Iván Ruiz, un año después*

Por Edgar Alejandro Hernández


Nunca fui amigo de Iván Ruiz (1979-2022), pero eso no es impedimento para que me indigne profundamente su prematura muerte. Estoy convencido de que su deceso, ocurrido el 9 de diciembre de 2022, fue resultado de la cultura de la cancelación y del linchamiento social que padeció. Sus errados comentarios sobre el feminicidio como un acto amoroso durante una entrevista radiofónica, realizada el 30 de julio de 2021, se tomaron de forma literal y nunca se contrapusieron sus dichos con el desorden mental que padecía, producto de un derrame cerebral que fue tipificado como síndrome de Wallenberg. 

Para decirlo claro, su enfermedad y las evidentes secuelas que dejó en su salud mental jamás entraron al debate. Fue la cultura de la cancelación, sumada a una perniciosa corrección política, la que provocó su remoción como director del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM y su separación de toda actividad académica. 

En el caso de Iván Ruiz la pregunta central, que nunca se hizo, era ¿cómo se pueden juzgar las opiniones de un enfermo que padecía una afección mental, quien estaba en proceso de rehabilitación y su mayor error fue regresar a la vida pública, antes de recuperarse por completo del accidente cerebrovascular que lo mantuvo en coma inducido por varios meses? 

Nunca fui amigo de Iván Ruiz, pero me tocó presenciar en vivo los dos momentos que destruyeron su vida. Como estudiante de maestría, cursaba la materia Historias visuales sobre vulnerabilidad y subversión en México, impartida por Ruiz. En plena pandemia, todas las clases fueron vía Zoom y en la sesión del 28 de octubre de 2020 mi grupo esperó sin éxito que el profesor se conectara para hablar con el invitado de aquella clase. Una semana después, el adjunto de la materia nos informó que Iván Ruiz había sufrido un problema de salud y que se encontraba hospitalizado. En diciembre de ese año el semestre concluyó y nunca volvimos a tener contacto con el profesor. 

Pasaron los meses y, por amigos en común, me enteré que Iván había permanecido en coma inducido y que, tras una larga hospitalización, logró recuperarse y se había reintegrado al IIE. Todo, en apariencia, volvía a la normalidad, pero en esos meses Iván asumió una actitud que por aquellos días se describia como “excéntrica”, "desinhibida”, “provocativa” o “sexualizada”. Un síntoma frívolo pero esclarecedor fue cuando Iván Ruiz comenzó a subir imágenes que varios colegas calificaban de “extrañas” a su cuenta de Facebook. También recuerdo que otra colega suyo comentó que, en una presentación en Estados Unidos, según recuerdo en el MoMA de Nueva York, Iván había tenido una presentación errática y poco afortunada. Luego se sumaron las quejas de algunos de sus alumnos, quienes consideraban que su actitud era violenta. Por todos lados empezaban a saltar las alarmas, pero nadie dentro de la Universidad ni en su círculo cercano hizo nada. 

Llegó el 30 de junio de 2021 y la vida de Iván Ruiz se descarriló por completo. Aunque no tengo el hábito de escuchar la radio, esa mañana sintonizaba la transmisión en vivo del noticiero matutino de Radio UNAM. Al principio no identifiqué su voz, pero conforme transcurría la entrevista reconocí a Iván Ruiz y me quedó más claro que efectivamente era él cuando el locutor le cuestionó con asombro, pero también con excesivo tacto, opiniones como: “el feminicidio es un acto de amor porque la tortura es una pasión del alma”.

Esa mañana me puse en contacto con gente cercana a Iván Ruiz, les comenté el tono de sus declaraciones, unas semanas después les compartí la grabación de la entrevista que estaba disponible en el podcast de Radio UNAM. No recuerdo qué me dijeron, pero lo que estoy seguro es que nadie hizo nada para detener esa bola de nieve.

Pasaron casi dos meses y la grabación de la entrevista empezó a circular masivamente. El linchamiento social se desbordó, en noticieros de televisión y radio la noticia de que un académico de la UNAM consideraba al feminicidio como un acto amoroso corrió como pólvora.

Con una rapidez inusual para cualquier asunto dentro de la Universitario, el 26 de agosto de 2021 el rector Enrique Graue Wiechers pidió a la Junta de Gobierno la remoción de Iván Ruiz. Ese mismo día la Comisión Interna de Equidad de Género del IIE, integrado por colegas que en otro tiempo fueron parte del círculo cercano de Iván Ruiz, emitió un pronunciamiento que señala que “solicitará a las autoridades de la UNAM evaluar las medidas pertinentes para, en su caso, sancionar las responsabilidades que correspondan”. El linchamiento social se institucionalizó, ya que no sólo fue cesado de la dirección del IIE, sino que fue impedido de dar clases y de relacionarse académicamente con cualquiera de sus alumnos. 

La primera vez que leí el pronunciamiento de la Comisión Interna de Equidad de Género del IIE recuerdo que tuve que leerlo varias ocasiones, porque me parecía impensable que en ninguno de sus apartados se hiciera mención, aunque fuera breve, de la condición mental en la que se encontraba Iván Ruiz. De forma deliberada, los miembros de dicho comité omitieron mencionar su historia clínica dentro del comunicado, porque no existe ninguna posibilidad de que las personas que firmaron dicho pronunciamiento no supieran qué era lo que realmente estaba pasando con su salud mental. Es más, estoy seguro que cualquier persona dentro del IIE conocía el derrame cerebral y las circunstancias médicas por las que había pasado el hasta ese momento director del IIE. 

Tras la pandemia, sería deseable que existiera más conscientes de las consecuencias que tienen los desórdenes mentales en nuestra sociedad, pero el caso de Iván Ruiz demuestra que no es así. Todos sus colegas y gente cercana, que hoy se lamenta por su tragedia en redes sociales, decidieron de forma muy consistente no hacer caso a sus problemas de salud y en cambio participaron, con su acción u omisión, de su linchamiento social.

Como estudiante de la maestría en História del Arte de la UNAM, en varias ocasiones sostuve conversaciones sobre el linchamiento al que había sido sometido Iván Ruiz y siempre fue muy difícil hacer ver a mis interlocutores sobre lo grave que era juzgar las opiniones de una persona enferma con evidentes desórdenes psicológicos. 

Como hombre era más complicado aún hacer este tipo de planteamientos, porque la reacción inmediata era que estaba defendiendo la estructura heteropatriarcal. Nunca me interesó asumir dicha postura, sino focalizar la discusión a un tema de salud en el que cualquier persona, sin importar su género, puede caer sin previo aviso. Una semana antes de su derrame cerebral, Iván Ruiz dio su clase con toda normalidad y su actitud fue, como siempre, profesional y respetuosa. 

Para volver más tétrico el escenario, la muerte de Iván Ruiz se suma a la de dos colegas jóvenes que igual fallecieron recientemente: Ana Díaz (1980-2021) y Mariana Aguirre (1977-2022). Si bien sus casos estuvieron marcados por cuadros médicos muy distintos, no puedo dejar de conectar sus muertes, no sólo porque los tres me dieron clase, sino porque todos eran miembros del IIE y todos eran mis contemporáneos, es decir, murieron con menos de 50 años de edad. 

Nunca fui amigo de Iván Ruiz, pero eso no es impedimento para que me tome como una afrenta personal su muerte o para que me indignara leer en redes sociales a todos aquellos que le dieron la espalda y que hoy, desde su autocomplacencia, se dicen destrozados por su trágica muerte.


*El presente texto lo escribí en diciembre de 2022, tras la muerte de Iván Ruiz, pero el miedo a la cultura de la cancelación me obligó a publicarlo un año después.