Por M. S. Yaniz
Más que un discurso sobre el presente, lo contemporáneo del arte contemporáneo se puede plantear como un modo de la temporalidad que en sus enunciados siempre sitúa el origen de donde se produce el presente de la enunciación. Es decir, es una pregunta sobre el comienzo de un presente específico. El arte contemporáneo puede iniciar en 1914 con las vanguardias históricas, o en el fin de la segunda guerra mundial o durante la guerra fría. Es más, puede ser un suceso exclusivo de los sesenta. Ninguna es más verdad que otra, sino que cada exhibición debe contestar cuál es el origen de su situación contemporánea.
El pasado 24 de abril abrió sus puertas la muestra Futuros arcaicos, en el Museo Tamayo, la primera exposición curada por la nueva directora del museo, Andrea Torreblanca, con la asistencia curatorial de Lorenza Herrasti. La muestra plantea una operación interesante a la escena del arte en México.
Sitúa lo contemporáneo en la globalización crítica de los años ochenta, cuando el arte del Sur global buscaba un arraigo material a su geografía recurriendo a estrategias de los ambientes y la instalación de los sesenta. El arte no era meramente un objeto neutral dispuesto para ser visto y comprado, sino un discurso complejo que no tenía una forma prefijada de ser mostrado. El museo de arte, al recurrir a una forma de exhibición que roza el museo de antropología y los ambientes, se confiesa cansada de ser una sucursal permanente de los dispositivos de exhibición comercial del arte como Zona Maco, cuya escenografía se diferencia en poco de museos y galerías.
Una de las virtudes de la ideología hegemónica es que hace aparecer el mundo como si siempre hubiera estado ahí. Los objetos, las instituciones y los colores se nos presentan tan naturales que es difícil dudar de ellos: la rosa es sin porqués, florece porque florece. Y así vamos por la vida dando las cosas por sentadas. El museo no es la excepción. Se llega a creer que el cubo blanco con objetos bidimensionales colocados a metro y medio del piso gris, y los tridimensionales sobre pedestales a 90 cm, es la mejor y única forma de acercarse al arte en su pureza y eternidad. Pero esta forma de exhibir se inventó hacia 1929 en Nueva York junto con el Museo de Arte Moderno. Aunque no se convirtió en canon inmediatamente, sino tras una serie de negociaciones globales y polémicas con sus detractores, hoy su hegemonía es incuestionable. Por ejemplo, el arte de Ciudad de México de los últimos 25 años parece que no conoce otra forma de exhibir que el de soñar con ser el MoMA. Esto claro que tiene matices, pero nadie podrá negar que estamos cegados por la ideología del cubo blanco y su triangulación con galerías y ferias que presentan al arte más como mercancías intercambiables que como objetos de contemplación.
En años recientes el Museo Tamayo focalizó las miradas de la escena del arte contemporáneo mexicano por sus muestras de Otrxs Mundxs (1 y 2). La primera realizada durante la pandemia, a finales de 2020, y la segunda en 2024, justo antes de cambiar la administración del museo al cambio de sexenio. En primera instancia, los futuros arcaicos sonaban a una apuesta similar a los Otrxs Mundxs, en la línea de atraer la taquilla mainstream de personas que leen libros de editoriales como Caja Negra, Cactus y esa vanguardia progre de los giros vegetales y ontologías varias con los artistas jóvenes del momento. La diferencia podría ser el giro arcaico de exhibir autoridades como Gabriel Orozco, Joan Miró, Melanie Smith, Damián Ortega, Roberto Matta, Barbara Hepworth, Joan Mitchell y Henry Moore, entre otros. Salvo que los artistas emergentes no estaban, como en las exhibiciones anteriores. Con este ecléctico grupo de artistas, sin aparentemente muchos vasos comunicantes, la exposición consiguió sembrar en mí más que un prejuicio.
Para mi sorpresa, Futuros arcaicos implicó entrar a otros mundos, de tiempos que no esperaba. Sucede que la muestra tiene una serie de estrategias que la singularizan del común de las muestras recientes; su magia la realiza con su propia colección de arte. Abandonaron como principio rector los ideales de novedad y nombres propios. La exhibición se compone en su mayoría de piezas de la colección del Museo Tamayo, préstamos del INBA e instituciones aliadas. Su singularidad es el sistema expositivo que incluye grandes alfombras curvas que producen extrañeza al andar y potencian las obras, un cuarto totalmente negro con obras también negras y un atrio para poder generar diálogos sobre el tiempo y la experiencia. La muestra rehúsa ser un punto más del sistema galerístico del arte.
El actor y escritor Lázaro Gabino, en una mesa de la Cátedra Internacional Inés Amor de la UNAM titulada ¿Ha contribuido la cultura a normalizar la violencia?, apuntó que en el contexto de violencia general del mundo —un Elon Musk prometiendo la luna para los más ricos, las violencias de Trump hacia los migrantes y el sinfín de imaginarios del desastre— nos hace ver al futuro como una amenaza; y ante un futuro que es una amenaza nos volvemos conservadores. El afán de cambiar el mundo se convierte en el afán por conservar lo que tenemos. Lo poco que nos queda. Futuros arcaicos, frente a dos entregas de Otrxs Mundxs que mostraban con grandilocuencia la voraz alianza de las galerías, curadores del norte global extractivista con las instituciones y el avance general del capital sobre toda forma de enunciación situada desde la periferia, propone dar un paso atrás. Concretamente, un paso atrás a un momento ubicado en el sur global entre 1960 y 1994. Ese arco en que el sur posicionó una serie de formas artísticas que desentonaba con el canon occidental blanco, pero que éste igualmente se sentía atraído por la crudeza y honestidad material del arte de esos sures.
Al entrar a Futuros arcaicos todas las obras se enrarecen por, como ya se mencionó, estar enmarcadas en alfombras curvas de colores marrones, paredes oscuras y una profundidad de campo cortada por la diversidad de planos que se cruzan debido a las grandes piezas que se presentan en la muestra de forma orgánica. Lo primero que pensé fue que estaba más cercano a una experiencia histórica que a una experiencia comercial. Mis acompañantes, todas del mundo especializado del arte contemporáneo, también sintieron esa rareza deslumbrante. Quizá el arte encuentra potencia cuanto más se acerca a la historia y se aleja de las mercancías al uso que cubren nuestros deseos de valencias estéticas.
Concretamente, sin repetir obras ni mucho menos, la muestra te transporta al imaginario de muestras que cimbraron la globalización como Magiciens de la Terre, curada por Jean-Hubert Martin en el Pompidou en 1989; o Lo crudo y lo cocido, curada por Dan Cameron en 1994 para el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía o la Tercera Bienal de la Habana bajo la dirección de Llilian Llanes; entre otras exposiciones y bienales durante los ochenta y noventa. Estas muestras tienen la marca de un cierto exotismo que globalizó al arte no europeo que puede ser debatible, pero retrotraer esta forma en 2025 parece arrojar algo de esperanza. Aunque corra el riesgo del lugar común tercermundista, ambientar la exhibición de arte produce una experiencia separada del mercado que hoy en día parece no tener distancia de la mera exhibición de las obras de arte.
Algo parecido a esto sucedió con el booth de Sala de Espera (Tijuana) en la feria Material de 2024, o el de Héctor Dorantes en Salón Acme en 2025. Las obras –individuales y vendibles– eran mostradas con todo un armazón conceptual que volvían el espacio de exhibición un lugar de pensamiento y no sólo la neutralidad ideológica del cubo blanco. Sala de espera recreó su espacio físico en Tijuana, añadiendo el imaginario de las cantinas del norte; mientras que Héctor Dorantes construyó un pasillo de elevación para transitar sus pinturas como si de una ascensión se tratara. En Futuros arcaicos la teatralidad del espacio potencia las obras y las presenta como parte de un pensamiento que cruza la memoria y el territorio, tanto de la tradición del arte como en términos más conceptuales.
¿Estoy diciendo que la forma de mostrar el arte cambia completamente la lógica en que el arte se acerca al mercado y la experiencia? Posiblemente sí. Y es que tal vez el arte materialmente crítico se ha vuelto histórico y su forma de exhibición sólo pueda acercarse a la antropología. Dice Anne Carson que en el amor nos volvemos antropólogos de nuestra propia sensación. Tal vez el arte contemporáneo que quiera producir experiencias desligadas de su consumo capitalista sólo pueda ser visto como espacio donde se propicie la experiencia histórica; el conocimiento crítico necesario para una ruptura con la más reciente configuración histórica, pues el presente no es otro que el del mero consumo.
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Texto publicado el 18 de julio de 2025.