Figuración negra: Zéh Palito y Amoako Boafo

Vista de la exposición The One That Got Away, de Amoako Boafo.

Por Mari Carmen Barrios Giordano

 

En el panorama cultural de México, dos exposiciones destacan hoy por su coherencia temática: Between the World and Me, de Zéh Palito, en el Museo de Arte Contemporáneo de Querétaro (MACQ); y The One That Got Away, de Amoako Boafo, en la galería Mariane Ibrahim, en la Ciudad de México. Palito (Limeira, Brasil, 1986) y Boafo (Accra, Ghana, 1984) son pintores jóvenes que abordan la representación de comunidades afrodescendientes mediante pintura figurativa. Aunque sus países de nacimiento se encuentren en costas opuestas del Atlántico, su trayectoria, obra y presentación en México pertenecen a un tema al alza en el arte contemporáneo, que raramente hemos podido estudiar a fondo en el país: la figuración negra en pintura.

“Figuración negra” es mi traducción de “Black figuration”, término en inglés que se ha popularizado en el ámbito transnacional del arte contemporáneo para referirse a un movimiento artístico de ya varias décadas. Me parece un término útil, pues no apela a eufemismos geográficos (“African-American”, “Afro-Caribbean”, “Anglo-Caribbean”) para nombrar la identidad de los creadores y pretender que a partir de ello se trazan afinidades entre sus obras. Al contrario, lo que se está nombrando es el contenido visual de las obras: representaciones de la figura humana cuya identidad racial reconocible es afrodescendiente. 

Me interesa escribir sobre estas dos exposiciones en conjunto, porque ambos artistas son brillantes y sus obras son merecedoras de discusión y apreciación pública. En México, no hemos tenido la oportunidad de pensar críticamente sobre el desarrollo de una reconocida escuela de figuración negra, que desde fines del siglo pasado se ha dedicado al tema e impulsa ahora a una nueva generación de artistas como Palito y Boafo, pero también grandes estrellas como Jordan Casteel, Njideka Akunyili Crosby y –mi preferido– Arcmanoro Niles.

Palito y Boafo son los primeros de varios artistas que presentarán obra de esta temática en nuestro país este año (Remi Ajani se presenta en Travesía Cuatro, gracias al programa de Condo Mexico City 2024; y Tessa Mars tendrá una exposición en Casa del Lago),  subrayando la necesidad en la crítica de retomar el retrato en pintura y evaluar su uso como aparato de representación de las identidades raciales. Quizás no le hemos prestado tanta atención al retrato pintado ­–género bastante descuidado en las expresiones artísticas locales– por prejuicios tradicionales o académicos, pero en ambas exposiciones, Palito y Boafo muestran que el retrato en pintura es hoy un conducto vital de experimentación plástica.

Vista de la exposición Between the World and Me, de Zéh Palito.

La obra de Palito y Boafo se nutre de un imaginario visual amplísimo: ambos son herederos tanto de las sensibilidades de los movimientos de arte moderno europeos como del arte pop. A estas influencias las acompaña una prolífica tradición de figuración negra, que a partir de los 80 atrajo la atención ininterrumpida de críticos de arte por su dedicación a una tarea exclusiva: la representación de miembros de comunidades afrodescendientes en pintura, tanto en retratos como en escenas más elaboradas.

En Estados Unidos, este grupo lo encabeza el distinguido Kerry James Marshall, a quién le acompañaron en la tarea el ya famosísimo retratista presidencial Kehinde Wiley, Henry Taylor, Mickalene Thomas, Kara Walker y Amy Sherald. En Gran Bretaña, la celebridad de los Young British Artists (YBAs) en los 90 llevó a la fama a Chris Ofili, con sus célebres lienzos de figuras negras amorfas, mientras Lynette Yiadom-Boakye, Lubaina Himid y Claudette Johnson construyeron carreras notables explorando el tema de los retratos y representaciones más clásicamente figurativas.

Esta generación de pintores se dio a la tarea de explorar la infinidad de modos en que el pigmento y los materiales, la línea y la superficie plana podían utilizarse en pos de la representación de, sí, la piel y la fisionomía, pero también aspectos culturales, como las costumbres, la literatura y la música. Hoy su influencia es enorme y en la obra de Palito y Boafo se aprehende el estudio minucioso que sin duda ambos les han dedicado a estos predecesores.

La exposición de Palito es una de las más afortunadas que se haya presentado hasta ahora en el MACQ, cuyas galerías largas y angostas deben suponer un desafío curatorial: el tamaño y la configuración de los 16 lienzos cayeron como anillo al dedo. Palito creó además dos obras in situ: la escultura de un coche en el patio de entrada al museo, y un mural efímero para camuflajear una caja de tablaroca en una de las salas.

La exposición toma su título de un bestseller del autor Ta-Nehisi Coates, redactado como una carta a su hijo sobre el prejuicio y la vigilancia bajo los que se vive como hombre negro en Estados Unidos. Muchas de las obras en la exposición replican títulos o letra de expresiones musicales de soul, rap y tropicália, como Sade (Your Love Is King), Nas (Put That Tape on I Like) y Jorge Ben Jor (Umbabarauma), y algunas son representaciones de personajes fílmicos, como Apollo Creed, de Rocky (1976); y Orfeo, de Orfeo Negro (1959). Las referencias musicales y fílmicas son múltiples y me emocionaba reconocerlas, pues mis recuerdos animaban las figuras retratadas –varias a escala real– en una paleta de colores vibrantes aplicados de modo plano. Aparte de las referencias a la cultura pop, Palito se nutre de las representaciones estilizadas de artistas pop como David Hockney y Wayne Thiebaud, de quienes recoge referencias directas –como las albercas de Hockney con sus clásicas escaleras de metal y los conos de helado en fila de Thiebaud– y de las obras de recortes de papel de Henri Matisse. La variedad de referencias culturales y visuales en cada lienzo es tan amplia y profunda como en las obras maestras de Kerry James Marshall y Mickalene Thomas, y la elección de dos pigmentos cafés para representar la piel –uno muy oscuro y otro casi color arena– recuerda la técnica de Henry Taylor. Acompañados de bodegones, coches, y dos que tres elementos arquitectónicos, los sujetos de Palito nos observan con aplomo, como artistas en la cima del estrellato; imposible no admirar a estos personajes a quienes Palito ha infundido con tanto estilo. Ciertamente, hay una tensión entre la seguridad retratada y la alusión al texto cauteloso que nombra a la muestra.

Si a Palito lo distingue una abundancia de colores y referencias culturales, los retratos que Boafo presenta en The One That Got Away son más sobrios y quizás un tanto más “clásicos” en el sentido del género artístico. En técnica, Boafo es único entre los artistas jóvenes dedicados a la figuración negra, pues no usa pincel, sino las yemas de sus dedos para marcar la superficie del lienzo; pero aun así recoge varias estrategias visuales desarrolladas por artistas predecesores para tratar la figura negra. Entre estas está la representación de la figura sobre fondos planos de color, artificio característico de Amy Sherald (véase su retrato de la primera dama Michelle Obama como ejemplo), y el uso de un pigmento azul brillante para representar los efectos de la luz sobre la piel –sombras, textura y reflejos– que evoca las experimentaciones formales de Chris Ofili en la serie The Blue Paintings (si no la temática). Pero es el estilo tan particular de la pintura de Lynette Yiadom-Boakye –de aplanar el volumen por medio de pinceladas anchas y angulares aplicadas en bloque– que parece ser la referencia estilística más fuerte en la obra de Boafo, cuya técnica singular de aplicación de la pintura tiene un efecto similar de desestabilización con relación al volumen de la figura.

Vistas de la exposición The One That Got Away, de Amoako Boafo.

The One That Got Away también incluye una obra in situ, acentuando las correspondencias entre las exposiciones: un enorme vitral instalado en el espacio de uno de los ventanales de la galería que da hacia el patio de entrada al domicilio. Se titula White Hand Basin y muestra a una mujer delante de un lavabo blanco volteando la cara hacia el espectador para mirarnos directamente. La composición de la escena –desde el lavabo, el espejo, la desnudez de la mujer y la serenidad de sus facciones– remite a un tema muy trabajado en la escuela Impresionista: el baño. La Toilette, de Mary Cassatt; y Femme à sa toilette, de Gustave Caillebotte, son quizás las dos obras que más asemejan la de Boafo, y mientras que muchas de las poses de los sujetos en las demás obras también aluden a pinturas canónicas, ninguna es tan clara en su referencia como White Hand Basin. En contraste a Palito, Boafo es un artista de sutilezas.

Tener la ocasión de ver estas obras y reconocer en ellas el amplísimo lenguaje visual de la figuración negra me hizo reflexionar en que no hemos tenido oportunidad en México de ver obras de la generación precursora a Palito y Boafo. Aunque imágenes de las obras de Kehinde Wiley (quien ha presentado obra en tan sólo una ocasión en México, con el préstamo de un único lienzo al Museo Nacional de Arte), Kerry James Marshall y Mickalene Thomas sean ubicuas en redes, el manejo que cada uno le da a la aplicación de la pintura no es fácil de distinguir por medio de imágenes en pantalla. La novedad y variedad de técnicas que estos artistas han desarrollado para representar no sólo el color de la piel, sino el contorno, el volumen y los efectos de la luz son indicios de genialidad artística propios de este género, y los lienzos de Palito y Boafo demuestran que esa proeza técnica que distinguió a la generación predecesora inspira también la obra de la nueva generación. Ambas exposiciones me parecen éxitos rotundos, no sólo con relación a la calidad de la obra, sino por mostrarnos las direcciones que está tomando hoy la figuración negra, tema totalmente novedoso en nuestro país.

Faltaría ahora ver en algún recinto mayor una revisión amplia del género, como las ha habido en años recientes en Ciudad del Cabo, Sao Paulo, Londres y Los Ángeles. En el ámbito del arte contemporáneo, ha sido electrizante que el retrato pintado –uno de esos géneros artísticos que sería tan fácil repudiar por prejuicio academista– sea revivido y revitalizado por quienes se dedican específica y deliberadamente a la representación de la figura negra. El tema de la representación de la identidad étnica o racial a través de expresiones artísticas visuales es de inmenso interés público; en particular, las discusiones sobre la representación de la afrodescendencia son prioridad en el mundo artístico globalizado, y en México no les hemos puesto suficiente atención, aún cuando el tema atraviesa las identidades locales.

Si los funcionarios culturales de la Ciudad de México quieren posicionarla como una capital cultural para el llamado “sur global”, la representación de la figura negra es uno de los temas en los que curadores e instituciones locales tendrán que mostrar por lo menos una mínima sensibilidad y conocimiento. Espero con ansias el momento en que los grandes museos de la ciudad, aquellos cuya reputación les concede la posibilidad de realizar una colaboración con figuras de la envergadura de Kerry James Marshall, Kara Walker, Chris Ofili o Lubaina Himid, se den a la tarea y compartan con el público lo que el MACQ y la galería Mariane Ibrahim supieron iluminar primero.

Vistas de la exposición Between the World and Me, de Zéh Palito.

Las opiniones vertidas por los colaboradores o invitados de Revista Cubo Blanco son responsabilidad exclusiva de quienes las emiten y publican, por lo que no representan, necesariamente, la postura de Revista Cubo Blanco respecto de cualquier tema.