Los justos desconocidos

POR EDGAR ALEJANDRO HERNÁNDEZ

Tal vez nunca dejemos atrás ese gran mito que nos heredó la modernidad. En pleno siglo XXI, inmersos en nuestra tropicalizada contemporaneidad, seguimos tan anhelantes de ese impulso vital que, según nos enseñaron, había detrás de la originalidad.

Si bien nos repetimos los unos a los otros que ya todo se ha hecho en términos de arte, de cuando en cuando aparecen en el horizonte proyectos que buscan romper con lo establecido, marcar una distancia con la tradición, ir más allá de lo acartonado que se ha vuelto el arte y salirse de la homogeneidad que han impuesto los museos y las galerías. Ser por un momento nuevos y diferentes, aunque no sepamos diferentes a qué.

Resulta un verdadero síntoma que en el último año las principales galerías comerciales de la Ciudad de México hayan decidido arriesgarse y producir proyectos que salen de la lógica comercial de exhibir y vender obra de artistas que ya cuentan con una circulación y reconocimiento fuera y dentro del país.

La figura del artista emergente llegó a la escena comercial para, supuestamente, refrescar los pulcros y fríos cubos blancos que el mercado ha perpetuado para la venta de arte contemporáneo. Nos encontramos por todos lados a noveles creadores que ya no tienen que rascar de entre las piedras dinero para producir su obra o recurrir a los espacios independientes para mostrar su trabajo.

Las galerías les abrieron un mar que los baña con su prestigio y recursos.

Viendo panorámicamente la escena, podemos mencionar en primera instancia a “Zona_seis”, en la galería Luis Adelantado, que invitó a un grupo de curadores mexicanos (Bárbara Perea, Ariadna Ramonetti, Irving Domínguez y Octavio Avendaño) a convocar a artistas emergentes que son apoyados para producir en estudios que se habilitaron dentro de la galería. Luis Adelantado ya había realizado exposiciones con artistas emergentes, pero el presente proyecto tiene ambiciones a largo plazo, las cuales requieren de tiempo para ver su verdadero impacto.

También llama la atención el proyecto que propuso Chris Sharp a Kurimanzutto, el cual presentará durante un año a seis artistas emergentes para exhibir en la sala que se ubica al final de la galería (mayormente destinada a proyecciones de video), el cual abrió con la exposición “¿Por qué no fui tu amigo?”, de Daniel Aguilar Ruvalcaba. La iniciativa apenas comienza, pero si nos atenemos a la primera exposición, queda claro que el esquema de autopromoción del curador estadounidense sólo logró desvirtuar la propuesta original del artista.

Pero el proyecto más ambicioso y problemático sin duda se dio en la galería Hilario Galguera, donde el curador Víctor Palacios convocó a una serie de artistas, curadores (él mismo exhibe obra) y un editor a producir obras para un proyecto denominado “Cuarto de Máquinas”, que en un futuro tendrá su sede propia en la colonia Roma, pero que como muestra inicial presentó “Los justos desconocidos (de todas maneras cago)”.

“Justo desconocido 1”, del editor Óscar Benassini.    

 

El argumento central gira en torno a un mito judío (por ello en la sala se puede leer en hebreo “de todas maneras cago”) que plantea la existencia de 36 hombres “justos desconocidos”, que con sus actos contribuyen a evitar la catástrofe del mundo. Es importante decir que la noción de justicia que se plantea no es tal cual como la conocemos en la actualidad, sino que se acerca más a la idea de generosidad. Traduciendo un poco el término, se estaría pensando en 36 hombres generosos.

Pero hay otra línea curatorial que no se enuncia claramente en términos discursivos, pero sí en su esquema de exhibición. La idea de producir una exposición que ponga en crisis, por enésima vez, las nociones de autoría, artista, curador y de lo que conocemos como el deber ser del arte.

El curador lo explica en una entrevista que ofreció a gastv.mx:

He tratado de encontrar momentos de autocrítica e ironía ante el sistema, los roles y los objetos artísticos. En lo más profundo de mí, siento que el arte se ha acartonado muchísimo, lo siento muy rígido, muy predecible, muy políticamente correcto. Los artistas socialmente responsables que buscan hacer justicia tienen un lenguaje muy definido que ya no da más. En el fondo, lo que trato de hacer con esta exposición es decir que podríamos hacer este tipo de cosas de vez en cuando. Tampoco quisiera que todas las exposiciones del mundo fueran así, para nada. Debe haber diversidad. El problema es cuando todo se va homogeneizando”.

En el discurso, las ideas del curador suenan prometedoras, pero ¿cómo buscóVíctor Palacios salir de esta homogeneización y acartonamiento del arte? Parece que la respuesta fue simple: Voltear a los años 90 y copiar las estrategias y prácticas que los artistas emergentes de aquellos años (hoy vueltos “mainstream”) explotaron para poder abrirse espacio en la cerrada y anacrónica escena institucional mexicana.

Obra destruida de Mauricio Limón.

 

En principio, la figura del curador/artista que decide encarnar Víctor Palacios, ya que presenta dos piezas dentro de la exposición, inmediatamente recuerda a uno de los personajes más emblemáticos de la década de los años 90 en México:Guillermo Santamariana, quien ha transitado a lo largo de su larga trayectoria en ambas pistas y ha marcado a toda una generación de artistas mexicanos.

Es importante decir, que más allá de las afinidades estéticas, Guillermo Santamarina sí cuenta con un cuerpo de obra que claramente se desmarca de su proceso como curador. Lo cual no se puede decir de Víctor Palacios.

Obra destruida de Gabriel Santamarina.

 

Pero el experimento del artista/curador se repite con el curador Willi Kautz, quien presenta la serie de grabados “Cinemarx 1, 2, 3, 4 y 5” (2015) que, tal vez si se hubiera expuesto sola habría generado algún tipo de discurso visual, pero inmersos en la muestra colectiva no encuentra ninguna relación con la propuesta de “Los justos desconocidos”.

En todo caso, llama más la atención en la obra de Willi Kautz que formalmente se parece demasiado a la serie “Samurai Tree”, de Gabriel Orozco. Incluso cae en el mismo recurso ornamental de utilizar la hoja de oro como solución visual para sustituir el blanco.

“Cinemarx”, del curador Willy Kautz.

 

El caso más lamentable de esta serie de esfuerzos por salir de la “homogeneidad” lo da la incursión como artista del editor Óscar Benassini, quien presenta “Justo desconocido 1 y 2” (2015), una serie de esculturas y dibujos que son dignos del Jardín del Arte, ya que replican fielmente el cliché de la señora rica que toma clases de pintura para materializar el amor que tiene a sus gatos (en este caso a sus perros). La obra se vuelve la apostilla al subtitulo de la exposición (de todas maneras cago), pues reproduce al animal cagando en una escultura niquelada y chapeada en plata (producida por Sofía Herrera). Es, en síntesis, el chiste escatológico para que veamos todos que son bien irreverentes y se burlan de todo.

Pero así como el chiste explicado no da risa, los experimentos curatoriales resultan anodinos si producen y muestran obras que fácilmente serán olvidadas. Y aquí viene el problema de fondo, que estas piezas dignas de la chimenea, que además no logran salir de los lenguajes “acartonados” del arte, sólo distraen la atención del trabajo de otros artistas que exhiben dentro de la galería y que sí cuentan con una formación y trayectoria (aunque sea breve) como artistas.

Antes de entrar en detalle al proyecto propuesto por Cristóbal Gracia, quien por mucho hizo el trabajo más relevante dentro de la muestra, es importante llamar la atención sobre piezas que también pueden ser polémicas, pero que despiertan un debate más interesante, sin pretender salir de la lógica del arte.

Por ejemplo, la controvertida “Gallina” (2014), de Ling Sepúlveda, una gallina disecada colgada por las patas, claramente abre la discusión sobre el tema de la justicia, y logra hacer un comentario irónico sobre problemáticas tan puntuales como el acondicionamiento y selección de las personas para ocupar determinados roles sociales. El animal disecado se escogió de acuerdo a cualidades físicas que previamente había determinado el artista para poder dar una mirada generosa y crítica de lo justo.

"Gallina", de Ling Sepúlveda.

 

También llama la atención la pieza “Pepita de oro macizo pintada de oro falso” (2011), de Karmelo Bermejo. La obra, presentada de la forma más tradicional posible (con una base blanca y un capelo), cuestiona al espectador con una obra que debe verse más allá de su referencia visual. Un objeto original disfrazado de su versión falsificada abre la discusión sobre las posibilidades materiales de lo que conocemos como arte y remite a su debate esencial: ¿Qué es la obra de arte?

 “Pepita de oro macizo pintada de oro falso”, de Karmelo Bermejo.

 

O qué mejor que abordar el tema de la justicia con el retrato “Marcial Maciel” (2013), pintado en óleo sobre tela por Mauricio Limón. Siendo claramente una propuesta definida por los discursos tradicionales del arte, la pintura resulta mucho más perturbadora que las tímidas provocaciones de los curadores o el editor vueltos artistas.

Pero como decía anteriormente, el proyecto más interesante y que tiene que irse rastreando en medio de la caca, es la serie que nace del texto “El genoma del arte”, de Cristóbal Gracia, que generó una serie de colaboraciones con una decena de creadores participantes dentro de la exposición para producir la serie “No soy un hombre de estado, más bien un poeta loco” (2015), las cuales consistieron en que los propios artistas destruían una obra de su autoría.

El relato de Cristóbal Gracia plantea un apocalíptico futuro en el que la clonación de objetos permite la copia exacta de las más grandes obras del arte universal, lo cual lleva a los artistas a generar numerosas revueltas en las que se destruyen y queman sus propias obras. La historia de ciencia ficción posee una milimétrica porción de factibilidad que le otorga esa terrible belleza que sólo podemos ver en aquello que nos parece real.

La forma en que su relato es llevado al momento de exhibición tiene una serie de hallazgos que no sólo generan una extraña y perversa comunión con un grupo de artistas, pues aceptan conscientemente destruir su propia obra, sino que ponen en escena el debate sobre la desmaterialización del arte.

El gesto de ofrecer su propia obra para su destrucción es sin duda un gesto generoso por antonomasia (más si pensamos que para otros artistas de la misma exposición dicha acción les resultó inaceptable), pero más aún tuvo momentos en los que verdaderamente logró ir por encima de la percepción retiniana del arte.

"Sin título", obra del curador Víctor Palacios.

 

El caso concreto es la pintura que dio Mauricio Limón y que se colocó como tapete a la entrada de la galería para que la destrucción se prolongara durante los dos meses que dura la muestra. El gesto casi anónimo de ir borrando la pintura con las pisadas de los visitantes resulta mucho más contundente que los gestos escenográficos en los que cayeron otras piezas destruidas, al dejar las herramientas y utensilios usados para quemar, aplastar o desmantelar las obras.

Lo más ejemplar de la acción de Cristóbal Gracia es que logra poner en crisis los esquemas de producción y exhibición de las obras, pero sin aspirar a lo nuevo y siempre desde el lenguaje que ofrece el viejo y acartonado arte.

 

“Los justos desconocidos (de todas maneras cago)” se exhibe en la galería Hilario Galguera (Francisco Pimentel 3, colonia San Rafael), del 18 de septiembre al 17 de noviembre de 2015.

  

Texto publicado el 28 de octubre de 2015 en el blog Cubo Blanco del periódico Excélsior.