Cuerpos cargados de turbosina

Cuerpos cargados de turbosina

De Josué Mejía

Local 1, CDMX.

Del 21 de septiembre al 22 de diciembre de 2023

 

¿Cómo se habita el relato histórico? Esta pregunta resulta útil para acercarnos a la obra de Josué Mejía (Ciudad de México, 1994), quien presenta un cuerpo de trabajo que nos desvela cómo la performatividad se vuelve un eficaz vehículo para revisitar piezas icónicas del arte mexicano. Sin dar respuestas cerradas, estas obras se vuelven una guía para imaginar cómo el cuerpo del artista y del espectador pueden ocupar y, tal vez, avanzar en los temas que cíclicamente se imponen a la producción artística.

Desde hace un lustro, Mejía ha revisado los mecanismos y estructuras que han definido el consumo del arte mexicano en el extranjero, concretamente en Estados Unidos. En esta ocasión su interés se centra en el conjunto mural Bombardero y tanque, de José Clemente Orozco, que se presentó por primera vez el 14 de mayo de 1940 dentro de la exposición Veinte siglos de arte mexicano en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York.

Una de las muchas peculiaridades de Bombardero y tanque fue que se pintó dentro del museo a la vista del público que visitó el recinto durante los diez días que tardó Orozco en terminar la obra de 2.75 metros de alto por 5.50 metros de ancho, dividida en seis tableros móviles. 

Si bien Orozco aceptó el encargo, nunca estuvo complacido con el mismo. Como lo recordó en sus memorias la galerista Inés Amor, durante la cena para conmemorar la inauguración de Veinte siglos de arte mexicano, Orozco se sentó junto a la promotora de arte Frances Flynn Paine, quien inocentemente le preguntó: “maestro, ¿qué hace usted en Nueva York?” El muralista contestó “trabajo como payaso”, porque consideraba que el MoMA era un gran circo y que él fue la atracción principal mientras pintó Bombardero y tanque.

La anécdota resulta pertinente a la luz del trabajo de Mejía, quien revisa con minuciosidad la historia del mural transportable, pero no para repetir la temática o las lecturas que se han hecho a la obra de Orozco, sino para desvelar aquellos detalles que habitan Bombardero y tanque, pero que se conocen como una nota al pie o que históricamente se han dejado de lado.

A partir de los bocetos preparatorios que el MoMA conserva, Mejía se permite vincular el conjunto mural con el escudo nacional mexicano, dado que aparece la imagen de un avión (águila) y una serpiente, pero en una dinámica invertida. En lugar de que el ave devore al reptil, es la víbora la que derriba el aeroplano. En el mural apenas se sugieren unas curiosas formas serpentinas (como las describe James Oles), pero en la obra preparatoria se reconocen las víboras destruyendo las naves voladoras a primera vista.

Es justo la reinterpretación de los símbolos nacionales lo que resulta interesante para Mejía, ya que ve en este antiescudo nacional un debate sobre el consumo de arte mexicano a mediados del siglo XX y su íntimo vínculo con las relaciones diplomáticas y comerciales entre ambos países, a partir de la expropiación del petróleo en el contexto de la guerra fría.

Tal vez para la academia sea problemático el acercamiento que propone Mejía, pero hay que recordar que Orozco fue deliberadamente ambiguo a la hora de describir la temática de su mural, que no puede ubicarse en un lugar o temporalidad específica y que muestra un conjunto de formas de aviones y cadenas, un proyectil, un tanque y fragmentos de cuerpos humanos que se mezclan caóticamente, como en un frente de guerra.

Este comentario tan abierto, pero puntual, de Orozco sobre la guerra es lo que permite a Mejía conectarlo con la propaganda de guerra, que ya ha trabajado en proyectos anteriores a partir de las caricaturas de Walt Disney y de Miguel Covarrubias.

El artista repite en versión caricatura la operación propuesta por Orozco, quien sugirió seis lecturas de su mural, al intercambiar o suprimir algunos de los tableros móviles que integran Bombardero y tanque. La idea del muralista tuvo un éxito tardío, no sólo porque el mural se ha mantenido en las bodegas del MoMA durante los últimos 80 años, sino que en las pocas ocasiones en las que se ha mostrado siempre fue con el orden original que se le dio en 1940. Apenas en abril de 2023 el recinto neoyorquino finalmente atendió la solicitud de Orozco y exhibe por primera vez la obra en un orden distinto.

Mejía busca iluminar este episodio del mural, para lo cual diseñó seis versiones simplificadas de Bombardero y tanque, pero en una dinámica de consumo que no está consagrado a los parámetros de un museo metropolitano, sino a las normas de circulación que requiere un espacio como Local 1, que es una galería, pero también es un bar.

Mejía está consciente de que, si bien la muestra va dirigida a personas que forman parte del campo artístico, en realidad su público cautivo está en los visitantes nacionales y extranjeros que llegan a consumir los característicos vinos naturales. Y es el consumo lo que perfila el giro performático de las obras incluidas en la exposición.

En el mural de Mejía, las formas que sugieren cada una de las seis versiones de Bombardero y tanque no van fijas al muro, sino que se proyectan y circulan dentro de la galería, emulando esos potentes proyectores que existían en la época de guerra para cazar aviones de combate. El artista recuerda que este tipo de reflectores nacieron con la industria bélica, pero rápidamente fueron integrados al mundo del espectáculo. Debido al uso de radares más precisos, esta potente iluminación se volvió obsoleta y sólo se conservó dentro de la farándula.

Las imágenes proyectadas en la galería serán intercambiadas durante el tiempo que dure la exposición, para acentuar la innovadora y fallida operación que propuso Orozco con Bombardero y tanque.

La circulación y performatividad de las imagines también abrirán una interacción directa con el público, ya que se pondrán a disposición de los visitantes una serie de camisolas militares, decoradas con parches que reproducen los mismos aviones derribados por serpientes, con la idea de que las personas que visitan el bar, en su mayoría estadounidenses, revivan la estrategia de propaganda que implementó el gobierno de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.

Como ya se mencionó, Walt Disney participó con diversas estrategias de propaganda bélica. Sus diseños sirvieron para manufacturar parches militares con personajes animados. Son conocidas las imágenes de Dumbo convertido en un tierno y a la vez feroz avión de guerra, del Pato Donald vuelto un avispado soldado que combate a Hitler o de Mini Mouse caracterizada como una acomedida enfermera que cura con jarabes y panecillos.

El reto ahora es ver si Mejía logra ocupar los cuerpos de los visitantes o si sus imágenes de guerra corren con la misma suerte que Orozco, cuyo mural permaneció inerte más de ocho décadas.    

 

Edgar Alejandro Hernández

Curador

Ciudad de México, 21 de septiembre de 2023