Entre el instante y el gesto pictórico

POR EDGAR ALEJANDRO HERNÁNDEZ

Cuando una muestra colectiva se crea a partir de conceptos tan abiertos como “el accidente controlado”, “el gesto pictórico” o “la poética de lo fallido”, es común que el discurso curatorial termine instrumentalizando las obras para utilizarlas como ilustración de los temas que el curador busca abordar.

Tal es el caso de “Ocho mesas: Entre el instante y el gesto pictórico”, en La Tallera, curada por Direlia Lazo, quien toma como punto de partida la obra “Acht Tische” (Ocho mesas), de Roman Signer, para problematizar las intenciones y prácticas que han marcado la carrera del artista suizo, reconocido por sus “esculturas de acción” y “accidentes controlados”.

Es importante recordar que Roman Signer visitó México en 2011 para producir “Acht Tische” como pieza específica para la Sala de Arte Público Siqueiros (SAPS), la cual fue comprada y se integró al acervo del recinto. Este hecho no es menor, pues al canónico artista de 77 años, quien representó a Suiza en la Bienal de Venecia en 1999, no acepta invitaciones que impliquen recorridos tan largos.

Lo que hago no es ciencia. Surge de una manera intuitiva y emotiva. Un científico lo calcula. Eso a mí no me interesa. Las mías son esculturas emotivas” (Excélsior 26/10/2011), señaló Roman Signer en 2011 sobre “Acht Tische”, una instalación que consta de ocho mesas de madera que en su superficie tiene pintados trazos irregulares que no fueron realizados por la mano del artista, sino por un cuadricóptero que llevaba atada una brocha en su base y volaba desde una lata de pintura hacia las diferentes mesas.

Rescato la frase porque es justo la parte emotiva la que se deja de lado en esta muestra y se hace un planteamiento racional de las obras. En La Tallera, “Acht Tische” se exhibe a partir de las mesas, la lata de pintura y un video que documenta la acción y alrededor se montaron las obras de Javier Bosques, Rometti Costales, Fernando Ortega, Chantal Peñalosa, Wilfredo Prieto, Adriana Salazar, Sofía Táboas y el colectivo Tercerunquinto.

La museografía diseñada como una estructura estelar, donde Roman Signer es el Sol y el resto de los artistas son planetas que gravitan a su alrededor, genera una lógica desigual que remarca el carácter decorativo de las obras que acompañan la pieza del artista suizo.

Direlia Lazo justifica esta acción bajo el argumento de que las obras de los artistas jóvenes funcionan como “filtros” de las prácticas de Roman Signer, ya que incluso clasifica el papel que cada una de las piezas juega dentro de la exposición:

“Las instalaciones de Fernando Ortega reflejarán ese estado de permanencia temporal que acontece en el tránsito del proceso al resultado; el trabajo de Adriana Salazar llamará la atención sobre la poética de lo “fallido”; los charcos de café y leche derramados en el suelo de Wilfredo Prieto significarán el accidente controlado como operación artística; Javier Bosques conducirá una lectura hacia procesos que parten de la recreación doméstica de un fenómeno natural; la observación de lo cotidiano como metodología se activará desde la obra de Chantal Peñalosa. Mientras que ejercicios pictóricos, en su condición azarosa o intencional (…) se reflejarán en la obra de los artistas Rometti Costales, Sofía Táboas y Tercerunquinto”.

“Ocho mesas: Entre el instante y el gesto pictórico” cae en la lógica, casi pedagógica, de forzar a que las obras “signifiquen” para que puedan entablar un diálogo con una obra que forma parte de la colección de la SAPS, pero al determinarles una estrategia y una clasificación, que las vuelve satélites de un artista canónico, lo que se hace es justamente mutilar sus posibilidades de significación y de diálogo con el resto de las obras y con un público posible.

El ejemplo más claro de este problema lo dan las esculturas de Fernando Ortega “Permanencia voluntaria” (2015), “Desalojo” (2015), “Entretanto” (2015) y “Transcripción” (2004) que, según la curadora, “reflejarán ese estado de permanencia temporal que acontece en el tránsito del proceso al resultado”.

En principio, la obra de Fernando Ortega demanda de un montaje mucho más abierto que permita reconocer la complejidad de su discursiva, ya que una característica de su trabajo está en producir piezas frágiles, que tienen una ejemplar sencillez y una precaria belleza, que condensan un largo y complejo estudio previo que no se ve a simple vista.

 

Reunir como si fueran una serie “Permanencia voluntaria”, “Desalojo” y “Entretanto” no provocan una conexión con la obra de Roman Signer, por el contrario, pareciera que citan a Peter Fischli & David Weiss, quienes en la década de los ochenta desarrollaron una serie fotográfica a partir de juegos de equilibrio. Como referencia de este trabajo vale recordar que la colección completa del dueto suizo se exhibió en México en 2013 dentro de la muestra “Un lugar en dos dimensiones: Una selección de la Colección Jumex + Fred Sandback”.

Ahora bien, el diálogo interno que pudieran generar “Permanencia voluntaria”, “Desalojo” y “Entretanto” se rompe al presentarlas junto a “Transcripción”, ya que esta última es una pieza que resume de forma más contundente el largo y complejo proceso creativo de Fernando Ortega, quien parte de seres tan pequeños como los mosquitos, los grillos o las arañas para generar muchas de sus obras emblemáticas.

“Transcripción” exhibe las partituras de una pieza de violín, la cual se interpreta en vivo dentro de la sala, para traducir el zumbido de un mosco que el artista grabó durante una noche de desvelo. Para esta pieza el artista asumió casi el papel de un director de orquesta, ya que, como él mismo comentó, las partituras tienen un límite al momento de ser interpretadas y fue necesaria su dirección para lograr que el sonido realmente reflejara su experiencia durante los ataques del insecto.

Todos estos matices de la obra de Fernando Ortega se pierden si sólo se muestra como satélite de la obra de Roman Signer.

Lo mismo ocurre con la pieza “Pinches gringos, ya están otra vez tirando hielo” (2009), de Chantal Peñalosa, que se montó en la exposición bajo la premisa de que refleja “la observación de lo cotidiano como metodología”. Si bien esta lectura es relevante, para mí lo que resultó fundamental de la obra fue su exploración del carácter emotivo que tiene el lenguaje, ya que a partir de una simple frase se puede ubicar de manera local un fenómeno (la estela que dejan los aviones en el cielo), la cual puede ser visto desde cualquier parte del mundo.

Igual es poco afortunado que la obra “Café con leche” (2009), de Wilfredo Prieto, se presente para poner en discusión los accidentes controlados de Roman Signer, pues al asignarle esta lectura se anulan sus posibilidades como acción, como pieza que ocupa el espacio más allá de su materialidad o su potencial plásticas a partir de su permanente transformación con el paso del tiempo.

“Ocho mesas: Entre el instante y el gesto pictórico” es una muestra que vale por todas aquellos diálogos y resonancias que generan las obras más allá de su montaje curatorial, lo cual habla bien de los artistas y sólo de los artistas.

“Ocho mesas: Entre el instante y el gesto pictórico” se exhibe del 4 de julio al 18 de octubre de 2015 en La Tallera (Calle Venus 52, Jardines de Cuernavaca, Cuernavaca, Morelos).

 

Texto publicado el 9 de julio de 2015 en el blog Cubo Blanco del periódico Excélsior.