Río Papaloapan, (1970).

 Ángela Gurría

 

Por Edgar Alejandro Hernández

 

Se cumplen 20 años de que la escultura Río Papaloapan (1970), de Ángela Gurría (1929-2023), regresó al patio central del Museo de Arte Moderno (MAM). Era 2003 y corría el tercer año del sexenio del presidente Vicente Fox. La entonces presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (hoy Secretaría de Cultura), Sari Bermúdez, propuso un concurso internacional para ampliar el recinto proyectado por Pedro Ramírez Vázquez, con la finalidad de convertirlo en un nuevo museo dedicado al arte contemporáneo, como un gesto político que intentaba distanciar su administración de 70 años del PRI.

Si bien el “nuevo museo” terminó como un proyecto muerto, lo que sí se mantuvo fue una de sus acciones colaterales: revisar y revalorar el acervo artístico del MAM. Una de las estrellas de esta revaloración fue justo el díptico escultórico Río Papaloapan. Hasta ese momento la obra se mostraba semiabandonada e incompleta, sin un panel de hierro, en el jardín del museo. El traslado de la pieza a su sitio original, frente a Paseo de la Reforma, coincidió con la exposición retrospectiva de Gurría, Naturaleza exaltada, que se inauguró en octubre de ese mismo año.

Tanta notorierad hizo que muchos recorrieramos nuevamente la escultura con la mirada y con el tacto para recrear ese movimiento y ese relato que la pieza sugiere desde su monumental quietud. Ver correr el agua a través de los hilos de acero fue de las primeras imágenes que se me quedaron fijas de la obra de Gurría. La capacidad de darle vida a lo inanimado era una virtud de la obra que no podía pasarse por alto. Con los años me di cuenta que esa alquimia era uno de los muchos sellos reconocibles de la artista. Su escultura La Nube (1973), que también es parte del acervo del MAM, es otro ejemplo destacado, ya que en ella Gurría logró convertir una beta de mármol de casi tres metros de largo y una tonelada de peso en una figura cuya densidad y ligereza nos recuerdas las caprichosas y níveas masas gaseosas que vemos crearse y desaparecer en el cielo azul. Aunque la obra puede considerarse figurativa, lo relevante es que la escultura conceptualiza una imagen etérea e inaprensible.

La Nube, (1973).

La Nube también nos recuerda otra característica fundamental de la obra de Gurría, su íntimo diálogo con los materiales. La artista estaba convencida que la fortuna de sus esculturas dependía siempre de las formas que le sugerían los propios materiales. En este caso es claro que el bloque de piedra blanca definió por completo la obra, ya que fueron sus betas las que dieron la pauta para que decidiera las estructuras y los planos que le permitieron darle esa sensación de ligereza al mármol.

En una entrevista realizada por TVUNAM en 2018, Gurría explicó este proceso: “Lo que más me gusta es el diálogo de la piedra conmigo, saber qué es lo que quiere, saber por dónde quiere que yo les pegue el golpe. Cuándo debe ser con más cuidado, porque hay una parte interior que puede tener una resonancia que lastima y fastidia toda la obra”.[1]

Pero si bien la piedra y los materiales naturales fueron sus medios prelidectos,  la obra de Gurría adquirió relevancia porque rápidamente supo aprovechar materiales industriales como el fierro o el concreto armado que le permitieron desarrollar obras monumentales de gran envergadura. La más famosa sin duda es su escultura Señal (1968), que abrió la Ruta de la Amistad, proyecto desarrollado por Mathias Goeritz y Pedro Ramírez Vázquez para los XIX Juegos Olímpicos en México 1968.  

La escultura de 18 metros de altura reproduce en dos volúmenes de concreto armado la forma de una herradura dividida a la mitad, pintadas en blanco y negro, como buen augurio para los atletas participantes. La obra estaba originalmente en la Glorieta de Periférico y San Jerónimo, pero en 2011 el Segundo Piso de periférico obligó a moverla al trébol de Periférico e Insurgentes.

Pero Gurría ya tenía experiencia en obras de gran formato, en 1965 fue comisionada para el fundido en bronce La familia obrera, en la compañía Tabacalera Mexicana de la Ciudad de México. Posteriormente realizaría obra pública en el Estado de México, Baja California, Guerrero, Tabasco y la Ciudad de México. Vale destacar la escultura Monumento a México (1973), conformada por dos grandes agujas de hierro y aluminio de 30 metros de altura, que se volvió un referente para la ciudad fronteriza de Tijuana. No se puede dejar de mencionar la monumental escultura Homenaje al trabajador del drenaje profundo (1975), que se realizó en Tenayuca, Estado de México, en un cuerpo de cinco torres de diferentes alturas, la mayor alcanza los 30 metros, que son coronados con piezas segmentadas del propio drenaje profundo, que también remiten, como su nombre lo indica, a las manos de los trabajadores.

Esta obra es relevante porque condensa la propia noción de arte público de Gurria: “El arte en las calles es colectivo desde su origen, pues no nacerá sin la colaboración del obrero, del urbanista, del ingeniero, del arquitecto, del escultor, además del pueblo, quien será, a fin de cuentas, el que le otorgue vida al incorporarlo a su vida diaria.” (Gurría)

Homenaje al trabajador del drenaje profundo, (1975).

Tras su muerte, ocurrida el pasado 17 de febrero, a los 93 años, se abrió el debate sobre si Gurría fue una artista olvidada. La realidad muestra que existen suficientes indicios para corroborar que dentro y fuera del gremio de los escultores su trabajo fue reconocido. En principio, fue la primer mujer en ingresar a la Academia de las Artes, en 1974.

En la ceremonia de ingreso, el pintor y muralista Juan O’Gorman recordó que “Ángela Gurria vive en su mundo ideal y trabaja en el ambiente idílico de su imaginación con las ideas que la naturaleza le sugiere. Lejos del mundanal ruido de las ruedas del llamado progreso mecánico, la poesía de su obra está cimentada en todo lo que se relaciona con la magia derivada de lo natural y se desprende de las sensaciones puras de lo primario, es decir, de todo lo que tiene vida”. (O´Gorman)

Su obra también inspiró a escritores de la talla de Rubén Bonifaz Nuño, quien publicó el libro de poemas El corazón de la espiral (1983), como un homenaje a Gurría. Pero es cierto que aún falta hacer patente su reconocimiento internacional, que si bien existe, ya que hizo obra pública en ciudades importantes como Nueva York, no llegó al mainstream global.

Ahora bien, es importante recordar que Gurría fue una artista que nunca se sumó a ninguno de los debates o modas de su época. Como lo explica la crítica de arte Ida Rodríguez Prampolini: “Ángela Gurría es una escultora libre como pocas, que pasa de largo vanguardias, modas y estilos y sólo sabe ser fiel a sí misma y la necesidad de su compulsiva creatividad. Su escultura, como la poesía lírica, va plasmando el camino de las vivencias profundas despreocupándose de toda retórica formal, de ahí que su obra siempre sea cambiante, sencilla y eminentemente sugestiva”. (Rodríguez Prampolini)

Maqueta para "Río Papaloapan, 1970.

Referencias.

Gurría, Ángela. “La escultura urbana”, publicado en Ángela Gurría. Segunda naturaleza. Museo de Arte e Historia de Guanajuato, México, 2022, pp. 59-60.

O’Gorman, Juan. “Discurso de bienvenida a la maestra Ángela Gurría”, publicado en Ángela Gurría. Segunda naturaleza. Museo de Arte e Historia de Guanajuato, México, 2022, pp. 73-95.

Rodríguez Prampolini, Ida. “Una lectura de los secretos de Ángela Gurría”, publicado en Ida Rodríguez Prampolini. La crítica de arte en el siglo XX, UNAM-IIE, México, 2016, pp. 573-575.

 

[1] Entrevista a Ángela Gurría realizada por TVUNAM. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=nE_kas3G16E. Consultado el 28 de febrero de 2023.

Texto publicado en el número 324 de la revista Correo del Maestro.

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