Nan Goldin en el Museo Tamayo

Por Edgar Alejandro Hernández


Sin caer en el purismo de que el medio es el mensaje, la realidad es que hay cierto tipo de obra que requiere condiciones mínimas de exhibición para lograr la experiencia sensible que plantea su autor. La exhibición de dos videoproyecciones de la artista Nan Goldin (Washington, 1953) en el Museo Tamayo presenta tantas falencias que incluso resulta difícil llamarla una exposición en el sentido amplio del término. 

Goldin es una fotógrafa que se vincula a la época en la que la fotografía análoga, tanto en su producción como en su estructura expositiva. Quienes han tenido la oportunidad de ver su trabajo en Estados Unidos recordarán que la proyección de diapositivas en carretes mecánicos y todo el ambiente que genera este tipo de dispositivos resultan consustanciales al discurso y la narrativa íntima que elabora.

Es cierto que la transición digital ha transformado ese tipo de ambientes y las mismas imágenes que tienen como origen un soporte análogo ahora se integran a un proceso de edición en el que se sincronizan videos y fotografías con un fondo musical o de diálogos y sonidos incidentales. 

Este es el caso de las dos piezas que presenta el Museo Tamayo, The Other Side (1992-2010) y Memory Lost (2019-2021), las cuales comparten un estrecho vínculo narrativo, sin mencionar que algunas fotografías se repiten, y su montaje está planteado, en el primer caso, como un conjunto de historias que se suceden bajo la pauta de temas musicales; mientras que en el segundo es una larga sucesión de conversaciones y anécdotas que muestran brutalmente, pero sin dramatismo, la vida de las adicciones. 

La experiencia que ofrece este tipo de narrativas, aún en su versión digital, mantienen esta tensión entre lo familiar e íntimas que resultan las imágenes y lo crudo de su discurso. Pero reitero, eso es posible teniendo las condiciones mínimas de exhibición, lo cual no ocurrió durante mi estancia en el Museo Tamayo.

Pudo haber sido mala suerte, pero en un museo con tal infraestructura no se puede permitir el error de que ambas piezas se proyectarán durante horas con las luces prendidas dentro de las salas, contaminando claramente el frágil ambiente que propone la obra.

Durante mi visita, que inició alrededor del mediodía, ya habían transcurrido por lo menos dos horas con la obra de Goldin exhibida en estas condiciones y los visitantes ni los custodios habían reparado en el despropósito que resultaba ver el trabajo de una fotógrafa con tal contaminación de luz.

Llama la atención que el abundante público que visitaba el museo no hubiera protestado durante tanto tiempo el error de iluminación, y lo mismo se puede decir de los custodios, pero en su caso está claro que toda su energía está dirigida a evitar que los visitantes tropiecen o toquen los maniquíes vestidos de payaso que presenta el artista suizo Ugo Rondinone como parte de la muestra Vocabulario de la soledad, que son la delicia de los amantes de las selfies en museos.

El error de iluminación tiene un efecto colateral, vuelve más evidente lo desafortunado que resulta la distribución museográfica en el caso de Goldin, ya que se presenta como si fuera un injerto de la exposición Un conejo partido a la mitad, de Julio Galán, pues literalmente está en medio de la revisión que se hace del pintor mexicano. 

No es una exageración decir que el protagonismo de la muestra de Galán (que merece un texto aparte) obnubila por completo la obra de Goldin (y si se es justo también la de Rondinone), pero además hace evidente que la línea del museo apuesta a los nombres, que le aseguran muestras taquilleras, más que a revisiones curatoriales que signifiquen algún riesgo desde la institución.

Ahora bien, si obviamos todos estos problemas, y una vez que se corrigió la iluminación, se puede valor la obra de Goldin en una doble vía, donde la primera pieza, The Other Side, reúne algunas de las imágenes más reconocibles de Goldin, a partir de su trabajo con la escena drag de Boston y Nueva York, en un montaje visual que fluye casi dentro de la estética del videoclip, ya que cada personaje o conjunto de retratos está delimitado por una canción.

En el caso de Memory Lost el viaje visual adquiere otra gravedad, ya que no sólo los retratos y autorretratos toman protagonismo, sino que los diálogos o testimonios también se vuelven cruciales para mostrar la crisis de opioides en Estados Unidos. 

Sin melodrama, Goldin reúne diálogos simples y domésticos que en apariencia carecen de sentido, pero que al irse decantando retratan el aislamiento que vivió la artista como una más de los adictos que han vivido el uso y abuso de las drogas. En uno de los diálogos telefónicos se escucha: “–Ok. Estoy Aquí. Puedes venir cuando quieras. –¿Hola? Hola. ¿Qué dijiste? –Estoy aquí en el restaurante. Puedes venir cuando quieras. –Genial. ¿y cuánto conseguiste? –Todo lo que querías”.

Si bien la artista se ha vuelto una activista contra el problema de los opioides, su obra carece de cualquier postura moral, pues los testimonios que reúne no emiten juicios de valor sobre el tema y resultan trascendentes justo porque se dicen con la frialdad que sólo puede tener un adicto.

En otra conversación se escucha: “No, una dosis de droga es como, Dios está en el cielo y todo está bien con el mundo. Más tarde recuerdo a un tipo que dijo: ‘¿Te gusta eso, eh? Son los brazos de mamá’. Y yo le dije: ‘Sí, los brazos de mamá’, ¿cierto? Sí. Nunca te sientes más cuidado o nunca te sientes más seguro”.  

Ugo Rondinone ¿A dónde vamos (llegamos) desde aquí?

Sería necio ignorar el éxito de público que ha tenido la muestra Vocabulario de la soledad, de Ugo Rondinone. Las filas que logra tener el Museo Tamayo en esta época vacacional son evidentes y eso obliga a poner atención en una obra que se ha consumido básicamente como escenografía para las redes sociales.

Para juzgar estos maniquíes vestidos con ropa y máscaras de payaso, en un montaje que alteró la luz natural del museo con una selección multicolor que pinta de diferentes tonalidades la sala, es justo recordar que la propia obra de Rondinone, sirve de testigo para valorar la propuesta que actualmente convoca masivamente al público en el Museo Tamayo.

Where do We Go From Here? (1996) fue la primera obra con payasos de Rondinone que recuerdo en México. La obra formó parte de la exposición El cazador y la fábrica (2013), en la entonces Fundación/Colección Jumex, en Ecatepec, curada por Juan Gaitán y Magali Arriola (actual directora del Museo Tamayo). La obra es una pieza de video multicanal con unos tétricos payasos que reposan obscenamente en el suelo, generando una imagen decadente que se aleja completamente de esta idea festiva del personaje. 

La experiencia que activa Where do We Go From Here? adquiere la gravedad de aquellas obras de arte que no sólo se lleva el espectador en la cabeza, sino que su recuerdo está vinculado a sensaciones primigenias como el rechazo o el miedo. Rondinone después tradujo este mismo umbral sensible a esculturas que repiten la imagen del payaso, pero en su versión más desbordada y retadora (If There Were Anywhere But Desert, Monday). Este tránsito mantiene esa consistente contradicción entre lo que alegóricamente puede representar un payaso y lo que enuncia el artista desde su opuesto.

Al comparar estas obras con Vocabulario de la soledad queda claro que lo que actualmente exhibe el Museo Tamayo es una versión del propio Rondinone que palidece por su corrección y pasividad. Estos payasos multicolores son tan inocuos y predecibles que no extraña que cualquier visitante, sin importar su edad o condición social, los utilice como fondo para hacerse una selfie.

Si llevamos la obra a su solución formal, también la obra de Rondinone nos sirve para comprobar cómo el artista suizo ha tenido acercamientos mucho más contundentes a problemas formales como la escultura. La muestra Naturaleza humana, que el artista suizo presentó en 2014 en el Museo Anahuacalli, fue rotunda al presentar esculturas de gran formato, con trozos cúbicos y rectangulares de granito, que ensamblados crean figuras antropomórficas y ponían en tensión el gran problema del arte en torno a la representación de la figura humana. 

Siendo ambiciosos, Vocabulario de la soledad también podría considerarse un comentario al problema de la escultura y la figura humana, pero tristemente la solución es tan medida y conservadora para convocar la aceptación del público masivo, que el único comentario que genera la obra es que está muy bien iluminada por los filtros multicolor.


Coda

Es justo decir que no es la primera ocasión que la Bienal Tamayo tiene una duración tan breve, pero también es verdad que la edición XIX se presentó con un montaje de apenas un mes y cuatro días, a diferencia del resto de las exposiciones vigentes que durarán tres meses. Su inauguración tampoco convocó a los medios para acompañar a los directores del recinto y del INBAL en la apertura, y el anuncio apenas alcanzó un escueto boletín. Todo esto se entiende por la controversia que despertó el premio, ya que se tuvo que retirar el primer lugar que otorgó el jurado a Plinio Ávila, ya que su obra incumplía con los requisitos de la convocatoria (El Heraldo, 15/12/2020). El sombrero brilla en la cabeza del ladrón.

 

Ciudad de México, agosto de 2022.

Las exposiciones Nan Goldin y Vocabulario de la soledad, de Ugo Rondinone, se presentan en el Museo Tamayo del 4 de junio al 4 de septiembre de 2022.