Por Edgardo Aragón
“Donde termina el guiso y empieza la carne asada comienza la barbarie.”
–José Vasconcelos
En La Divina comedia, poema necro filosófico, Dante describe al infierno como una mina a cielo abierto, con círculos de castigo. El tercero de ellos es el de la gula, donde se localiza la exposición Conocer al mundo sin que te piquen las espinas en Casa del Lago, curada por Beto Díaz y Dea López. Compuesta mayoritariamente por obras basadas en alimentos, la exposición resulta ligeramente infame en un país que sufre de malos hábitos alimenticios, en donde las clases altas cuentan con el tiempo necesario para oscilar entre dietas de moda —como el paleo, keto y productos orgánicos— y el cultivo del ocio en la vacuidad de sus vidas, con viajes y artículos innecesarios de lujo. Es como si las armerías de Arizona vinieran a Culiacán a financiar ponencias filosóficas sobre la fragilidad de la vida. En la muestra están presentes piezas de la colección FEMSA, gran patrocinador del arte contemporáneo mexicano… quizás se trate de una licitación más.
El poder sobre artistas e intelectuales que por décadas monopolizó el viejo sistema, se encuentra hoy en manos de la iniciativa privada. Son los ricos quienes definen qué es arte y qué no. El sistema casi fascista al que se ha sometido la cultura es una corresponsabilidad entre el estado y los ciudadanos: el diablo ofrece el fruto, uno decide si lo come. El país no puede tener una pelea intelectual localizada en la dicotomía entre capitalismo y socialismo puesto que, en esencia, está diseñado y opera como una sociedad feudal. A menudo las colecciones de arte son usadas para comprar imagen social y exentar impuestos, aquí y en todo el mundo.
Sabemos que FEMSA, que es básicamente la Coca Cola, sólo ofrece alimentos y bebidas chatarra, dato que resalta en una exposición que propaga superficialmente los alimentos naturales y elementales, casi mágicos, de la dieta mesoamericana. El objetivo mercantil es incidir y explotar la debilidad del ser humano por lo dulce y lo salado, que es innecesario en términos nutricionales; la adicción a la comida y bebida basura, vicio desmedido por el placer desbordado, dirigido principalmente al sector demográfico más desfavorecido. Los estadounidenses se refugian en drogas ilegales, los mexicanos lo hacen con los ultra procesados, aunque son infiernos paralelos. Que sea elección de cada individuo no lo justifica.
La muestra se define a sí misma como una recolectora de lo lindo que es comer. Aunque es una necesidad básica, naturalmente tiránica, los alimentos históricamente han sido usados desde los aparatos de poder. Los colapsos más significativos de la historia son derivado de la incapacidad de mantener operando los sistemas alimentarios operando. La cocina no es únicamente un grupo de señoras bien intencionadas silbando entre los comales lo divina que es la vida, ellas son también estadística de la precarización laboral; la cocina típica o tradicional, tan de moda hoy, descansa sobre el trabajo de miles de mujeres y hombres que tuvieron que hacerlo así, no lo eligieron; la cocción con leña no es una forma culinaria sofisticada, es un reflejo de la pobreza en la que crecieron generaciones de mexicanos sin acceso al gas, por ejemplo.
Aunque el texto de sala pretende asignar el concepto de comunidad a los pueblos rurales, como si estos poseyeran el registro de la idea de grupo en la oficina de patentes, la selección de obras se focaliza mucho en la etnografía documental. Las hierbas, los olotes y las mazorcas son usados nuevamente como ejemplo de lo que, según, somos; aunque los coleccionistas del arte mexicanos se caracterizan por no comer tortillas. No pude evitar pensar esto al ver el Movimiento número 3 (2024), de Alba Serra y Cristóbal Ascencio; aquí la mirada curiosa, aparentemente empática, es una especie de cristal templado con la realidad.
Es nuevamente paradójico encontrar sobre todo que hay una multiplicidad de obras que son replicas mal entendidas del mundo mesoamericano. La mexicanidad la inventó Adolfo Best Maugard, que fue reclutado por José Vasconcelos, en la década de 1920. A través del llamado “Método Best Maugard”, se buscaba promover la creación artística en las escuelas desde una perspectiva nacionalista, utilizando elementos del arte prehispánico y popular mexicano. Ahí nació la artificial identidad mexicana, que ha sobrevivido hasta 2025 a través de la SEP. Mesoamérica y México son dos cosas absolutamente distintas, aunque se los trate como iguales.
La mayoría de los artistas que replican monitos de la era prehispánica lo hacen pensando en la obra de Mariana Castillo Deball, que a su vez es una síntesis del trabajo museográfico de Fernando Gamboa, hombre fuerte y poderoso del viejo sistema político nacional que controlaba y filtraba con fuerza el arte mexicano. El mejor ejemplo de esto está en el Museo de Arte Prehispánico de México Rufino Tamayo, en Oaxaca, donde las re interpretaciones del arte prehispánico son, pues, meramente displays. El caso de Vending machine (2023), de Enrique Argote, compuesta por réplicas de objetos prehispánicos genéricos en un dispensario de alimentos basura, es otro ejemplo; si estuviera localizada a las afueras del templo mayor tendría sentido, pero ahí competiría con concheros, brujos y vendedores.
La paleta de hielo con el calendario azteca, de Gabriel Lenguerin, busca democratizar el objeto artístico, aunque la mayoría de objetos arqueológicos que refiere están ya democratizados puesto que ya pertenecen a museos y son patrimonio de la humanidad. La piedra del sol, está en las monedas de 10 pesos, y Lenguerin busca romper con el souvenir siendo uno. Es un callejón sin salida, muestra como novedosa una técnica de impresión en 3D que se puede comer, muy común en los restaurantes modernos.
Hay mucha alharaca entorno a los pueblos indígenas. En Chiapas, donde se extrae agua para las Coca Colas, el refresco es una deidad. En Chamula hasta la brujería esta transitada por la adicción al azúcar, pero de esa debilidad indígena no se habla; pasaron del alcohol a las gaseosas debido a una campaña de sustitución promovida por el estado.
(¿Porque los mexicanos de hoy andan vestidos y actúan como si fueran empleados del Sanborns? En una exposición realizada por Juan Villoro en Berlín oriental, se incluyeron serigrafías de Sebastián. Nadie entendió la exposición hasta que Villoro les mintió diciéndoles que los planos de colores representaban los puntos cardinales y las direcciones de la cosmovisión azteca. Vestirse de Tehuana es altamente rentable).
Las piezas más exitosas de la exposición son postres. En múltiples estudios antropológicos, se narra que en el paleolítico lo dulce era algo inalcanzable; cuando el fruto estaba disponible, el recolector se atiborraba, porque no sabía cuándo iba a conseguir más. Lo dulce, dicen los científicos, es una recompensa al trabajo duro de conseguirlo, por eso el cerebro del homo sapiens brilla cuando recibe la recompensa y tiene golpes de insulina y dopamina. El principio del placer es también el de la adición; una debilidad muy fácilmente explotable. El arte, con todo respeto, no es fácil. No tiene que serlo, no es un shot de dopamina, es un proceso altamente complejo. En lo personal, pienso que busca en gran medida lo numinoso usando máscaras de la realidad secular; mientras que en la exposición Conocer al mundo sin que te piquen las espinas hay un lago pantanoso de literalidades.
Hay un imperativo ético que ha desaparecido completamente de las sociedades educadas contemporáneas. La búsqueda de la atención rompe los códigos morales. No los culpo, las generaciones previas no enseñaron a las nuevas. La única manera de no espinarse es comprar los nopales al intermediario, pero si realmente quieres entender el mundo tienes que estar dispuesto a bajar el fruto con espinas y estar consciente de que puedes salir no solo espinado sino completamente aguatado, que es peor. Para llegar a las pitayas hay que caminar entre peñascos, mogotes, veredas y barrancas. También hay que esperar; los frutos operan por temporadas, eso es lo natural.
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Texto publicado el 6 de junio de 2025.