Imagen tomada de IG @quiencom
Por Hideki Yukawa*
No es nada nuevo que el arte sea una forma de ascenso social y económico, un buen camino para acceder a ciertas burbujas de poder que podrían ser prácticamente imposibles de alcanzar por otras vías. El arte contemporáneo en México se convirtió en menos de dos décadas en el medio ideal para adquirir prestigio, honor y un buen dinerito. Mientras unos cuantos artistas y galeristas aparentan amasar fortuna, los coleccionistas se desaburren en fiestas aburridas escapando del tedio de sus vidas, un toma y daca de insatisfacciones y carencias que se intercambian con frenesí una semana al año, un perfecto simulacro que se desinfla poco a poco entre la abundancia y la precariedad. Tal vez esta condición de alto contraste ha engendrado esa imagen del México que muchos presumen como un gran escenario para el arte, un espejismo que simula vitalidad y energía, pero el panorama en realidad se asemeja cada vez más a un circo desahuciado donde ya no hay animales, solo queda uno que otro payaso haciendo los mismos trucos de siempre y eso sí, un público ferviente que se desboca ciegamente a celebrar viejos chistes y acrobacias de cajón.
Todos sabemos que el origen del “boom” en el arte contemporáneo mexicano se remonta a los años 90’s, la actividad casi hiperactiva sin infraestructuras y el crecimiento de un mercado raquítico le fueron dando forma a la frágil burbuja que representa hoy el arte en México. Este globo inflado guarda una relación directa con el Tratado de Libre Comercio y sus respectivos delirios de globalización. No fue casualidad que al día siguiente que se inauguró la exposición México: Esplendores de treinta siglos (1990) en el Museo Metropolitano de Nueva York se anunció el premio Nobel de literatura a Octavio Paz, artífice con Emilio El Tigre Azcárraga de aquella muestra descomunal junto al gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Tampoco fue azaroso que la primera exposición de Gabriel Orozco (Xalapa, 1962) en el Museo de Arte Moderno de Nueva York haya ocurrido tres años después, justo a unos meses de entrar en vigor aquel truculento tratado comercial. El estreno triunfal en la capital mundial del arte iba disfrazado de un sinfín de cuentos acerca de las periferias y el nomadismo que caracterizó a una generación de artistas foráneos que estratégicamente fueron a probar suerte a la gran manzana, maniobra que el propio mercado neoyorquino supo llevar a cabo a mediados de los 90’s para solventar la crisis que se les vino encima a finales de los 80’s. La forma en que se dio vuelta a la página fue clara, había que regenerar el panorama y qué mejor que hacerlo con artistas jóvenes desconocidos que producían obra asequible con cierto aire seductor de arte conceptual y que a las primeras de cambio se definió como estética relacional, etiqueta que funcionó muy bien para sanear los vicios del mercado que se había enfocado demasiado en la pintura la década anterior.
En ese contexto, el neomexicanismo ya iba de bajada después de haber gozado de fama y fortuna, Julio Galán (1958-2006) había ido a vivir a NY mucho antes y su obra ya había sido bastante reconocida para ese entonces, a lo mejor por eso el joven artista jalapeño solía repetir una y otra vez que su trabajo no tenía nada que ver con México, una estrategia para entrar a las grandes ligas insertándose en el concierto global del nuevo panorama mundial en el que las economías emergentes aparentaban abrirse paso a tambor batiente con la globalización. No sobra decir lo que es obvio y evidente: Gabriel Orozco y su obra son producto del neoliberalismo en la operación que el libre comercio desarrolló incorporando geografías y mercados relegados beneficiando principalmente a la economía de Estados Unidos. En el caso del terreno del arte, la escena neoyorquina se nutrió y regeneró espectacularmente, a la gringa. Si vemos el antes y después de los noventas es asombrosa la incorporación de artistas internacionales en el mercado local que simultáneamente pasó a ser global. Justo a partir de ese momento las ferias de arte contemporáneo se fueron multiplicando como ratones de laboratorio por doquier.
En los mecanismos de construcción de la Historia la amnesia y la transfiguración de la memoria juegan roles cruciales, nada nuevo bajo el sol. No olvidemos que el artista mexicano más reconocido en el presente es hijo de Mario Orozco Rivera (1930-1998), un pintor que se destacó por ser asistente de David Alfaro Siqueiros (1896-1974) y por lo tanto el pequeño Gabriel parece ser que creció “en un mundo del arte muy politizado y también muy glamoroso” [1]. Esa combinación tan extrabagantemente ridícula fue lo que tal vez provocó que desde chamaco abriera los ojos y se diera cuenta que él no iba a ser súbdito de nadie. El Pajaro (como le dicen o decían sus amigos) estaba listo para ser el patrón, el amo y señor del arte contémporaneo internacional. No es necesario ser Sigmund Freud para darse cuenta de esto.
Una vez ya instalado en su pequeño pero grandioso poder, Gabriel Orozco se ha dedicado desde hace veinticinco años a hacer exposiciones retrospectivas, no es cualquier cosa, no cualquier artista lo logra. Si hay algo que reconocer del susodicho es la forma de administrar su negocio; los grandes estrategas financieros se quedarían con el ojo cuadrado al ver la habilidad para mantener en forma la empresa, su imagen y rentabilidad con ganancias constantes. Parte de la táctica que acompaña su más reciente retrospectiva va de la mano de un sutil golpe de timón que fue cocinando poco a poco en el último sexenio donde se disfrazó de ecologista, casi naturalista, un humanista sin igual que desafortunadamente tuvo que chamaquear y atropellar en el camino a su compadre para lograr con determinación sus objetivos. Se nos olvida pero el propósito principal de aquel proyecto demencial era la realización de un museo grandilocuente diseñado por el afamado arquitecto Renzo Piano (ni más faltaba) pero el Coordinador del Plan Maestro de Chapultepec, naturaleza y cultura tuvo que conformarse con hacer un puente peatonal que se apropió y bautizó pomposamente la Calzada flotante, con toneladas de acero y concreto de por medio pero flotante.
Vísta de la exposición retrospectiva de Gabriel Orozco en el Museo Jumex en 2025.
Habría que refrescarle la memoria al ilustre Benjamin Buchloh (Colonia, 1941) cuando habla de todo el numerito negando rotundamente que apela al glamour de los arquitectos[2] en un intento por reescribir la narrativa de un fracaso anunciado; da la impresión que es necesario borrar, a como dé lugar, el inadmisible tropezón del ego de un artista acostumbrado a triunfar y silenciar cualquier revés. ¡Chin! El descalabro está documentado[3], es una pequeña e incómoda cicatriz que quedará en los anales de la Historia que tanto le interesa escribir a Gabriel Orozco, al que por cierto, parece ser que por primera vez le interesó México y dejó de verse el ombligo para hacer por encargo un tragicómico manifiesto, casi una fake news para que el puente aquel pueda “convertirse en un arte colectivo que aspira servir al pueblo” [4]. La máscara de artista con preocupaciones sociales vino como anillo al dedo en el perfecto timing del supuesto cambio de régimen, casualidad y causalidad se encontraron para generar consciencia de los grandes problemas nacionales, ese jugoso negocio del que llevan ya mucho tiempo beneficiándose los gobiernos de este país. Hoy es más lucrativo ser de “izquierda” y anti neoliberal pero ni muy muy, ni tan tan; no vaya a ser que la intocable aristocracia (a la que ahora pertenece veladamente el señor Orozco) se moleste y deje de comprar sus obras para decorar divinamente sus casas.
Al visitar la muestra Politécnico Nacional en el Museo Jumex no deja de sorprender la revisión exhaustiva de trabajo, poco faltó para que la exposición se extendiera al pebetero olímpico de al lado, otro monumento del neoliberalismo por cortesía del distinguido hombre de negocios que encaminó a la desgracia a este país desde hace más de seis sexenios e increíblemente sigue llevando la batuta del desastre nacional. Eminente filántropo al que también le interesa mucho el pueblo de México y, de hecho, trabaja para sacar adelante al país pero resulta que pasan los años y el país está cada vez peor mientras él se sigue enriqueciendo a manos llenas. Paradojas de la vida nacional.
En el recorrido de la exposición más de uno se habrá dado cuenta de la magia que emana la Caja de zapatos vacía (1993) y no por su innegable valor escultórico, sino por haber pasado involuntariamente a representar un cierto y repelente mexicanismo circunscrito al propio entorno donde se presenta la muestra, una peligrosa metáfora de la fragilidad social de México. Por razones de seguridad esa caja de cartón es escoltada todo el tiempo por custodios del museo y el espacio que contiene, así como el paisaje a su alrededor, hacen de la obra una triste alegoría del presente nacional. El vacío bajo vigilancia y resguardo del poder institucional, así de contradictorio y sintomático; avísenle a Buchloh que aquí el vacío pesa demasiado y es insostenible, tanto que el propio Estado desaparece a los desaparecidos, por sí fuera poco. Sí el artista hubiera querido atinarle a realizar esa performática obra maestra de custodia hubiera sido imposible, la cabeza ya no da para tanto, tal vez desde hace un buen rato. Hace quince años, en otra más de sus retrospectivas, llevó a cabo una obra que pasó desapercibida por la evidente torpesa y la nula gracia de un mal chiste: disfrazó a custodios del Centre Pompidou de París con supuestos uniformes de la entonces policía federal para que vigilaran su exposición en un ingenuo y atroz intento por hablar de la inseguridad en México.
Vísta de la exposición retrospectiva de Gabriel Orozco en el Centre Pompiduo en 2010.
Dentro de ese carácter infame pero distinguido me hubiera gustado ver en la exhibición del Museo Jumex aquellos dibujitos que Gabriel Orozco realizó para un poemario de Raúl Salinas de Gortari. ¡Auch! Inverosímil pero cierto; en su exitosa carrera nuestro celebre artista trabajó para El hermano incómodo ilustrando su extraordinaria sensibilidad literaria. Dicho libro ha desaparecido de la faz de la Tierra por obvias razones pero una primaveral y calurosa tarde de 1996 tuve el privilegio de admirar ese librito azul cielo que burlonamente presumió en aquel entonces un funcionario público que después se convertiría en el galerista nacional del connotado artista, en ese momento el contador del INAH cometió tal osadía sin imaginar de lejos su prominente y prestigioso futuro.
También me hubiera gustado apreciar la obra del maestro Orozco proveniente de las colecciones de arte de Elba Esther Gordillo o Andy Lopéz Beltrán, un cuerpo de obra que bien podría haber sido parte de una curaduria del inframundo en el subsuelo del museo pero bueno, eso es pedir demasiado, mejor quedémonos con la poesía de la naturaleza para hacernos sentir mejores personas, más humanos y sensibles en medio de los turbios confines inaugurales de tanta retrospectiva donde hemos podido admirar al maestro jugando ping-pong con Martita Sahagún o bien, a Eugenia Díaz Ordaz disfrutando de un billar sin carambolas.
En esos honorables desfiles de buen gusto la técnica es la táctica y es polifacética, casi camaleónica, va de la mano del contraste y la demagogia en convertir la entrada gratuita al museo haciendo alarde de una generosidad inexistente. ¿Arte para el pueblo? Exactamente lo mismo ocurre en el pebetero a un lado a través de su portentosa arquitectura torcida con la que perversa o inocentemente pretende ser un museo, un lugar lleno de sobras y obras falsas pero, ¿qué importa? La entrada gratuita allí es la moneda de cambio del pago de culpas y la falsa modestia de la opulencia de una minoría que no llega al 1% de la población. Obviedades que de vez en cuando es necesario recordar y nombrar en el mundo del arte, pero por favor, no sean envidiosos.
La cereza en el pastel ocurrió un par de noches previas a la apertura de la magna exhibición, había que estar a la altura y que mejor que elevar al grado de Comendador en la Orden de las Artes y las Letras de la República Francesa a Don Gabriel Orozco, reconocimiento con sabor añejo que, correspondiente a su vejez prematura y contrario a la inutilidad de tal distinción honorífica, seguramente ayudó a calentar los ánimos de esa exquisita minoría para inducirla a ir de compras unos días después en la moribunda semana del arte, aprovechando que se movió cielo, mar y tierra para que la medallita se entregara aquí y no en Francia.
Politáctico Nacional.
La puesta en escena de un país que engendra monstruos en burbujas que se consumen a sí mismo en el vacío, ese adictivo desierto cíclico de masa y poder del que está hecha su propia ficción, su propio fin.
Gabriel Orozco fue reconocido el 30 de enero de 2025 como Comendador en la Orden de las Artes y las Letras de la República Francesa. Imagen cortesía Kurimanzutto.
*Hideki Yukawa es Jonathan Hernández (México, 1972). Desde 2018 le ha dado vida a su seudónimo a través de distintas labores, exposiciones y textos. Su primer aparición pública fue en en el año 1996 en A Perfect Vacuum, una falsa exposición colectiva de artistas internacionales que parodiaba el auge del arte contemporáneo internacional y global. Recientemente realizó la curaduría de la exposición Instrucciones para vivir y trabajar en México, en el Museo Amparo de Puebla, muestra que estará abierta hasta el 21 de julio de 2025.
[1] Grabriel Orozco: “es muy distinto ser un rockstar que un artstar”. Revista Quién , 19 de febrero 2025. https://www.quien.com/cultura/2025/02/19/gabriel-orozco-es-muy-distinto-ser-un-rockstar-que-un-artstar
[2] Gabriel Orozco no está al servicio de las demandas propagandísticas de las autoridades. El Universal, 1 de febrero 2025 https://www.eluniversal.com.mx/cultura/gabriel-orozco-no-esta-al-servicio-de-las-demandas-propagandistas-de-las-autoridades-dice-el-critico-benjamin-buchloh/
[4] Nuevo Arte Monumental o hacia un Muralismo para el presente es un texto que circuló internamente en la administración lopezobradorista. Entre otras cosas el documento afirma: "En medio del Periférico, lejos de las límpidas paredes de los museos y a vista de toda la gente, comienza a surgir la respuesta. Se trata de la Calzada concebida por Gabriel Orozco para establecer un vínculo entre la Primera y la Segunda sección del Bosque de Chapultepec. Éste es el primer ejemplo contundente del Nuevo Arte Monumental: un arte colectivo que aspira a tener una contundente utilidad pública".
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Texto publicado el 2 de mayo de 2025.