Fotos: Fundación María y Héctor García

El siglo de Héctor García

Por Héctor García Sánchez

El primero de noviembre de 1958, el fotógrafo Héctor García (1923-2012), mi padre, publicó en el periódico Últimas Noticias de Excélsior la que, para mí, es una de sus fotografías más entrañables. Una instantánea que define no sólo la genialidad de su ojo y su destreza técnica con la cámara, sino su calidad humana y su capacidad para la empatía. 

Se trata de una de las 114 imágenes que, durante el asombroso periodo de apenas dos años, publicó como parte de la columna gráfica “F 2.8: La vida en el instante…”. Esta serie, en la que colaboró con otros talentosos fotógrafos y los redactores del diario, se ha convertido hoy en uno de los testimonios más importantes de la vida cotidiana de los habitantes de la Ciudad de México de finales de los años 50. Una mega urbe que estaba siendo transformada radicalmente, con gran rapidez, por un torbellino de modernidad y una supuesta garantía de progreso que, como documentó Héctor García, no logró alcanzar a todos. 

La fotografía retrata a un niño llamado Juanito, con la cara sucia y el cabello crespo, que mira directo a la cámara de mi padre, mientras se come el único taco de ese día. Está completamente solo y, aunque el encuadre no permite asegurarlo del todo, sabemos que se encuentra en alguna calle del Centro Histórico. 

La de Juanito, según quien juzgue, es una mirada que conjuga emociones como la tristeza y el cansancio, pero también una cierta fiereza de quien, contra todo pronóstico y con todas las de perder, ha logrado mantenerse apenas vivo, aferrado a la existencia a golpes de astucia callejera. Una mirada que denuncia y confronta, que no se deja de nadie, pero que expone en toda su crudeza un drama social que todavía persiste. 

¿Quién mejor que un joven y talentoso fotógrafo, nacido en el barrio proletario de Candelaria de los Patos y criado con enormes privaciones económicas, para comprender la mirada de Juanito? 

Aquí me gustaría citar algo que le dijo a Margarita García Flores, en 1974, para la revista Mundo Médico: “Todo mi contexto social ha sido el mismo de la película Los olvidados de Luis Buñuel”. 

Quizá es por ello que, sin una explicación de por medio en el pie de foto de la columna, mi padre insistió en darle a ésta, una de sus fotografías más perdurables, un título de una sola palabra: Yo. 

El próximo 23 de agosto, cuando celebremos el centenario de Héctor García, me gustaría recordarlo como él mismo se presentó al mundo a través de este “autorretrato”: como un hombre que, en la cúspide de su capacidad creadora, nunca olvidó sus orígenes y supo declarar, hasta el último día de su vida, que su lealtad estuvo siempre con los olvidados del progreso. 

A partir de este sábado 29 de julio y hasta enero del próximo año, la obra de mi padre será evaluada desde un enfoque que se aleja de la reverencia monolítica y acartonada, y que la muestra con la frescura y vigencia que indudablemente tiene. 

Quienes recuerden el trato de mi padre, con su espléndido sentido del humor, su picaresca y su impresionante capacidad para contar historias con intensidad y emoción, saben que un homenaje para él no podía ser distinto. 

En una entrevista que le hizo Cristina Pacheco para la revista Siempre!, publicada en 1980, mi padre dijo una frase que retrata la parte más sustancial de su trabajo: “Conozco bien la ciudad, la he conquistado palmo a palmo”.  

Primero desde los suelos, como niño vendedor de chicles en las cantinas y voceador de periódicos, y después desde los aires, como “mascota” de los pilotos de Balbuena, Héctor García conoció la Ciudad de México como pocos.

Las nueve exposiciones que hoy les presentamos, más las que se sumen, permitirán a los habitantes de la Ciudad de México conquistarla palmo a palmo, con énfasis, claro, en el Centro Histórico, en un ejercicio que podrá llevarlos a recorrerla “a pata de perro”, como mi papá hizo con su cámara.

En la Fundación María y Héctor García los recibiremos con enorme gusto con la exposición Héctor García. Archivo, bajo la curaduría de Diego Quinto. En ella, nos enorgullecemos en mostrarles una selección que, aunque cuidadosa, apenas representa un atisbo de los más de millón y medio de negativos que conservamos y que, aprovecho aquí para reiterarlo, están siempre disponibles para ustedes, para su estudio y divulgación. Un tesoro invaluable que, hay que decirlo también, está constantemente en la búsqueda de financiamiento para su resguardo y digitalización.

Por otro lado, la Galería LMI nos dará la oportunidad de ver una faceta menos conocida del trabajo de mi padre, a través de una crónica fotográfica de uno de sus viajes a Cuba.

Una revisión que será complementada con la exposición que hemos hecho en colaboración com el Instituto Guimarães Rosa, de la Embajada de Brasil en México, sobre la incursión de Héctor García en este país latinoamericano, también uno de los hallazgos más recientes y de curaduría novedosa que hemos hecho con su archivo. 

No me gustaría dejar de citar a Carlos Monsiváis, quien escribió lo siguiente: “(…) dichosa la ciudad que es dueña de un Cronista”. Así lo dejó claro con respecto a Salvador Novo, pero también sobre Héctor García, quien ilustró con sus fotografía la hoy célebre edición de Nueva grandeza mexicana, donde, además, otorgó a mi padre un calificativo tan célebre como bien merecido: “Fotógrafo de la Ciudad”. 

Tampoco me gustaría dejar de mencionar algo que será abordado en una de las exposiciones centrales del programa y que, en lo personal, me llena de orgullo sobre mi padre: la denuncia frontal y sin cortapisas que Héctor García realizó sobre los abusos cometidos por el gobierno contra el movimiento vallejista de 1958 y el movimiento estudiantil de 1968. En un acto contra el olvido, el público podrá ver cómo, ante la falta de espacios para publicar sus fotografías sobre las golpizas propinadas a los huelguistas del 58, mi padre y el periodista Horacio Quiñones crearon Ojo! Una revista que ve, publicación de un sólo numero que hoy se mantiene como uno de los gestos de mayor integridad y valentía periodística del México moderno. También, por supuesto, las instantáneas que tomó en la Noche de Tlatelolco, entre la huida desesperada de los estudiantes y las familias que eran asediados por los fusiles. 

La obra de mi padre ha tenido siempre una cualidad legendaria y, al mismo tiempo, una realidad completamente tangible. Como ha sido señalado muchas veces, el encuentro temprano de Héctor García con el muralista Diego Rivera le hizo saber la importancia de aprender a hablar de sí mismo, con el ojo puesto en la posteridad. Un encuentro que, como explica Mireya B. Matus en la edición de la revista Luna Córnea por sus 80 años, hizo que mi padre se convirtiera en un portentoso entrevistador y fabulista de sí mismo. 

Casi todas las fotografías icónicas de mi papá tienen tras de sí una cadena de historias legendarias que, aunque completamente ciertas en lo fundamental, él siempre supo salpimentar con ligeras variaciones para agregarles emoción.

¿Quién puede olvidar, por ejemplo, las anécdotas que contaba sobre los momentos en los que tomó fotografías como Tláloc o El niño en el viente de concreto?

Sospecho que en 2023 muchos de los niños y jóvenes que verán estas fotografías por primera vez no conocerán las historias que les dieron origen. Esto, más que dar nostalgia, me llena de emoción, porque significa que, más allá de sus cualidades legendarias, la obra de Héctor García, con toda su contundencia tiene la oportunidad de ser descubierta por nuevos ojos, como una puerta a una ciudad que sigue siendo ésta y, al mismo tiempo, ya dejó de serlo. 

Quiero pensar que cuando alguien vea por primera vez a los ojos del niño Juanito, estará viendo a los ojos de mi padre y sabrá, como Héctor García lo supo siempre, que este país sigue en deuda con sus olvidados.

Una versión de este texto se leyó el 1 de junio de 2023 en el Centro Cultural Los Pinos durante la presentación del programa para conmemorar el centenario de Héctor García.