar a una veintena de artistas de todas partes del mundo para su Reunión Internacional de Escultores. Si bien hoy muchos de los nombres que participaron en la Ruta de la Amistad son muy conocidos a escala internacional, en su momento la discusión entre Goeritz y el comité olímpico fue más bien rudo y no siempre se le dio la razón al escultor alemán.

La lista final de 22 artistas tuvo a Miroslav Chlupáč, de Checoslovaquia; Pierre Székely y Olivier Seguin, de Francia; Gonzalo Fonseca, de Uruguay; Costantino Nivola, de Italia; Kiyoshi Takahashi, Japón; Jacques Moeschal, de Bélgica; Alexander Calder y Todd Williams, de Estados Unidos; Grzegorz Kowalski, de Polonia; Josep Maria Subirachs, de España; Clement Meadmore, de Australia;  Willi Gutmann, de Suiza;  Herbert Bayer, de Austria; Joop Beljon, de Holanda; Yitzhak Danziger, de Israel; Mohamed Melehi, Marruecos; y a Ángela Gurría, Helen Escobedo, Jorge Dubon, Germán Cueto y Mathias Goeritz, de México.

La  creación de las esculturas monumentales se realizaron a la par de las obras de construcción y remodelación de los escenarios destinados a las justas olímpicas, por lo que cada escultor mandó con antelación su proyecto y se desarrolló con maquinaria y mano de obra local, y al final se invitó a los escultores internacionales a que supervisaran la obra. Las decisiones de tamaño final, color y disposición en el entorno fueron tomadas en muchos casos por el propio Goeritz, sobre todo atendiendo cuestiones de presupuesto y equipamiento técnico.

Como lo recuerda Beljon, Goeritz fue el encargado de darle el color monocromático final en la mayoría de las esculturas, lo que tuvo un efecto aglutinador de la ruta, aunque no necesariamente contó con la aprobación de sus autores.

En un trayecto lineal de 17 kilómetros, la Ruta de la Amistad y sus 19 esculturas iniciaba en el cruce de San Jerónimo y Periférico, con Señales, de Ángela Gurría; para concluir en Periférico y Cuemanco con Puertas al viento, de Helen Escobedo. Hubo tres obras más que no se instalaron sobre Periférico, pues se buscó que tuvieran una relevancia mayor al colocarse en las explanadas de los recintos deportivos: Sol rojo, de Alexander Calder, en el Estadio Azteca; Osa Mayor, de Mathias Goeritz, en el Palacio de los Deportes; y Hombre corriendo, de Germán Cueto, en el estadio de Ciudad Universitaria.

El proyecto de la Ruta de la Amistad tuvo como una de sus mayores influencias la propia experiencia previa que Goeritz había tenido en 1957-1958 con la construcción de las Torres de Satélite en el Periférico Norte, proyecto que hizo en colaboración con Luis Barragán, dentro del programa urbanístico de Ciudad Satélite creado por Mario Pani, y que a la postre se volvería uno de las obras que le darían fama internacional. 

Pero si bien las Torres de Satélite mantienen su protagonismo en medio de todo el desarrollo urbano, no se puede decir lo mismo de la mayoría de las obras de la Ruta de la Amistad, que fueron desapareciendo y deteriorándose durante décadas, hasta que a inicios del siglo XXI entraron en un proceso de recuperación que no sólo les dio mantenimiento integral, sino que obligó a su reubicación dentro del mismo Periférico, ya que la construcción de nuevas vías, como el Segundo Piso, comprometían seriamente su conservación.

En 2011 el Patronato Ruta de la Amistad logró que el gobierno local y empresas constructoras moviera ocho de las 19 esculturas al trébol que forma el cruce de Periférico y Avenida Insurgentes, para transformar la ruta en algo más parecido a un jardín escultórico (Ávila, p. 1E), que si bien puede visitarse a pie, sigue manteniendo la distancia necesaria para ser apreciadas desde el automóvil.

Su constante proceso de restauración, así como la circulación a la que han tenido que ser sometidas la mayoría de las esculturas, demuestra no sólo su consumo cultural, sino que hace patente la importancia que han adquirido más allá de los discursos políticos y las proyecciones artísticas que en 1968 las materializaron.

Después de medio siglo, la Ruta de la Amistad se mantiene como un referente internacional de arte público, que tuvo el doble efecto de traer al espectador común la experiencia sensible de la escultura monumental, pero que al mismo tiempo abrió la puerta para que la Ciudad de México se fuera poblando con obras monumentales de nulo interés artístico y alto costo al erario público. 

Referencias

Sonia Ávila. “Ruta de la Amistad, se volverá un jardín”, en periódico Excélsior, 23 de mayo de 2011.

Joop Beljon. “La Ruta de la amistad”, en Ida Rodríguez Prampolini (ed.) Los ecos de Mathias Goeritz. Ensayos y testimonios, México, IIE-UNAM/Antiguo Colegio de San Ildefonso, 1997.

Raymundo Ángel Fernández. “La Ruta de la Amistad en la Olimpiada Cultural México’ 68”, tesis para obtener el grado de maestría, noviembre de 2005, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

 


Texto publicado en el número 319 de la revista Correo del Maestro.