Ben Vautier. Hacer un rastro de pintura en el suelo (1970).

Ben Vautier. La muerte no existe 

 

Por Edgar Alejandro Hernández 

 

La exposición Ben Vautier. La muerte no existe representa un evento único y trascendental en la Ciudad de México, no sólo por ser la primera retrospectiva en Latinoamérica de uno de los fundadores del colectivo Fluxus, sino porque es una revisión lo suficientemente vasta y generosa como para rastrear genealógicamente un conjunto de prácticas que son reconocibles en la mayoría de los artistas que hoy conforman el canon local. 

Visitar en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) la exposición de Ben (monónimo que lo identifica) provoca esa extraña sensación de recorrer un lugar que se conoce por primera vez, pero que no obstante despierta una profunda familiaridad. Esa doble operación entre descubrir y recordar es por mucho uno de los mayores logros de esta exposición. Sus pinturas hechas con esa reconocible escritura escolar cursiva que ha definido su trabajo, los videos de sus acciones callejeras en las décadas de 1960 y 1970, el despliegue de carteles y anuncios que registran sus presentaciones de época o las instalaciones y esculturas que reafirman ese carácter lúdico de su producción. Todo nos ayuda a perfilar esa lengua franca que hoy denominamos arte contemporáneo. 

No resulta un gesto menor que, desde el inicio de la muestra, el artista justifique la presencia de su obra en México. En un mural de letra multicolor Ben se pregunta  “¿Qué hago en México?”, y el mismo se contesta: “Muestro sobre todo mi ego, de todos modos en el ‘arte’ no hay más que ego, con sus distintos pretextos: ser revolucionario, ser sincero, encontrar algo nuevo. ¿Qué mostrarles? ¿El Ben filósofo? ¿El Ben étnico? ¿El Ben pretencioso? ¿Qué mostrarles? Tengo más de 120 temas: mis apropiaciones, los espejos, el caos, los retratos, la guerra, el miedo, la muerte, los gestos, las stupids ideas, mis ejercicios sobre el ego, el tiempo, Ben sexomaniático, los huacales, las maletas y baúles, pero ante todo la verdad. ‘La muerte es más fuerte que la vida’, dicho esto, si no cuaja la cosa, diré: ‘Así es la vida’. Hasta la vida”. 

Igual que ese caos ordenado con el que Ben resume su exposición, así la muestra se agolpa como una acumulación de obras y documentación que se sucede con un ritmo frenético y desordenado, haciendo eco de ese impulso del arte como acción que lo llevó prácticamente a desaparecer su obra en la década de 1960, pero también lo empujó a crear piezas que ocupan el espacio y que provocan un encuentro lúdico con el espectador.  

Si bien el artista no se encuentra dentro de los creadores que hacen gran alarde de sus habilidades técnicas y manuales, la mayoría de sus obras son de una inmediatez cruda y prácticamente cualquier persona podría realizarlas, la muestra también presenta una extensa sección con decenas de retratos y autorretratos que muestran a un Ben pintor. Como si quisiera recalcar ese productivo problema que genera la contradicción de que su obra atiende lo mismo la desmaterialización del arte que la producción de piezas bajo los medios más tradicionales. 

Ben Vautier. Me hice bolas, 2014.

Históricamente la obra de Ben, y de la llamada Escuela de Niza, adquiere relevancia porque se constituye como una respuesta de vanguardia a la interminable disputa entre el expresionismo abstracto estadounidense y el llamado realismo social. Esto no sólo lo vinculó con Fluxus sino con toda la corriente que perfilaría el desarrollo de un arte conceptual. 

Genio de la apropiación, práctica que en la actualidad se ha estandarizado dentro del campo artístico, Ben nos demuestra el extremo al que se puede llegar al tomar cosas de la historia del arte, de las vanguardias y de muchos de los artistas de su época. La desmedida apropiación que hace, por ejemplo, del readymade,​​ corrompe la idea limitada que proponía bajo la idea de que cualquier cosa puede ser arte, pero como una postura excesiva.

Es conocida su acción en la que coloca una pequeña puerta que ofrece al paseante convertirse en una obra de arte si cruza a través de ella, o el gesto de firmar con su nombre todo lo que tenía a su alrededor. Esta conexión entre arte y vida lo llevó a firmar a su propia hija de tres meses, para volverla una escultura viviente; o a apropiarse de la ciudad de Niza, que enmarcó en 1963 como si fuera un cuadro y en el canto escribió “Ben firma a Niza”. 

Es tan generosa su obra en formatos y temáticas que hoy se vuelve un faro que nos permite ver con más claridad el origen de muchos procesos artísticos que en su momento se consideraron novedosos, pero que en el fondo tienen como base a este tipo de creadores que constituyeron las vanguardias del siglo XX.

Muchas de las prácticas que empezaron a institucionalizarse en México dentro del llamado arte de los noventa y que hoy definen el canon del arte local son claramente rastreables dentro de la producción de artistas como Ben. Es fácil conectar todas las estrategias de juego y azar de Ben con varios artistas de los noventa. Por decir lo obvio, la mesa de juegos que exhibe actualmente Ben en el MUAC (Me hice bolas, 2014) me recordó, sin importar que es posterior, todas las obras que hizo Gabriel Orozco a partir de mesas de ping pong o de billar, las cuales se volvieron un ícono de su producción.

Un caso más claro lo da una pieza que no está en la exposición pero que conozco bien: Hacer un rastro de pintura en el suelo (1970). La acción nuevamente resulta una referencia directa a piezas como The Leak (2022) o The Green Line (2004) del artista belga radicado en México, Francis Alÿs. 

Que la obra Hacer un rastro de pintura en el suelo no aparezca en la exposición MUAC abre una gran área de oportunidad, ya que hubiera sido elocuente provocar un diálogo entre la muestra de Ben y la próxima individual que hará el MUAC de Francis Alÿs.

Comparar las obras de Ben con artistas de los noventa no implica un juicio moral, sobre todo porque Ben es un artista que ha hecho de la apropiación una operación sistemática. Lo relevante y político es que nos da elementos para dimensionar el pesos específico de un creador que fue precursor de muchas de las prácticas que hoy consumimos como arte contemporáneo y, más importante aún, demuestra lo valioso que es ir a contracorriente de las cuotas y la corrección política que en los últimos años ha imperado en la programación de los museos del país, entre ellos, el MUAC.

 

La exposición Ben Vautier. La muerte no existe se exhibe en el Museo Universitario Arte Contemporáneo del 1 de octubre de 2022  al 2 de abril de 2023.