flujo aleatorio, de Edgar Cobián

Fotos: Cortesía Museo Cabañas

Por Yuriko Cortes Salcedo

GUADALAJARA.- Edgar Cobián (Guadalajara, 1978) es un artista que nos recuerda que la pintura es todo menos rigidez. Su gran dibujo flotante sostiene y resguarda las formas plásticas, que interactúan sin soportes, jugando con la noción de que la pintura no siempre contiene dureza, importancia o peso. Como los personajes que contiene, como si algo estuviera ahí derritiéndose, haciendo alusión a formas corporales, pero no lo son. Más bien hay algo viscoso, monstruoso, caricaturesco, no lo reconocemos del todo, hay un juego de percepción y nos quedamos a descubrir esas formas de colores que no son claras, aparecen simulando una rodilla, cabeza, ubre, fluido o corporalidades humanoides entrelazadas, sin principio o fin, remitiendo a un uróboro.

En su exposición Flujo aleatorio, en el Museo Cabañas, el dibujo en la sala y su disposición dictan el andar, el mirar, el movimiento de la tela que pende de un tubo, del cuerpo aproximándose a la obra y al descubrimiento sensorial, todo se traslapa. Un dibujo que se convierte en pintura, que se transforma en instalación. Una imagen en acción que atraviesa la instalación/pintura y nos atraviesa; de pronto nos situamos ante un todo, acuerpando, nos entrelazamos como una capa más de información, somos otra imagen, nos derretimos, para infiltrarnos. 

Las pinturas nos remiten a un enorme criatura humana, como el protagonista de la película La mosca (1986), que cuenta la historia de un científico que utiliza la teletransportación para trabajar con tejidos vivos y que en un experimento fallido se fusiona con una mosca, uniendo su vida a nivel genético-molecular, lo que trae consigo una serie de transformaciones corporales, un deterioro continuo, descomposición. Su carne se va perdiendo a pedazos volviéndose menos humano.

Cobián vuelve la sala una instalación, la instalación un dibujo para performancear el espacio, pues la estructura se concibió como un juego de curvas que buscaban que los espectadores que visitaran la sala se dejaran llevar por las misma estructura de metal que pendía sobre ellos; estimulando al espectador a traspasar las pinturas que penden del dibujo flotante, para experimentar sobre y desde la pintura, para ir descubriendo que hay más allá. Por su posición museográfica, no se puede descubrir de un solo golpe el todo de la muestra, hay que transitarla, traspasarla para explorar por completo; donde la pintura se desdobla/blandea, no solo a través de su condición material, sino desde su conceptualización. 

Hay que recordar que el artista enfoca su práctica en medios visuales, pero también en la música y el sonido a través del proyecto Peor aún, en el cual trabaja desde hace una década y que tiene un enlace directo con la creación de la presente exhibición, pues la exploración corporal así como el cuerpo se vuelven un instrumento de experimentación y sonido, a través del baile, la performatividad, los usos del sonido que pueden generarse a través y desde el cuerpo.

El artista trabaja con la metaimagen,  en su obra existen referencias a las caricaturas en 2D del siglo XX, desde los colores vibrantes hasta el dibujo grotesco, gracioso, fantasioso y frenético, que ha consumido a lo largo de su vida, así como el diseño y editoriales de moda. A grandes rasgos la cultura pop y la historia del arte. 

El humor, en contraposición con la crítica al sistema, es otro punto esencial en la práctica del artista. A través de la representación que puede remitir a lo infantil y juguetón de sus formas, si observamos detenidamente nos percatamos de que hay algo extraño en esas caricaturas, entes y formas que utiliza como una analogía respecto a nuestro actual consumo de imágenes que reflexionan sobre el espectáculo y la barbarie humana. Un ejemplo claro son las imágenes que consumimos en redes sociales: un ataque terrorista realizado por drones se convierte, por consiguiente, en un trend de TikTok. Así, la imagen se empalma y traslapa y, al interactuar diariamente, pierde su potencia. El arte, al final, estará compitiendo con todas las demás imágenes y con todo lo que sucede a su alrededor. Lo que busca realizar a través de esta exposición es afectar al espectador en su realidad, en su corporalidad, por ello añade dos instalaciones más dentro de la instalación principal.

Un par de monitores en los que Cobián realiza un guiño a sus letras del proyecto sonoro Peor aún, el cual relaciona la palabra y la poesía con un juego visual. Asimismo, presenta una instalación sonora y visual que simula una retícula bañando la sala y las obras de color verde, evocando los códigos de finales del siglo XX, muy al estilo Matrix. Este guiño retrofuturista logra añadir otra capa de información. En algunos momentos, el sonido afecta a los espectadores, quienes se dejan llevar por los ritmos o comienzan a establecer conexiones visuales entre la pintura, el sonido y cómo estas se vinculan directamente con la danza.

Esta obra fue realizada exprofeso sin utilizar instrumentos. Es el registro que el artista realizó de sí mismo bailando, gritando, jadeando, haciendo ejercicio físico, golpeándose y generando pequeños sonidos. El resultado es una edición con la cual crea una caja de ritmos. El sonido es producido, ideado y estructurado desde el cuerpo, convertido en herramienta. La información que el artista absorbe la replica en una especie de ritual/exploración en la que se hace consciente de su yo cuerpo, sus extremidades y sus funciones como un todo, en una especie de danza contemporánea que busca poner el foco en su propio cuerpo, que se expande y se blandea, pues mientras lo imagina, lo acciona e intenta sentirlo para poder representarlo, convirtiéndose en su propio modelo. Así, la pintura se convierte en un registro de esta exploración. Él decide llamarlo memoria corporal, pues le remite a las influencias socioculturales que nos atraviesan como individuos. Siempre hay un referente, un canon o moda. Cada época tiene un sentido corporal de comportamiento y actuación. Nos movemos, caminamos y posamos de acuerdo con nuestra época; existe un código visible que marca cómo debes ser, parecer, verte, comportarte y vestirte.

Es válido preguntarnos cómo entendemos el cuerpo hoy, cuál es su memoria y su agencia, moldeado para ser una herramienta más del capital. Por ejemplo, existe una idea general y generacional sobre cómo debemos rendir como cuerpos para capitalizar nuestros conocimientos y convertirnos en cuerpos sostenes de un organismo, como cuerpo sistema, como cuerpo rostro. Guattari, en la era contemporánea, sostiene que el cuerpo es sólo un soporte del rostro, que habita la sociedad y el día a día. Sin embargo, como ya dijo Cobián, el cuerpo también puede ser herramienta para la conciencia de sí mismo, sobre cómo habitarlo, usarlo, cuidarlo y estructurarlo; al final, es lo que nos da estructura para habitar y vivir.

Actualmente, hay un movimiento interesante y a la vez conspirativo que aboga porque el cuerpo ya no sea necesario para el futuro, sugiriendo que el cuerpo se convierta en un cuerpo biónico adaptado, posicionando la idea del cuerpo como obsoleta y descartable. Esta tecnociencia, que vincula la carne en contraposición al progreso, nos invita a cuestionar la conciencia y relevancia del cuerpo, algo que habitamos y nos habita diariamente pero que raramente reflexionamos sobre su transformación, un cuerpo mutante que se adhiere a un nuevo sistema.

Al final, no estamos tan lejos de las representaciones pictóricas que Cobián realiza en su obra: nos derretimos, blandemos, fundimos entre los muebles que sostienen el sedentarismo, las redes sociales, la hiperestimulación de información. Vivimos hipo nerviosamente agotados, incapaces de salir de la hipersimulación, estamos reventados, sin dejarnos fluir para suspendernos, doblarnos y derramarnos.

Flujo aleatorio, de Edgar Cobián, se presenta del 29 de febrero al 28 de julio de 2024, en el Museo Cabañas de Guadalajara.

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