Aquatania Parte I: Un hombre debe ocupar el lugar que Dios le otorga –caminos selváticos o las calles de Hollywood– y pelear por las cosas que cree


DE CRISTÓBAL GRACIA

CURADURÍA INBAL MILLER Y EDGAR ALEJANDRO HERNÁNDEZ

DEL 23 DE SEPTIEMBRE AL 17 DE DICIEMBRE DE 2016

EL CUARTO DE MÁQUINAS/GALERÍA HILARIO GALGUERA

Cuando un artista se apropia de una pieza histórica, el éxito de dicha empresa radica en su capacidad de seleccionar sólo aquellos elementos que pueda sumar a su propio discurso, ya que de lo contrario terminaría como una simple ilustración de la obra reinterpretada.

Cristóbal Gracia (Ciudad de México, 1987) toma la película hollywoodense Tarzán y las sirenas (1948), protagonizada por el veterano actor/nadador Johnny Weissmuller (1904-1984), para problematizar su propia historia con Acapulco, ya que la película fue filmada en el puerto guerrerense, con actores mexicanos, para escenificar una perdida isla en África.

Para el artista queda claro que la estrambótica relación que hace Hollywood de una atrasada y exótica civilización africana con el puerto mexicano no es un gesto menor por parte de la mayor industria cinematográfica, sino todo lo contrario, ya que dicho desplazamiento geográfico y cultural ejemplifica muchos de los errores y malas interpretaciones que generó el cine de la época para legitimar una política de intervención post-colonialista.

Esos errores y clichés de exotismo que sirven de contrapunto para vincular a México con todos aquellos ideales planteados por la modernidad durante buena parte del siglo XX son el punto de partida de Cristóbal Gracia, quien observa que el fracaso del relato progresista y de vanguardia se refleja en el propio puerto de Acapulco, que hoy muestra su rostro más brutal y violento, pues el glamoroso destino turístico se encuentra obnubilado por el crimen organizado.

Es justo el fracaso de esos ideales modernos y la decadencia del puerto mexicano lo que da sentido a la reinterpretación que Cristóbal Gracia propone en su exposición Aquatania. Parte I. Un hombre debe ocupar el lugar que Dios le otorga –caminos selváticos o las calles de Hollywood– y pelear por las cosas en las que cree, que toma como leitmotiv al actor de origen rumano Johnny Weissmuller, quien protagonizó 12 películas de Tarzán, siendo Tarzán y las sirenas la última, y vivió sus últimos días en el hotel Los Flamingos de Acapulco, donde ya no era capaz de distinguir entre su vida real y la del personaje que le dio fama mundial.

El fantasma de Johnny Weissmuller es quien guía el video Aquatania. Parte I. Un hombre debe ocupar el lugar que Dios le otorga –caminos selváticos o las calles de Hollywood– y pelear por las cosas en las que cree (2016), pieza central de la exposición, la cual permite ver con claridad el interés que tiene Cristóbal Gracia en la cinta hollywoodense, pero sobre todo en la realidad y actualidad de Acapulco.

El artista conserva el sonido original de Tarzán y las sirenas para hacer una conexión temporal y mostrar hoy los mismos escenarios que sirvieron de escenografía para la cinta hollywoodense, pero filmada con la colaboración de los pescadores de la zona, quienes estelarizan el video con precarias e improvisadas actuaciones, ya que Cristóbal no busca hacer una réplica de la película, sino una versión actual, absurda y contradictoria de la misma, para acentuar y mostrar la decadencia del lugar.

El artista conserva los principales conceptos narrativos de la película como una forma de mostrar las mecánicas de poder implícitas en las visiones económicas, culturales y políticas intervencionistas de Estados Unidos, instrumentalizadas en los medios masivos de comunicación que se explotaban en la época y que en muchos casos se conservan hasta nuestros días.

El proyecto se desdobla en un complejo cuerpo de esculturas, fotografías, pinturas e instalaciones que también hacen un guiño a los artistas mexicanos Gabriel Figueroa (1907-1997) y Gunther Gerzso (1915-2000), quienes colaboraron en la cinta Tarzán y las sirenas, ya que en aquellos años los Estudios Churubusco funcionaban como una extensión de la industria hollywodense y se invitaba a muchos creadores mexicanos.

Gracia retoma las colaboraciones de ambos artistas a través del uso de símbolos y metáforas en donde evoca su trabajo, se conserva el trabajo cinefotográfico de Figueroa, y algunas de sus fotografías fijas son intervenidas dentro del proyecto, para remarcar la discusión dentro del plano audiovisual. Lo mismo ocurre con algunas figuras creadas por Gerzso para la película, que son la base de esculturas y elementos escenográficos reelaborados y reinterpretados por el artista.

Uno de los procesos más interesantes de la reinterpretación de Cristóbal Gracia radica en su obsesión por darle color tanto a la película como a la parafernalia de la misma, ya que no sólo recupera un debate de la época (la película fue muy criticada por no grabarse a color y mostrar con plenitud la belleza de Acapulco), sino que el artista se dio cuenta que para reflejar nuestra extraña realidad ya no era suficiente la idílica escala de grises que tan eficientemente explotó Figueroa.

Otro paso decisivo en la apropiación de la película se da en su transmutación en obra mural. Cristóbal Gracia comisionó en Acapulco a un artista del aerógrafo, Anthuan Salgado, para que realizara dos murales transportables utilizando la misma técnica que regularmente aplica para decorar los autobuses de transporte público que circulan en el puerto guerrerense. 

Los camiones urbanos que circulan en Acapulco son tradicionalmente pintados con imágenes de películas taquilleras de Hollywood, pero lo crucial de estas decoraciones es que en su gran mayoría se trata de versiones muy libres creadas por los propios aerografistas. Partiendo de este mismo principio, Cristóbal Gracia diseñó para sus murales imágenes que retoman escenas icónicas de la película Tarzán y las sirenas, pero también ilustraciones antropológicas de exotismo colonialista, que enfatizan la narrativa paralela que da cuerpo a su obra. 

Los murales juegan también con un problema escultórico, ya que la base está hecha de azulejo de alberca (azulejo Acapulco), lo cual no sólo le atribuye una retícula que claramente puede vincularse con un destino de playa (fetiche primigenio del artista), sino que le otorga un peso y una fragilidad que trasciende cualquier planteamiento puramente pictórico. Las obras de gran formato se vuelven objetos enrarecidos, donde la temática es tan crucial como su materialidad.

Ciudad de México, octubre 2016/mayo 2020