Una exhibición del racismo en México

Por Roselin Rodríguez Espinosa

Hasta finales de septiembre se puede ver en el Museo de la Ciudad de México la exposición Imágenes para ver-te. Una exhibición del racismo en México. El título abre una promesa de antemano inabarcable. ¿Cómo sería exhibir el racismo en México? El racismo, desde cuándo, con qué particularidades, quiénes, cómo se vincula el espectador con un fenómeno del que participa, más no necesariamente reconoce. De cualquier forma, para poner el tema sobre la mesa y “buscar una reflexión” considero que no es suficiente con ilustrar el problema y es contraproducente no delimitar los alcances del planteamiento. Presentar el racismo en la ambigüedad espacio temporal que lo hace esta exposición es igual a diluirlo, reducirlo a ser parte de la lista de eventos que dan prestigio a una “capital social” como es la nueva Ciudad de México.

La muestra se presenta dentro del programa Capital indígena y fue producida por la Secretaría de Cultura federal en el marco de la campaña Encara el Racismo que lleva a cabo la Secretaría de Cultura local, el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México y la Fundación W.K. Kellogg. El abigarramiento no es sólo institucional, el espacio le hace eco con una saturación de objetos que cae en el horror vacuid. Entre los más de 200 piezas de diversas tipologías y procedencias se pueden encontrar pinturas de castas del siglo XVIII, cuadros de Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Francisco Toledo; series de fotografías familiares y de autor tales como Rubias de Andrés Carretero o Mi vestido, mi cuerpo, mis bordados, mi piel de Carlos Dardón; cartas etnográficas del siglo XIX, instalaciones realizadas por la Dirección de Antropología Física de la UNAM y por artistas contemporáneos; varios libros y objetos de “colecciones privadas” y una cantidad importante de producciones en dibujo y pintura basadas en imágenes de archivo, con la autoría de César Rangel.

Sin duda, una admirable gestión se llevó a cabo para reunir objetos tan diversos. Ciencia, arte, diseño, archivo, fotografías de diferentes épocas y geografías: puede pensarse que es un repertorio muy completo. Pero, ¿a efectos de qué? Esta exposición ilustra un tema. Nos dice que el racismo existe y ha existido, que está cerca, afuera en la ciudad. Pero para recordar esto no hay que ir a un museo. Lo interesante estaría en qué se va a decir del racismo más allá de hacer el señalamiento. Ilustrar no conduce necesariamente a generar una reflexión y en esta muestra se dificulta tal cometido al optar por abarcar y saturar en lugar de asumir posicionamientos.

No obstante esta falta, la tematización es insistente en cada objeto. Todos explícitamente lo reiteran, incluso algunos elementos de fuente indeterminada –sin cédula o en la oscuridad del anonimato y la “colección privada”– como son varios libros abiertos en una página donde aparece una persona con rasgos raciales acentuados. Los artilugios del aparato de exhibición aquí se emplean para hacer malabares. La museografía licúa recursos habituales como mamparas, vitrinas, cajas de luz, muros inclinados y repisas para despistar respecto a una falta de dirección evidente. Se despliegan distintas texturas de imagen, soportes y medios, pero la anunciada “problematización” se diluye. Justamente al atomizar la atención el objetivo principal de “proponer nuevas miradas” sobre el tema se pierde.

El cedulario acentúa la desorientación: varias reproducciones y versiones libres de César Rangel basados en documentos históricos sobre el racismo son firmadas por él y fechadas en 2016 como obras producidas para la exposición y algunas colecciones aparecen incorrectamente referidas en las fichas.

Este ejercicio evidencia muchos vicios del dispositivo de exhibición contemporáneo. Recuerda que los acostumbrados recursos museográficos y la cantidad de colecciones y variedad de objetos no derivan necesariamente en la construcción de una experiencia reflexiva. También que la inserción de material de archivo y libros viejos no garantiza un sustrato histórico o teórico a las muestras si no se tensan con otros elementos en el espacio. Las reproducciones de fotografías en gran formato a un lado de pinturas de más de un siglo atrás y de revistas Vogue con portadas que señalan algún rasgo racial, no está problematizando un tema, sólo está tematizando un problema apenas enunciado.

Hace poco más de dos años en el Museo Universitario Arte Contemporáneo se presentó la muestra Teoría del color, “una aproximación a las implicaciones sociales del racismo”. El proyecto en general fue celebrado, pero una crítica puntual fue insistente: no se abordó el racismo en México. El aparato de exhibición estuvo detalladamente trabajado en función de un argumento que exploraba cómo se construye la mirada racista desde la subjetividad. El planteamiento curatorial puede ser acusado de contener un sesgo, pero contaba con un posicionamiento que fue llevado al espacio de modo afortunado.

Con Imágenes para ver-te… la remisión explícita al contexto mexicano abrió la posibilidad de salvar aquellas limitaciones. Sin embargo, el proyecto expositivo resultó fallido. Esta vinculación da a pensar cómo afecta el argumento curatorial la efectividad de una reunión de objetos y cómo un dispositivo de exhibición termina siendo elocuente de la raíz de los planteamientos. En Teoría del color, la omisión fue evidente pero la muestra fue legible. Imágenes para ver-te permanece indeterminada paradójicamente, a pesar de resultar enfáticamente ilustrativa.

 

Imágenes para ver-te. Una exhibición del racismo en México se exhibe en el Museo de la Ciudad de México del 16 de mayo al 25 de octubre de 2016.

Texto publicado el 10 de agosto de 2016 en el blog Cubo Blanco del periódico Excélsior.