Habita intervenido*

POR EDGAR ALEJANDRO HERNÁNDEZ

1. DESDE DÓNDE ESCRIBO

El libro "Habita  intervenido", de Tania Candiani me lleva directamente a un recuerdo viejo, de hace 11 años, cuando cubrí la última edición de inSite Tijuana/San Diego, encuentro binacional que a la postre se volvería un referente de los proyectos curatoriales en México y Estados Unidos.

En aquella ocasión todos los asistentes vimos con asombro la pieza "Flew over the Void (Balla perdida)", del venezolano Javier Téllez, quien contrató a un “hombre bala” para que cruzara volando a través de la línea fronteriza entre México y Estados Unidos en la zona de Playas de Tijuana.

Todos los que fuimos a inSite esa última edición recordamos siempre aquella experiencia, pero yo quisiera dividir aquel día en dos momentos: El primero, claro que fue la emoción de ver en vivo aquella fútil y poética acción de mandar volando, a 120 kilómetros por hora, al "hombre bala" David Smith quien, tras cruzar la línea fronteriza con el océano Pacífico de fondo, aterrizó plácidamente en una red de protección del lado de San Diego, portando en la mano su pasaporte estadounidense.

Pero hubo un segundo momento, que incluso recuerdo más vívidamente, porque fue algo más personal. Al terminar el performance salí al borde de la insolación, pues tuve que esperar horas de pie bajo un implacable sol para poder tomar la fotografía de la acción (que al día siguiente apareció en la portada del periódico Reforma). En medio de mi deshidratación caminé hacia la avenida principal en busca de alguna bebida y lo único que encontré a mi camino fue un puesto de cocos. Me acerqué a comprar uno por puro instinto, pero la elección fue maravillosa. Hasta hoy recuerdo la sensación de alivio que sentí cuando me tomé una deliciosa agua de coco que mágicamente me devolvió la lucidez. Desde ese día me volví fan del agua de coco y siempre que la tomo recuerdo a aquel gigantesco hombre bala que siempre saludaba con una sonrisa de payaso y que nos maravilló aquella soleada tarde en las playas de Tijuana.

Cuento esto porque creo que quienes somos espectadores recurrentes del arte contemporáneo este tipo de experiencias sensibles, por más diferentes que puedan parecer, son fundamentales para seguir enganchados a este perenne itinerar por bienales, museos y galerías. Importa tanto que nos atraiga aquello que vemos dentro del cubo blanco, como todas las experiencias que ocurren antes, durante y después de ver una obra.

Abuso de su tiempo y les cuento un recuerdo más. En aquella visita a la frontera Tijuana/San Diego también viví uno de los viajes más alucinantes de mi vida, un tour etílico que empezó en la casa de una judía rica de La Joya, en San Diego, quien organizó la más exclusiva fiesta de aquella edición de inSite.

A la entrada de la casa nos amontonamos un grupo de mexicanos, entre curadores y artistas, pero cada vez que uno daba su nombre para ver si estábamos en la lista de invitados todos recibían respuestas negativas, hasta que el curadorPriamo Lozada alzó la voz, dio su nombre y el guardia lo encontró en su inaccesible listado. La escena fue cómica porque con la autoridad que le daba su rango de invitado dijo: “Yo vengo con todos ellos”. El guardia lo miró desconcertado y no supo qué hacer. Entonces Priamo, cual Moisés, nos abrió la puerta para acceder al país de las maravillas.

La judía rica de La Joya (me encantaría recordar su nombre) había vuelto su garage y toda su casa en un impresionante museo de arte contemporáneo. Recuerdo que por primera vez vi gente que coleccionara a artistas chinos y que tuviera en su sala pantallas para exhibir videoarte. También vi, a través de una ventana, una pintura de Francis Alÿs que me enseñó Teresa Margolles. Me dijo: “Mira, ahí está el Alÿs”, mientras me señalaba una pintura de gran formato. Según recuerdo era de su serie “Hombre con peluca”.

Durante un rato, todos estábamos muy emocionados de estar ahí, pero como suelen suceder con este tipo de fiestas exclusivas, al cabo de una hora, tanto lujo y tanto arte nos cansó y de forma unánime decidimos volver a Tijuana.

Llegamos directo a la Avenida Revolución a un antro horrible, que había propuesto Teresa. El cambio de ambiente fue tan radical que era como haber estado la misma noche en Manhattan y en Calcuta. Pero el antro también fracasó porque era muy temprano y no había gente. El aburrimiento volvió y nos fuimos caminando a la Estrella que, según decían, siempre es garantía. Ahí nos quedamos.

Años después, platicando con Tania Candiani, me enteré que aquella noche ella también había estado en aquel viaje con Priamo, con Teresa y con todos los que salimos corriendo de la perfección de la casa de La Joya para tomarnos una cerveza en La Estrella.

Me emocionó saber que Tania y yo compartíamos ese tipo de historias, aún sin conocernos, pero además, cuando rastreamos en la memoria, me acordé que también había estado en su casa de Tijuana, que me habían llamado la atención las cortinas de su casa, porque en realidad no eran cortinas, sino una suerte de patrón o partituras viejas que después volvería a ver en una de sus obras.

Pero lo que más disfrutaba de hablar con Tania y de escribir sobre su trabajo era que con el paso de los años iba descubriendo que los dos éramos unos tránsfuga que “no veníamos del mundo del arte”, sino que teníamos otra formación, más vinculada a la escritura, que indiscutiblemente definía nuestra forma de participar en esto que genéricamente llamamos arte contemporáneo. Creo que ambos siempre nos hemos esforzado en reafirmar ese origen diferenciado de quien no  proviene de una escuela de arte o de historia del arte. Dos extraños en un mundo salvaje.

 

2. NO ME GUSTA EL GRAFITI

Sé que mi relato parece no tener nada que ver con el libro que hoy nos convoca, pero recupero estos recuerdos porque quiero enfatizar la forma en cómo la experiencia personal y cotidiana define en muchos sentidos nuestra aproximación sensible al arte y a los artistas.

En 2008 cuando vi en el corazón de Polanco la intervención “Habita intervenida”, de Tania Candiani, lo primero que me vino a la mente fueron numerosos recuerdos de mi infancia, ya que cerca de mi casa, siempre hubo grafiti. Yo nací y crecí en Iztapalapa, una de las cuatro delegaciones más marginales y sobrepobladas de la Ciudad de México, según reportes de la Secretaría de Desarrollo Social del gobierno local. En Iztapalapa, como podrán imaginar, el grafiti no está hecho como parte de un proyecto artístico, como ocurrió en 2008 en Polanco. De donde yo vengo el grafiti refiere aquello que lo genera: su marginalidad.

Sin importar que se exhiba dentro de un museo o que se publique en un libro, el grafiti sigue siendo para mí un lenguaje que debe ser agresivo y violento para cumplir con su función, ya sea el de marcar un territorio o de expresar el descontento que viene implícito dentro de su marginalidad.

En 2008, cuando vi “Habita intervenida”, no sentí ninguna empatía por la intervención de Candiani, me parecía que de forma paternalista intentaba domesticar algo salvaje. Como quien adopta un perro que durante mucho tiempo ha sido callejero, bajo el supuesto de que será más agradecido que uno que se compra en una tienda de mascotas.

Pero la verdad es que en aquel tiempo no conocía a Tania y no habíamos discutido su proyecto. Fue años después, cuando en mancuerna con Inbal Millernos dimos a la tarea de publicar un libro sobre arte público en la Ciudad de México, que me di el tiempo de hablar con Tania y discutir más a fondo su trabajo con el grafiti.

De entrada debo decir que ahora sé que Tania, al igual que yo, no ve en el grafiti una obra de arte, sino que tiene claro que se trata de un lenguaje, un tipo de escritura que tiene un discurso muy concreto y funcional que sirve para marcar un territorio.

Por eso celebro que cuando grafiteó el hotel Habita no recurrió a diseños figurativos o de cómic, que vuelven al grafiti una cosa de diseño, sino que se concentró en las formas más duras y directas de dicho lenguaje: Las bombas, el tag y toda esa escritura que está cancelada para aquellos que no compartimos su código encriptado.

Ahora sé que Tania no quería domesticar el grafiti para decorar el Habita, para esos los arquitectos ya le habían echado muchas ganas y no tenía sentido ponerle un moño más al vestido rosa de la niña. Su intervención tenía ambiciones políticas que eran más trascendentales. Tania lo que quería era conquistar, aunque fuera de forma simbólica, un espacio que no se puede llamar público, porque pertenece a una clase social muy concreta, que no entienden ni les interesa hacer grafiti, aunque por moda los consuman.

Pero este hallazgo del grafiti, ella mismo lo relata en el libro, lo tuvo en Tijuana, en aquella mágica ciudad que no sólo nos llevó del lujo y la opulencia al arrabal y la cerveza barata en una misma noche, sino que también nos mostró el potencial político y estético de un lenguaje como el grafiti que, sin ser agradable a la vista, resulta eficaz y en cierta forma bello.

 

* Texto escrito para la presentación del libro “Habita intervenido” (Arquine/Grupo Habita), de Tania Candiani, que se realizó el 4 de febrero de 2016 en el Centro Banamex, dentro de la 13º Feria Zona Maco. Participaron Lucía Sanromán, Tania Candiani y Edgar Alejandro Hernández.

Texto publicado el 11 de febrero de 2016 en el blog Cubo Blanco del periódico Excélsior.